En Fratelli Tutti, su última encíclica, Francisco dedica un amplio espacio a reflexionar sobre las relaciones internacionales. El tema central del documento es la fraternidad y la amistad social (numeral 2) en su dimensión universal (6), una de cuyos aspectos es el vínculo entre pueblos y civilizaciones. La vocación por el encuentro y el diálogo -que debe regir esos lazos- es la que animó a San Francisco de Asís a visitar al Sultán Malik-El Kamil en Egipto, en un tiempo –el siglo XIII- marcado por las cruzadas. Ello es muestra, nos dice el Papa, de su “corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión” (3).
En línea con sus antecesores, Francisco no rechaza la globalización per se, en cuanto instancia de acercamiento entre personas y pueblos. Pero sí objeta cierto proyecto de globalización, que se focaliza en los mercados y los individuos sin reconocer las identidades colectivas y la dimensión comunitaria de la existencia humana; un “modelo de globalización que «conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad.” (100). Estamos en un mundo en el cual el progreso material y las posibilidades de conexión contrastan con la falta de rumbo común, el deterioro ético (29) y el debilitamiento de los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad (30). Un mundo con mayor cercanía, pero no mayor fraternidad (12).
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En el marco de un documento extenso y complejo, señalamos cuatro temas principales abordados por el Papa en cuanto al ejercicio de la fraternidad en el ámbito internacional: el diálogo entre pueblos, culturas y religiones; la desigualdad económica y política entre países; la cooperación internacional como respuesta a los problemas comunes; y la condena a la guerra como modo de resolución de los conflictos.
Diálogo
Francisco hace un llamamiento al diálogo entre pueblos, sin el cual la globalización es una empresa vacía, que no aporta a la construcción de la fraternidad humana. Ese diálogo debe partir de la afirmación de la propia identidad cultural. Sin un reconocimiento y valoración de esa identidad, no puede haber encuentro fecundo con otros: “Así como no hay diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales” (143). En una reflexión que resuena con la historia latinoamericana, especialmente en cuanto al comportamiento de las elites políticas y económicas, el Papa recuerda que la apertura al mundo requiere reconocer y amar lo propio. Más aún, un proyecto de desarrollo no puede realizarse en base a la mera imitación: “Algunos países exitosos desde el punto de vista económico son presentados como modelos culturales para los países poco desarrollados, en lugar de procurar que cada uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de innovar” (51). Sin autoestima nacional, sólo hay dominación de los poderes económicos y mediáticos, pero no desarrollo sostenible (52).
Reconocer la propia identidad no significa cerrarse al otro ni poner en riesgo lo que somos, sino enriquecer la propia cultura incorporando las novedades externas en una nueva síntesis: “una cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las novedades “a su modo” (148).
Ampliando el horizonte, Francisco señala que el diálogo debe trascender el nivel de los pueblos: Occidente y Oriente tienen mucho que aprender uno del otro, enriqueciéndose mutuamente (136); también las religiones deben trabajar en conjunto por el bien común y la promoción de los más pobres (282). La globalización, en resumen, debe aspirar al modelo del poliedro, buscando construir un todo que es más que la mera suma de las partes, al tiempo que reconoce el valor y la originalidad de cada una de ellas (145).
Lo contrario de la actitud dialogante es el encierro, que empobrece y divide, una “cultura de muros” (27). Algunas políticas migratorias instrumentadas en países ricos de Occidente son ejemplo de esa introversión y expresan una “mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma” (39).
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Desigualdad
La desigualdad ocupa un lugar central en las preocupaciones del pontífice. Francisco señala que el modelo de desarrollo dominante –que privilegia la libertad económica por sobre cualquier otro valor- genera inequidades entre personas y pueblos, y pone en peligro el medio ambiente: “El desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos…El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto al medio ambiente…” (122).
Responder a las desigualdades y alcanzar un desarrollo integral requiere que las naciones más pobres incrementen su participación en las decisiones y obtengan mayores oportunidades económicas. Se debe otorgar a esos países, dice Francisco, una voz eficaz en las decisiones comunes e incentivar su acceso al mercado internacional (138). También se debe evitar que una carga excesiva de deuda externa comprometa su subsistencia y su progreso (126). En resumen, no se puede perder de vista que la fraternidad y el destino común de los bienes imponen un deber de solidaridad entre los integrantes de la comunidad internacional (124-125).
Cooperación internacional
La existencia de problemas comunes, como el cuidado del medio ambiente, las crisis financieras y las migraciones demandan una mayor cooperación internacional: “…no hay modo de resolver los graves problemas del mundo pensando sólo en formas de ayuda mutua entre individuos o pequeños grupos. Recordemos que «la inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales».” (126).
La integración regional, que debe apoyarse no sólo en los intereses comunes sino también en el amor al vecino, es una primera instancia de cooperación y un peldaño en el camino a la integración universal (151). En el caso de los países más débiles, les permite obtener condiciones más justas frente a Estados más poderosos y grandes empresas: “…para los países pequeños o pobres se abre la posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus vecinos que les permitan negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos marginales y dependientes de los grandes poderes (153).
En la misma línea, al tiempo que reafirma que el sistema interestatal está fundado en la soberanía y por tanto en la igualdad jurídica de los Estados (173), Francisco demanda un fortalecimiento de las instituciones multilaterales. Se trata del instrumento más eficaz para frenar los excesos de un poder económico que domina sobre la política, atender los problemas comunes y proteger a los más débiles. El Papa cree indispensable la existencia de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas (172); aboga –citando a Benedicto XVI- por una reforma tanto de la ONU como de la arquitectura financiera internacional, de manera de dar una concreción real al concepto de “familia de naciones” (173).
Guerra
Francisco manifiesta su oposición frontal a la guerra como modo de resolver los conflictos internacionales. Comprueba sin embargo que, en el contexto de la globalización, vivimos una guerra mundial a pedazos (259) -conflictos conectados entre sí- al tiempo que continúan existiendo cuantiosos arsenales de armas nucleares, químicas y biológicas y un enorme gasto militar (262).
Frente a ese fenómeno, destaca la importancia del derecho internacional y de las organizaciones multilaterales como instrumentos para la prevención y resolución de los conflictos internacionales. Resulta necesario, dice, “asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental”; estos instrumentos deben ser utilizados con fines sinceros y orientados al bien común, no para favorecer intereses espurios o poner los intereses de un país o un grupo por encima del resto (257).
En Fratelli Tutti, Francisco recuerda la dimensión ética de todas las relaciones humanas, incluyendo aquellas existentes entre comunidades políticas y culturales. La globalización nos pone, de manera mucho más concreta que en el pasado, frente al desafío de vivir la fraternidad en escala universal. Estamos en la misma barca: navegar juntos requiere renovadas respuestas morales, políticas e institucionales.
*Docente de la Licenciatura en Relaciones Internacionales y Ciencia Política, Universidad de Palermo.