Un nuevo capítulo de las reuniones de integración sudamericana se dio este martes 30 de mayo cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva fue el anfitrión del encuentro con otros diez presidentes de países su-damericanos en el Palacio de Itamaraty. Participaron los jefes de Estado de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Surinam, Uruguay y Venezuela. La única ausencia fue la de Perú, ya que Dina Boluarte no pudo asistir a la reunión por impedimentos legales internos.
El canciller brasileño, Mauro Vieria, aseguró que la intención era tener un diálogo de alto nivel “libre de cargas ideológicas”. El objetivo de esta cumbre fue retomar el diálogo y analizar la posibilidad de que la región vuelva a contar con un foro de integración “puramente suramericano”, que sea “permanente, inclusivo y moderno”.
Pero la realidad es que la cumbre no tuvo ni agenda prefijada ni siquiera un nombre, sino fue una reunión informal para hablar de distintos temas sin llegar a ninguna conclusión, solamente avalado por el poder de convocatoria de Brasil y más precisamente de Lula. El supuesto motivo de relanzar la integración sudamericana, algo que ya hicieron en otras oportunidades, dio paso a lo que verdaderamente fue: el blanqueamiento de posiciones acerca del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, marcando la vuelta de este país a los organismos multilaterales y este punto fue el que sirvió para marcar diferencias entre algunos mandatarios. La presencia de Nicolás Maduro generó cuestionamientos, sobre todo a partir de la declaración de Lula en la que sostuvo que “hubo una narrativa contra Venezuela” dando a entender que las graves acusaciones en materia de violación a los Derechos Humanos contra el régimen chavista no eran ciertas.
Así, el presidente de Brasil abrió el encuentro con el reconocimiento de un fracaso: “En la región, dejamos que las ideologías nos dividieran e interrumpieron el esfuerzo de integración. Abandonamos los canales de diálogo y los mecanismos de cooperación y, con eso, perdimos todos”. Sin embargo, la reunión tuvo más un estilo de “Club de amigos” marcada por la posición de cada país sobre Venezuela, entre otros temas. Una vez más, la opinión con respecto a la nación bolivariana no necesariamente marcó diferencias de índole ideológica ya que los presidentes Luis Lacalle Pou y Gabriel Boric, de ideologías opuestas, coincidieron al tener una mirada similar sobre la realidad venezolana.
Así, el presidente chileno, ha recalcado al abandonar el cónclave, que dar la bienvenida al venezolano no significa un cheque en blanco ni olvidar lo que sucede. “Nos alegra que Venezuela retorne a las instancias multilaterales [...] Eso, sin embargo, no puede significar meter debajo de la alfombra principios importantes para nosotros”. En ese sentido, el mandatario agregó que “La situación de los derechos humanos no es una construcción narrativa, es una realidad seria”. El jefe de Estado trasandino ha dejado claro que el respeto a los derechos humanos es innegociable sea del color que sea el gobernante que los viola.
En la misma línea, el presidente Luis Lacalle Pou alegó que “no hacen falta más espacios” ni se necesitan crear nuevos organismos internacionales y, por supuesto, cuestionó la violación de derechos humanos en Venezuela. Por su parte Gustavo Petro, el mandatario colombiano, es partidario de volver al bloque de Unasur, pero proponiendo un cambio de nombre para darle más amplitud. El nombre sería Asociación de Naciones Suramericanas.
La última vez que se reunieron todos los presidentes sudamericanos fue en 2014 en una cumbre de Unasur y desde ese momento no hubo una reunión conjunta por motivos ideológicos, principalmente con la salida de varios países de ese organismos y su asociación en otra como fue Prosur. Justamente ese es el problema de todos estas cumbres o intentos de integración: a largo plazo todos fracasan por los sesgos ideológicos y concluye en la cuestión ideológica o de relaciones personales, un grave error para un proceso de integración o para las relaciones internacionales en general ya que los mandatarios deberían representar los intereses de los países más allá de sus sentimientos personales.
El documento resultante de la reunión, denominado “Consenso de Brasilia” consta de nueve puntos y resalta que los países “reafirmaron la visión común de que América del Sur constituye una región de paz y cooperación, basada en el diálogo y el respeto a la diversidad de nuestros pueblos, comprometida con la democracia y los derechos humanos, el desarrollo sostenible y la justicia social, el Estado de derecho y la estabilidad institucional, la defensa de la soberanía y la no injerencia en asuntos internos”.
Sin embargo, más allá de estos puntos, el resultado de este encuentro entre presidentes deja un sabor amargo. Convocada para fortalecer la unión entre los países, en realidad esta congregación pareció un argumento por parte del gobierno de Lula no sólo para consolidar su posición mediadora sino, sobre todo, para purificar la imagen regional de la Venezuela chavista y darle la bienvenida a Maduro a las rondas internacionales. Si bien es cierto que en reiteradas oportunidades Brasil utiliza su poder de convocatoria y su poder en los organismos regionales como plataforma negociadora en el mundo, esta cumbre parece completamente alejada de la realidad y las necesidades de los países latinoamericanos.
En una región más desigual del planeta y en donde una de cada tres personas son pobres, ¿Por qué una vez más hay un intento de relanzar la integración sudamericana?¿Por qué una vez más estos encuentros no son más que una rueda de definiciones y la firma de un documento que solamente generaliza buenas intenciones? Y por último, pero no en importancia, en una región protagonista en temas migratorios y una de las principales perjudicadas por el cambio climático, ¿Por qué en Sudamérica no se puede tener un organismo que seriamente busque soluciones a problemas comunes como la inmigración o el medio ambiente sin importar la ideología?
*Licenciado en Relaciones Internacionales (UCA)