OPINIóN
Superministro

La bala de la recámara se disparó

No hay más localidades para el pesimismo existencial. Pero: "¿Y si la alternativa Massa sale bien?".

Massa, la bala en la recámara del Gobierno.
Massa, la bala en la recámara del Gobierno. | JorgeAsísDigital.com

1.- La vuelta del Ministerio de Economía

La afortunada miniserie “Última bala en la recámara” concluye con la designación de Sergio Massa, El Profesional, como “superministro”.

Es fruto del acuerdo de Sergio -líder del Frente Renovador- con La (Agencia de Colocaciones) Cámpora, protectorado de La Doctora que decide y manda.

Un acuerdo complementado por la febril Liga de Gobernadores. Trece poderosos estadistas regionales que exigieron, en patota digna, soluciones rápidas.

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Apretaron como una naranja al presidente Alberto Fernández, El Poeta Impopular, orientador unánime de PARTE. Protagonista principal de 32 meses perdidos entre extravagancias, festivas vacilaciones, dificultades y pretextos que lo condujeron al vacío.

El apoyo de los gobernadores resultó sustancial para facilitar la racionalidad del entendimiento de Sergio con el Premier Juan Manzur, El Menemcito.

Para ser riguroso no hay, para Sergio, ningún superministerio. En la práctica, se trata de una reconfortante recuperación.

El Profesional reconquista las competencias que Domingo Cavallo, Espelucín, controlaba 30 años atrás.

Debe celebrarse la vuelta de la figura del ministro de Economía. Meticulosamente fragmentado, jibarizado, devaluado.

En principio, por la convicción almacenera de Néstor Kirchner, El Furia. Después, por el desconocimiento asumido de Mauricio Macri, El Ángel Exterminador.

Ambos inseguros creían que no les hacía falta tener un ministro de Economía de verdad. Pero no tenían la menor idea. No se arriesgaban a convivir con la categoría del ministro que invariablemente compartiera el poder. Hasta creerse presidenciables. Como Cavallo. O hasta Roberto Lavagna, La Esfinge.

En efecto, desde Fernando Henrique Cardoso, que saltó desde el ministerio de economía hacia la presidencia de Brasil. Como Zedillo Ponce de León, en México, o Emmanuel Macron, en Francia.

Merece entonces acentuarse el mérito de La Doctora al promover el regreso de una figura tan peligrosamente inquietante.

Por haberse dado cuenta, acaso, que le quedaba solo la última bala. En la recámara del gobierno que pavorosamente se diluía. Massa, era, la bala. El Profesional que se atrevía, con ambiciones de crecimiento político, a la utopía de resolver. O de incinerarse.

Arrastraba una adversidad en las encuestas que sólo podía modificarse a través de la eficacia. Con la capacidad para generar soluciones. O algo más difícil aún, despertar ilusiones.

 

2.- Reacomodamiento

El resto es reacomodamiento. Realismo mágico, libro de pases, con despedidas y saltos siempre pintorescos.

Daniel Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol, vuelve a la embajada de la que nunca debió haber salido. En Brasil hizo un trabajo diplomáticamente memorable que le permitió crecer, hasta formar parte del bolillero de los presidenciables para 2023.

Silvina Batakis, La Griega, resulta ganadora con el recambio. Por su heroico acto de servicio, y por haber puesto el rostro y el cuerpo en la improvisación a la bartola, liga la joya del Banco Nación.

Gustavo Beliz, Zapatitos Blancos, confirma la vocación para la renuncia fácil. Apela a Nuestro Señor sin siquiera haberse arrepentido de la discusión mantenida en Los Ángeles con El Profesional. Por «chiveríos» de periodistas.
Y Domínguez, el Lindo Julián, como buen católico de campo adhiere al destino de don Segundo Sombra.

Julián se fue en silencio. “Como quien se desangra».

 

3.- Catálogo de desgracias

"¿Y si se le da?".

Los boletos para que la función salga mal ya están todos vendidos. Agotados.

No hay más localidades para el pesimismo existencial.

Desfila el peso inerte del gasto público. Temática que apasiona a los liberales de recetario televisivo.La peste de la inflación. Con la cantilena devaluadora y los precios que se elevan desesperados.

La pésima distribución de la riqueza, que convierte en piadosos dormitorios las veredas del centro de Buenos Aires.

Con la mochila de la deuda que instiga a cohabitar permanentemente con el quebranto. Y al jocoso cinismo de asumirnos como garcas definitivos. Se descuenta que nunca vamos a pagar.

Con la presencia hiriente de los miles de desposeídos que obturan el paso. El desplazamiento es un suplicio de miércoles. Y también de jueves.

Catálogo anticipado de desgracias que nos alejan espantosamente de la necesidad de construir un capitalismo tolerable en la sociedad descreída.

Pero cabe, de todos modos, la conjetura. "¿Y si la alternativa Massa sale bien?".

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Aunque los comunicadores de reacciones fáciles y rápidas se entretengan con las contradicciones del sujeto de referencia. Con los memes y videos viejos de broncas y divisiones superadas. Pero Massa mantiene, a su favor, la agobiante monotonía de la malaria popular.

El deseo irracional del argentino de encontrarle por fin la vuelta al fracaso y esquivarlo. El Profesional ambicioso sabe que puede crecer en el oficio sólo si resuelve. Si cura, o por lo menos atenúa, la sucesión irremediable de llagas abiertas que supuran.

 

4.- El derecho de fracasar tranquilo

Sin embargo “este país no se puede ir a la m…”.

Cuando amaga con recomponerse, Argentina se recompone de verdad, durante algunos años, aunque pronto marche candorosamente hacia el desperdicio histórico.

Prospera la creencia errónea: solo nos aguarda el fracaso con los brazos abiertos. O la disolución. Pero se insiste: “Argentina no puede quedarse en la m…”.

Con el argentino aferrado al canuto individual y entregado a la inexistencia de la causa colectiva. Lo aconsejable es no aferrarse a Massa. Ni tratarlo como un hombre providencial. El Profesional tiene el derecho de fracasar tranquilo. Como fracasa cualquiera.

Tiene la edad ideal para el poder, 50 años. Tiene contactos. Agenda propia. El conocimiento medular de los túneles públicos y secretos del Estado. La reconocida habilidad que contrasta con la imagen deplorable en el universo estricto de las encuestas.

Según nuestra evaluación posiblemente equivocada, cuando está en juego el poder la cuestión de las encuestas es relativa.

Pese a la adversidad numerológica, El Profesional conquista la centralidad, es motivo de severas descalificaciones, de rencores inapelables.

La superstición de las encuestas, o el cuento de la imagen negativa, cuando se discute el poder no tiene, en efecto, la menor importancia.