¿Cuánto pesa la Casa Real? Al arquitecto Norman Foster le preguntaron un día cuánto pesaba un edificio suyo y la respuesta que se dio le cambió la vida y sus futuros proyectos, construidos en materiales ligeros y reciclables. Pero el peso de la Casa Real más que con los ladrillos y los cimientos se expresa con sus recursos humanos.
No fue poca la sorpresa cuando supimos que en el palacio de la Zarzuela también hubo sitio, durante cuatro años, para la amiga sentimental de Juan Carlos, Corinna Larsen. Esta inquilina habitó una casa vecina al palacio de la Zarzuela, en el monte de El Pardo, una superficie de 15.700 hectáreas de bosques mediterráneos (unas 50 veces la superficie del Central Park de Nueva York), en los que pastan 4.000 gamos, 4.600 ciervos y 500 jabalíes, y que incluye cuarteles y palacios –además de la Zarzuela–, en uno de los cuales se acomodó Larsen. También tuvo o tiene piso en Londres, a cuenta del rey emérito, en el barrio de Belgravia, pero volvamos a la Zarzuela.
Según cuenta Paul Preston, el arquitecto que se hizo cargo de la restauración del palacio fue Diego Méndez y lo hizo bajo la supervisión de Carmen Polo, la esposa de Francisco Franco. Méndez era Consejero de Arquitectura de Patrimonio Nacional y fue quien, además, dio forma definitiva al proyecto del Valle de los Caídos. Como se ve, al arquitecto Méndez no le faltó iniciativa por aquel tiempo.
Tampoco están faltos de iniciativa, qué remedio, aquellos que sin la suerte de Larsen o del propio dictador que se construyó la residencia póstuma en el Valle de los Caídos (de la que ha sido desahuciado, ¡quién lo diría!, hace poco), buscan una vivienda en cualquier ciudad de España. Hoy la noticia, más sorprendente que la búsqueda, también, de una nueva casa por parte del rey emérito en algún lugar del mundo (quién sabe donde: esa es la novedad), es que los alquileres bajan en España en todas las capitales de provincia por vez primera desde la llamada "crisis del ladrillo".
Mucho antes de que Larsen con su hijo habitara un petit palais en la reserva de la Zarzuela, la escritora Lara Moreno, comenzó la búsqueda de una vivienda en Madrid. Corría el año 2003 y el relato avanza en su libro Deshabitar, entre peripecias vitales y una presencia permanente en los portales de oferta inmobiliaria, a las que Moreno adopta como sus verdaderas redes sociales, hasta principios de este año, momento en el que envía el texto a imprenta, en el que viene a testificar por el absurdo que buscar una morada para los jóvenes –y para cualquiera– es empezar a construirla por lo que difícilmente se alcanzará: el techo.
Cuando comienza el relato Moreno tiene veinticinco años y llega a Madrid para instalarse en un barrio, Chueca, afable y colorido, que con la burbuja inmobiliaria y la gentrificación pasará a convertirse en un área, como el Marais parisino, gay friendly de lujo. Por entonces, explica Moreno, corría el año 2003, los precios de las viviendas habían subido un 176% desde 1996. Dos años y un par de pisos después, nos recuerda que en España se construyeron tantas viviendas como en el Reino Unido, Francia y Alemania juntas: «Se construía para vender, no para vivir», según advertía la fundación FOESSA.
"Edificios vacíos, casa sin nadie", apunta Moreno. En 2007, un año antes de la caída de Lehman Brothers, España se pone a la vanguardia de la crisis mundial mostrando los primeros poros de su burbuja inmobiliaria y el Ibex, el índice bursátil español, se comienza a desplomar por el derrumbe del sector inmobiliario y el constructor. A todo esto, Moreno ya había sido expulsada de Madrid y con su pareja se habían instalado en una vieja casa en un pueblo aledaño a la ciudad y cuenta como en su círculo de amistades, poco a poco, la crisis va derribando las paredes de quienes alquilan o tienen una hipoteca.
La vida sigue y la autora en 2010 queda embarazada; con su pareja deciden volver a Madrid perseverando en alquilar, una cultura contraria a la compra de la vivienda, arraigada en España, nos recuerda, desde que un ministro de Vivienda de Franco esculpiera en mármol una frase que aún hoy tiene eco en las conciencias nativas: "No queremos una España de proletarios, sino una España de propietarios".
Caen todas las plagas de la Gran Crisis expresadas en desempleo, reformas laborales que generan trabajo basura, austeridad que se refleja en el adelgazamiento del Estado y la subida sideral de los alquileres –que hoy, por vez primera, COVID-19 mediante, comienzan a menguar– y el disparo de los desahucios. Los fondos buitres comenzaron a comprar viviendas sociales y paquetes de viviendas a los bancos por debajo del precio de mercado y con esto, Moreno aporta un dato singular: uno de estos fondos, Blackstone, es el primer propietario de España que a su vez, se alimenta de la inversión de millones de trabajadores estadounidenses que aportan a sus fondos de pensiones. "Es decir, que las jubilaciones de estas personas dependerán en parte de desahucios y y subidas de alquiler". Antropofagia posmoderna.
El libro avanza con una separación y más peregrinajes a los que acompañan mudanzas y desalojos de vínculos: una generación en tránsito por la vida, que, en lugar de habitar su propio destino, lo deshabita. Vivir para levantar casas que difícilmente se convierten en hogar, un hogar real.
La soledad de las 15.700 hectáreas del monte de el Pardo, donde hasta la misma Zarzuela se pierde, como en Shakespeare quizá esté habitada por fantasmas que también construyen su destino empezando por el techo. Hasta hace poco, aquí, se habló de asaltar los cielos pero, de momento, solo se lo mira. Y con respecto al final del relato de Moreno (que, como ya está claro, no acaba nada bien), en realidad hay que buscarlo en otro libro de la autora, un poemario (Tuve una jaula): "El olor de la habitación de mi hija/ me devuelve algo de paz/ solo un poco/ no la necesaria para detener los acontecimientos".
MR/DS/FF