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Daniel, un escudero de la Resistencia

1-11-2020-Logo Perfil
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Había que salir temprano, antes de que saliera el sol. La bandera, el casco y el escudo siempre escondidos. La cara todavía sin pintar. Nadie podía saber que él iba a las protestas. Nadie podía saber que era uno de esos que quería ponerle freno a la Revolución Bolivariana.

Para Daniel Linarez, crecer en Los Magallanes de Catia significó nacer y vivir en el corazón del chavismo. Este humilde barrio de Caracas es uno de los bastiones de las milicias civiles, llamadas “colectivos”, cuyo objetivo es identificar a los disidentes a fin de “defender la revolución”. Por ella están dispuestos a todo, de ser necesario, fusil en mano y “rodilla en tierra”.

En esa barriada y pese a formar parte de una familia devota del comandante Chávez, Daniel comenzó a rebelarse temprano. “No está bien que te regalen las cosas”, dice, sin vueltas. Así resume la idea que comenzó a gestarse en sus primeras experiencias laborales, cuando apenas arañaba los veinte años y su única perspectiva de subsistencia era un trabajo dentro del inmenso aparato del Estado.

Nos encontramos cerca de mi casa, un domingo soleado. Lo veo venir por la calle Montañeses con su novia Ana y su pequeño hijito argentino, llamado Alessandro, que mira sorprendido desde el cochecito que empuja su mamá y que el papá sostiene con una de sus manos. Los dos jóvenes –él de 26; ella de 27– sonríen con gesto adolescente, dejando ver sus brackets, y una mirada algo inocente que todavía conservan.

“Mi familia es cien por ciento revolucionaria”, dice Daniel apenas empieza la charla. “Chavistas mi padre y mi madre. Creo que se enamoraron de él porque les empezó a regalar cosas. Mientras que en un supermercado el arroz te costaba cinco pesos él te lo daba a cincuenta centavos. Te regalaba todo lo posible si eras de los barrios, las villas como dicen acá. Él se concentró en las personas humildes, pobres, para inculcarles que el chavismo era lo mejor del mundo. Casi toda mi familia es humilde. Comíamos papa con lo que consiguieras. Y cuando llegó este gobierno, se aprovechó de todas esas personas. Se aprovechó de la inocencia”.

Los primeros trabajos de Daniel fueron en el Estado: “Trabajé en varias dependencias del Gobierno, pero me di cuenta de que no quería una ideología de ‘Toma esto, que es tuyo’ o ‘No trabajes nada, igual te voy a pagar’. Eso es lo que se hace en los ministerios. Y nada de lo que hagas sirve. Cuando te digo que nada sirve es que nada sirve... Me obligaban a ir a las marchas. Si no iba, me quitaban el trabajo y no me daban ni vacaciones, ni aguinaldo, ni nada”. Según cuenta, en todos lados era siempre lo mismo: militares en los puestos de poder y una estructura enorme, diseñada para captar y mantener lealtades.

En 2014, después de la muerte de Chávez y con una economía tambaleante por la caída del precio del petróleo (sostén absoluto de la economía venezolana), las calles empezaron a expresar el descontento, el hartazgo respecto de un modelo que parecía toparse con su propia inviabilidad. Sin el líder carismático que había pregonado el nacimiento de la Patria Grande (una suerte de gran nación latinoamericana y socialista) y con una crisis social en puerta, la represión escaló.

Ese año, Daniel, como muchos otros estudiantes, decidió salir a la calle. Empezó a asistir a los encuentros de Voluntad Popular, el partido del líder opositor Leopoldo López, y ahí se convenció de que serían ellos, los jóvenes, los que impulsarían una salida para Venezuela. “La primera protesta a la que fui fue la de 2014, cuando mataron a Bassil. Él estaba aquí y yo estaba acá”, dice, y dibuja en el aire las calles de Caracas. Y agrega: “Porque como éramos diferentes grupos estudiantiles, nos dividíamos para ir a distintos puntos. Ahí nos reprimieron con puros tiros. Te estoy hablando de balas”.

“Bassil” es Bassil Da Costa, uno de los jóvenes asesinados en la represión de las protestas del 12 de febrero de 2014. Este estudiante de 23 años, que murió el Día de la Juventud de su país, inmortalizó la frase “Mamá, iré a luchar por Venezuela. Si no vuelvo, me fui con ella”. Su muerte marcó el comienzo de una escalada represiva, detenciones arbitrarias, torturas y muertes, que sigue hasta hoy. De hecho, solo horas después de la muerte de Bassil, se sumó a la lista de fallecidos Robert Redman, un joven que había ayudado a cargar el cuerpo del agonizante Da Costa poco tiempo antes.

Las imágenes recorrieron el mundo. El régimen se exponía ante todos. Pero en casa de Daniel, el apoyo al sueño socialista que había prometido Hugo Chávez seguía vivo, aun cuando los años del madurismo opacaban la épica del relato. La voz empezó a correr y en el barrio se supo que Daniel formaba parte de los que protestaban en las calles en contra del régimen, que era uno más de la Resistencia. A partir de entonces, el miedo empezó a atormentarlo a diario.

“Me amenazaron doscientos millones de veces. Fueron a mi casa, después amenazaron a mi familia, diciendo que yo me fuera de ahí. Al principio, cuando llegaba, no me daba miedo tener mi escudo suelto, con mi bandera y mi casco. Si yo no estaba robando, ni estaba haciendo nada. Pero me iban a buscar, se metían hasta en mi casa amenazando a mi mamá, a mi familia, diciendo que yo me fuera de ahí o si no, me iban a matar. Porque justamente yo vivía ahí, donde también vivían todos ellos, los protectores del Gobierno”, cuenta Daniel.

*Fragmento de Llorarás. Historias del éxodo venezolano.