Antes de la palabra fue la imagen, y los primeros esfuerzos registrados del hombre son esfuerzos pictóricos, imágenes raspadas, picadas o pintadas en las superficies de las rocas o de las cavernas”, asegura Herbert Read en Imagen e idea.
Podemos afirmar, entonces, que la función del arte en el desarrollo de la conciencia humana es prehistórica y –a la luz de la historia– que su poder simbólico fue creciendo a lo largo del tiempo.
Así, cuando en 1548 María de Hungría, hermana de Carlos V, le encargó a Tiziano la realización de Las furias –cuatro pinturas para decorar el Palacio de Binche, en Bruselas, que representan a los personajes de la mitología griega que fueron castigados por enfadar a los dioses– quería con ello dejar constancia de al menos dos cosas. Por un lado, el triunfo de Carlos V en la batalla de Mühlberg. Por el otro y tal vez principalmente, del castigo que recibirían quienes se rebelaran contra el orden establecido.
Sin embargo, la relación entre arte y política a lo largo de la historia de ninguna manera quedó reducida a la imagen visual, sino que se manifestó también en el resto de sus expresiones: arquitectura, escultura, pintura, música, poesía y escritura han ocupado un lugar significativo en la construcción identitaria de las sociedades.
Eugène Delacroix lo definió muy bien: “He emprendido un tema moderno, una barricada, y si no he luchado por la patria, al menos pintaré para ella”. Hoy, La libertad guiando al pueblo (1830) se ha convertido en el símbolo identitario de la República Francesa.
En la Argentina esta relación fue más compleja y estuvo marcada por la desesperación que señala Søren Kierkegaard en su búsqueda del descubrimiento del propio yo: ”La desesperación es una enfermedad del yo, y puede adoptar tres formas: la desesperación de no tener un yo; la desesperación de no querer ser uno mismo; la desesperación de querer ser uno mismo”.
En esta “búsqueda”, los hombres de mayo de 1810, influidos por el ímpetu revolucionario de 1776 en Estados Unidos y del francés de 1789, vertebraron, a través de la Asamblea General del año 1813, medidas inéditas para las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Para poder consolidarlas rápidamente pensaron en dos expresiones artísticas para erigir e infundir nuestra unidad e identidad en todo el territorio. Por un lado, una imagen: el Escudo Nacional, encargado al orfebre inca Juan de Dios Rivera Túpac Amaru. Por el otro, una composición musical: el Himno Nacional Argentino, encargado a los poetas Vicente López y Planes y Blas Parera.
Sin embargo, esta unidad que había sido lograda por una identidad edificada con el objetivo de repeler a un enemigo externo no fue lo suficientemente fraguada en todo el interior del territorio y esta unión se fue resquebrajando dando origen a casi medio siglo de conflictos bélicos. Durante este periodo, pujaron dos modelos de país, dos identidades que, a través de una palabra escrita que pretendía ser fundante de una identidad colectiva, encarnaron dos grandes exponentes literarios: Domingo Faustino Sarmiento con Facundo (1845) y José Hernández, quien, dándole vida al Gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879), intentó saldar nuestra deuda “desesperada” de argentinidad.
Esta puja identitaria continuó y los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo fueron testigos del esculpido europeizante de la época reflejado en los grupos escultóricos donados por las naciones europeas; en el “Monumento de Francia a la Argentina”, de Émile Peynot, escenas de la Toma de la Bastilla, La Primera Junta y el Cruce de los Andes se mancomunan y son coronadas por dos “Marianne” que simbolizan a Francia y a la Argentina.
Nuevamente el segundo cuarto del siglo pasado abrigará este debate entre algunos exponentes literarios como Leopoldo Lugones, quien apelando a una épica romántica y nacional recuperará el texto de Hernández, aunque recibirá luego la famosa queja de Borges: “Sarmiento sigue formulando la alternativa: civilización o barbarie. Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martín Fierro hubiéramos canonizado el Facundo, otra sería nuestra historia y mejor”.
Más o menos compleja, la construcción de la identidad nacional ha estado siempre ligada a expresiones artísticas: imágenes, música, poemas o libros, han contribuido a moldear a lo largo de nuestra historia lo que somos y también lo que no queremos ser. Porque la identidad también es eso.
*Politólogo, profesor y artista plástico.