OPINIóN
Crisis democrática

Elecciones en Perú: entre el miedo y la discordia

Los peruanos están llamados mañana a elegir presidente en segunda vuelta, en comicios que reflejan la crisis del sistema de partidos, el desprestigio de la clase política y la profunda polarización que al país.

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Debate. Se enfrentaron el domingo pasado en Arequipa. Hay división entre sus seguidores y apatía en el resto de la sociedad. | cedoc perfil / afp

En el año del bicentenario de su independencia, Perú atraviesa el proceso electoral más polarizado de su historia reciente. Este domingo 6 de junio, la sociedad se encuentra dividida en dos bandos que se acusan mutuamente de querer conducir al país hacia el abismo, y de representar su pasado más doloroso. El proceso enfrenta hoy al centro contra la periferia; a las zonas rurales contra las urbanas, y -más aún- a los sectores pudientes contra los marginados. ¿Cómo es posible que un país que solía ser la estrella del crecimiento económico en la región, hoy se encuentre entre dos opciones que generan tanto miedo y discordia?

Claves. Las primeras claves se hallan en el perfil de los candidatos que pasaron a la segunda vuelta, Pedro Castillo (Perú Libre) y Keiko Fujimori (Fuerza Popular). El primero, un maestro rural que saltó a la palestra tras liderar una controvertida huelga magisterial en 2018, ha logrado capturar las preferencias de los peruanos marginados de los beneficios del modelo económico, el cual desnudó sus agudas falencias durante la pandemia, al ser incapaz de atender el rampante número de contagios. Castillo es visto por sus detractores como la punta de lanza del comunismo y un personaje sobre el cual –a decir de los presuntos vínculos de ciertos congresistas electos por su partido– acecha la sombra de la organización terrorista Sendero Luminoso, causante de las casi 60 mil víctimas que dejó el conflicto armado interno en los años ochenta.

La segunda candidata, lideresa del partido Fuerza Popular, intenta por tercera vez ascender al cargo luego de haber perdido por décimas la última elección. Keiko carga con ser la hija del ex presidente Alberto Fujimori (durante cuyo gobierno ella fue primera dama), personaje a quien sus adeptos reconocen haber pacificado el país y puesto los cimientos para su recuperación económica, pero que hoy se encuentra condenado a prisión por violaciones a los derechos humanos, peculado, compra de dirigentes políticos y medios de comunicación; delitos que colocaron su mandato en la cima del ranking de los más corruptos del mundo. En lugar de romper con el pasado durante la presente campaña, Fujimori ha puesto entre los primeros puntos de su agenda conceder un indulto a su padre, y a su vez mantener el rol subsidiario del Estado en la economía peruana. 

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Para ambos bandos, este es un momento bisagra: una elección entre la “nueva Venezuela” y “el retorno de la mafia”. Pero, para el elector promedio, representa una situación que exige tomar posición entre el peor de dos mundos en medio de una pandemia, que ha arrastrado a un cuarto de la población nuevamente a la pobreza. El gobierno peruano ha revelado, tras sincerar sus cifras, que el Covid-19 ha ocasionado más de 180 mil muertes; el peor registro per cápita a nivel mundial. 

Razones. El hecho de que estos candidatos disputen la presidencia no debe leerse como resultado de sus aptitudes, si no como producto de la debilidad de sus contendientes en la primera vuelta electoral. La política peruana es desde hace décadas una lucha entre organizaciones precarias y mínimamente representativas. Ni Castillo ni Fujimori fueron la primera opción del 65% de peruanos que votaron el pasado 11 de abril; ambos obtuvieron 18.9% y 13.4% de los votos válidos respectivamente, cifras que significarían fracasos electorales en otros países de la región. Incluso, el porcentaje conseguido por Fujimori en esta elección es menor al obtenido en sus dos campañas precedentes.

Tanto los partidos de derecha como de izquierda demostraron su incapacidad para establecer un frente común o para reaccionar ante el desafío de ganar electores pese a las restricciones de la pandemia. De los 18 candidatos que se presentaron, 3 candidatos hombres –con cierta popularidad en sus disciplinas, pero escasa experiencia política–, disputaron el espacio de la centro-derecha sin mostrar grandes distancias entre sí: el economista Hernando de Soto (Avanza País), el joven futbolista en retiro George Forsyth (Victoria Nacional) y el empresario Rafael López Aliaga (Renovación Popular). En contraste, Verónika Mendoza (Juntos por el Perú), Julio Guzmán (Partido Morado) y Yonhy Lescano (Acción Popular) disputaron el espacio de la centro-izquierda, pero fracasaron –en el caso de los primeros– en su intento por vender sus plataformas progresistas y –en el del último– en aterrizar propuestas populistas en una campaña marcada por la emergencia sanitaria. 

Disputa. Asimismo, decir que es una contienda que enfrenta a la izquierda contra la derecha es una simplificación injusta. Parafraseando al politólogo Alberto Vergara, el votante peruano no es ni amnésico ni irracional. Por un lado, el voto fujimorista es hoy, ante todo, un voto capitalino. Lima, que concentra los perfiles socioeconómicos más altos del país, ha votado en las últimas elecciones por opciones que han prometido mantener el status quo. Las provincias, en especial las del Sur, donde se concentran las actividades extractivas –y, en especial, sus impactos ambientales y sociales–, se han decantado por candidatos que prometen transformaciones radicales. 

La corrupción es el otro factor que explica la convulsión de estas elecciones. Hoy, tres ex presidentes (Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski) enfrentan juicios vinculados a obras públicas tocadas por la mano de la empresa brasilera Odebrecht. Un cuarto presidente, Alan García, se quitó la vida en 2019, presuntamente para evitar ser procesado. Los candidatos del próximo ballotage electoral no son ajenos a este lastre. Keiko Fujimori viene siendo procesada por el delito de lavado de activos al esconder el origen de los fondos de su campaña en 2016, caso que la tuvo en prisión hasta mayo de 2020. Castillo, por su parte, carga con los casos del líder de su partido, Vladimir Cerrón, político acusado de malversar fondos durante su mandato como gobernador de la región Junín. 

A todo ello se suma, como precedente inmediato, las continuas disputas entre el Congreso y el poder Ejecutivo, que trajeron consigo la caída de los dos últimos presidentes peruanos. Estas fueron el origen de protestas populares que dejaron en noviembre el saldo de dos jóvenes muertos, y que resultaron en la elección de un gobierno de transición. En cuanto a las últimas elecciones congresales, para el periodo 2021-2026, ninguna fuerza política obtuvo una mayoría. Asimismo, fiel reflejo de la polarización, lejos de propiciar acercamientos que conduzcan a la formación de coaliciones, las organizaciones están a puertas de dividirse; es el caso del partido de Castillo, cuyos 37 representantes estarían cerca de separarse entre quienes siguen al candidato presidencial o a Vladimir Cerrón.  

Independientemente del resultado de las elecciones 2021, es seguro que Perú ahondará, a raíz de esta disputa, la crisis política que hoy lo aqueja. La cita al poeta César Vallejo, que declamó el presidente interino Francisco Sagasti en su discurso inaugural, tratando de aplacar las rencillas entre bandos contrarios, –“Comprendiendo que él sabe que le quiero, que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente (...) le doy un abrazo, emocionado”–, ha caído en oídos sordos.

*Politólogo peruano.