Se la había esperado con impaciencia y no defraudó: la maratón de cumbres del presidente estadounidense Joe Biden fue, sin dudas, un hito importante en el fortalecimiento de la cooperación internacional. En las cumbres del G-7, la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) podía -por así decirlo leerse en los rostros de los participantes el alivio que sentían por el final de la era Trump. Biden ha tenido un comienzo, por cierto, impresionante, sobre todo si se tienen en cuenta las circunstancias en las cuales tuvo que hacerlo. Después de luchar con éxito contra la pandemia en su país y comenzar un programa de ayuda contra el coronavirus por miles de millones de dólares, el nuevo presidente de Estados Unidos ahora está comenzando a despejar el cúmulo de escombros que dejó su (megalómano) predecesor.
Enfoque. El enfoque de Biden es “duro en el fondo de la cuestión, diplomático en el tono”. Esto se aplica tanto a las relaciones con Rusia como al mayor desafío de política exterior que tiene Estados Unidos: el conflicto con China.
Apoyado sobre todo por Gran Bretaña, Estados Unidos ve el conflicto con China -de forma análoga a la Guerra Fría con la Unión Soviética- como un conflicto sistémico entre dos modelos alternativos. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha adoptado en parte este punto de vista, al decir que el ascenso de China es “un desafío sistémico para el orden internacional basado en reglas”. Sin lugar a dudas, esto también se debe al alivio de que el “desafío sistémico de Trump” sea ahora cosa del pasado. Pero esto no modifica en nada las diferentes evaluaciones sobre cómo afrontar de la mejor manera el desafío chino.
Si bien la mayoría de los europeos quiere involucrar a China, Estados Unidos, también en la administración Biden, apuesta a la contención. Para Estados Unidos, China es y seguirá siendo el máximo desafío, mientras que para los europeos del Este claramente la prioridad es Rusia.
Si bien es comprensible que la OTAN también haya abordado en su cumbre los desafíos estratégicos planteados por el ascenso de China, no se debe dar la impresión de que las disputas en Asia, y especialmente entre Estados Unidos y China, sean un asunto de la OTAN.
En consecuencia, otros Estados participantes se han referido a los otros temas importantes de la cumbre de la OTAN, como la nueva estrategia de la OTAN para 2030, que debe ser elaborada.
Asia. En cuanto a Asia, debe tenerse en cuenta que los controvertidos reclamos territoriales en el área marítima abarcan todo un conjunto de conflictos y no se limitan a las violaciones del derecho internacional por parte de la República Popular China. También hay una combinación compleja de diferentes problemas de seguridad en la región, empezando por Corea del Norte o las carreras armamentistas asiáticas. Europa debe hacer su parte para que se puedan prevenir nuevas carreras armamentistas en la región y para que se pueda establecer una cultura de control de armamentos y fomento de la confianza.
Por supuesto, Estados Unidos está más cerca de los europeos que China o Rusia. Compartimos los mismos valores. Pero esto no cambia el hecho de que los europeos también tenemos intereses y prioridades de política exterior y de seguridad diferentes. El presidente francés, Emmanuel Macrón, lo dejó claro cuando dijo que, según lo que él entendía, la OTAN es una alianza de defensa del Atlántico Norte y no del Pacífico.
Biden no solo quiere hacer regresar a Estados Unidos al escenario multilateral, sino que ve a su país como líder en la lucha de las democracias contra el desafío autocrático y populista. Sí, es verdad: China controla y oprime a su propio pueblo, persigue a los uigures y otras minorías, amenaza a Taiwán y Hong Kong y viola e ignora el derecho internacional en el Mar de China Meridional. Eso debe ser contrarrestado. Sin embargo, esta no es una tarea para la OTAN, sino, en todo caso, para la emergente “OTAN asiática”, el llamado Grupo Quad (Estados Unidos, la India, Japón y Australia). Quad significa “diálogo cuadrilateral sobre seguridad”, y el grupo fue creado en 2007. Estados Unidos ya no quiere limitar el formato a la política de seguridad, sino expandirlo. El propósito es contener la creciente influencia económica y geopolítica de China, que muchos países asiáticos perciben ahora como una amenaza. Esta es y seguirá siendo una tarea principalmente política y diplomática, no militar.
Básicamente, China está tratando de copiar la estrategia practicada con éxito por Estados Unidos en el siglo XX de vincular política económica, estrategia militar, atractivo cultural y geopolítica para el siglo XXI. Sin embargo, la Pax Americana fue lograda por la decisiva combinación de poder duro y poder blando. La Pax Sinica tiene actualmente solo lo primero y no parece ser demasiado aventurado augurar que el atractivo cultural del autoritario comunismo de Estado chino se moverá dentro de límites tan estrechos como los de la dictadura presidencial rusa.
Tampoco hay que olvidar que la OTAN jamás ha sido una alianza de “democracias impecables”, ni en el pasado (Portugal, Grecia) ni en el presente (Turquía). Y ya tiene suficiente con hacer el trabajo para el que fue fundada: defender el territorio de la Alianza. El ignominioso final de la misión de 20 años en Afganistán documenta de manera impresionante el fracaso de las ambiciones desmedidas.
Rusia. Barack Obama se puso a Vladímir Putin en contra cuando calificó a Rusia de potencia regional; poco antes de la cumbre, Biden llegó a llamar asesino a Putin. Es por eso que las expectativas cifradas en la cumbre de Ginebra no eran especialmente altas. Biden ve la Rusia de Putin principalmente como una buscapleitos que debe ser contenida y cuyo potencial militar debe ser limitado con medidas de control armamentístico. El presidente estadounidense también llegó impulsado por el éxito de una serie de cumbres del G-7, la Unión Europea y la OTAN para demostrar la fortaleza y la unidad de “Occidente”. Uno de los objetivos de la reunión era marcarle límites claros a Putin y señalarle consecuencias, junto con un ofrecimiento de diálogo. Por lo tanto, los resultados de la cumbre fueron apreciables. Después de todo, ayudó a hacer más predecibles las relaciones entre Rusia y Estados Unidos. El hecho de que al menos regresasen los embajadores de ambas naciones es, por lo pronto, una señal de que están hablando unos con otros en lugar de estar hablando unos de los otros.
Después de que Rusia y Estados Unidos rescindieran acuerdos centrales de control de armas como el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) y el Tratado de Cielos Abiertos, las dos potencias nucleares más grandes del mundo necesitan de manera urgente volver a comenzar en las áreas de control de armas, fomento de la confianza y verificación, especialmente en vista del desarrollo de nuevas armas. Por lo tanto, la reanudación de las conversaciones sobre control de armamentos estratégicos y ciberseguridad es particularmente bienvenida. Es esperanzador que ambos países quieran de nuevo controlar y verificar sus arsenales para evitar riesgos de una escalada no intencional. Además, deberían negociarse nuevas reducciones.
También se abordaron los temas de Irán, Siria, Ucrania y Bielorrusia y el caso del líder opositor encarcelado Alexéi Navalny. Alemania y la Unión Europea deben ahora apuntar a apoyar estos primeros pasos a través de sus propias iniciativas, especialmente desde que el presidente estadounidense adoptó el enfoque de doble vía de la Unión Europea. Esto incluye mantener y, si es necesario, intensificar la presión política y, al mismo tiempo, explorar las áreas en las que se puede reanudar y profundizar el diálogo con Moscú.
Por insatisfactorio y frustrante que sea, debemos tratar de mantener el diálogo con Rusia y, al mismo tiempo, defender los valores e intereses europeos con absoluta claridad. Esto incluye el apoyo al movimiento democrático ruso y los incansables esfuerzos para defender los derechos humanos. Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de dónde cometimos errores al tratar con Rusia. Incluso, aunque parezca poco realista en este momento, no debemos perder de vista el objetivo de organizar la seguridad con Rusia en lugar de organizar la seguridad frente a Rusia. El “sistema Putin” tampoco durará eternamente.
Intereses. Es por demás sabido que el equilibrio de poder geopolítico y económico mundial se está desplazando. Estamos ante un regreso de la competencia entre potencias: ahora, entre la antigua y la nueva potencia mundial. En el medio, Europa debe definir su posición y encontrar su camino. Pero también es cierto que los intereses europeos y estadounidenses no siempre ni en todas partes son idénticos. Es lo que sucedió durante la Guerra Fría. En ese entonces, también había diferencias de opinión y conflictos, ya sea por el reparto de los esfuerzos, la estrategia nuclear de la OTAN o la seguridad energética de Europa.
Estados Unidos tampoco actúa de forma altruista, sino que persigue sus intereses. Eso también se aplica al presidente Biden. Sin embargo, la diferencia clave con su predecesor es que el gobierno de Biden no considera que la cooperación internacional y el multilateralismo sean una conspiración antinorteamericana, sino que ha entendido que Estados Unidos no puede hacer frente a los desafíos globales sin socios y alianzas. En las relaciones con China, sin embargo, los intereses de los socios transatlánticos difieren. A Alemania y Europa no les puede ser indiferente que Estados Unidos se involucre en una nueva Guerra Fría con China, aun cuando Boris Johnson pudiera tener otra visión de esto con su concepto de “Gran Bretaña global”.
Eso no significa negar la amenaza que representa el ascenso de China. En Hungría o los Balcanes, Beijing está intentando con mucho éxito afianzarse y ejercer una influencia sustancial en la política de la Unión Europea hacia Beijing. Las aspiraciones territoriales chinas en el Sudeste asiático tampoco pueden dejar indiferentes a los europeos. Por lo tanto, en sus directrices del Indo-Pacífico del año pasado, el gobierno alemán se declara con razón a favor de “mantener el orden basado en reglas” en la región. Es dudoso que el despliegue de una fragata de la Marina alemana en el este asiático planeado por el ministro de Defensa alemán cause una impresión duradera en China. Pero si fuera así, no debería sorprendernos si un día la Armada china hace demostraciones de poderío militar en las puertas de Europa justificándose en el accionar de la OTAN en el Indo-Pacífico.
Occidente. Los debates en las cumbres del G-7, la OTAN y la Unión Europea han demostrado una cosa: “Occidente” ha vuelto como alianza política y comunidad de valores después de cuatro años de separación durante la era Trump. El alivio no debe ocultar el hecho de que después de las cumbres comenzará el trabajo real en las cuestiones de cooperación económica, defensa, Nord Stream 2 (gasoducto entre Alemania y Rusia) y relaciones con China y Rusia.
Además, “Occidente” no debe entregarse a la ilusión de que el único peligro para las democracias liberales lo representa China o Rusia. Por el contrario, su mayor amenaza es interna y está dada por la polarización política y social, los nacionalismos y los populistas autoritarios. Esta crisis democrática no se limita a Polonia o Hungría, sino que afecta a todos los países europeos. Marine Le Pen hará un nuevo intento en las elecciones presidenciales francesas del próximo año y podría sacudir la estructura interna de la Unión.
Por tanto, las convulsiones sociales y la crisis de las democracias occidentales deben combatirse internamente. El presidente estadounidense también lo sabe. Si Biden logra reconciliar a su país, profundamente dividido, integrar a China y Rusia con una doble estrategia de seguridad y distensión y, al mismo tiempo, contenerlas, es posible que no quede en la historia como un nuevo Roosevelt, pero sí como un gran presidente de Estados Unidos. Los europeos deberíamos, en defensa de nuestros exclusivos intereses, hacer todo lo posible por ayudarlo en esa tarea.
*Presidente de la bancada del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Publicado originalmente por Nueva Sociedad (nuso.org)