El contexto pospandémico lidia con secuelas innegables para la salud mental, especialmente por el impacto subjetivo y psicosocial de las medidas de cuidado que la pandemia implicó. Desde el comienzo, los especialistas advirtieron sobre la importancia de atender las evidentes consecuencias de la pandemia en general y del aislamiento social en particular, en la salud psíquica de la población. En efecto, la salud mental ya se encontraba en jaque antes y, una vez resuelta la crisis sanitaria, apareció una pandemia algo más difusa y silenciosa.
Cuando pensamos en la salud mental, es fundamental incorporar en el análisis el contexto social y político. Actualmente, multitudes padecen vulnerabilidades socioeconómicas estructurales, predisponentes de numerosas patologías asociadas (uno de los indicadores más fuertes de la morbilidad y mortalidad prematura en todo el mundo es el bajo nivel socioeconómico), mientras que quienes logran alcanzar un estándar de vida digno se encuentran inmersos en una sociedad que se rige bajo el imperativo del rendimiento. Es el caso que suele ocurrir en el mundo laboral, donde tendemos a explotarnos voluntariamente, creyendo que esto nos conducirá a la autorrealización. Una exigencia autoimpuesta que nos obliga a rendir cada vez más. Rodeados de frases motivacionales que aparecen tanto en la taza del desayuno como en el almohadón antes de irnos a dormir, el mensaje que funciona como mandato es: “Hay que ser feliz” o “Lograremos todo lo que nos propongamos”.
Son nuestros vínculos los que nos rescatan de los padecimientos psicológicos
En definitiva, si no resulta así, entonces algo debe estar mal con nosotros, ya que todo parece ser posible. Para el filósofo Byung-Chul Han, frente a esta frustración, el sujeto hoy no se rebela ante un sistema o un otro que lo oprime, sino que la agresión se vuelve hacia sí mismo y se traduce en depresión. Depresión que, junto con el consumo problemático de alcohol y la ansiedad, se encuentra en el podio de los trastornos de salud mental de la época. Ya en 2019, la OPS planteaba que los problemas de salud mental eran la principal causa de discapacidad y que, a nivel mundial, entre las personas que necesitaban atención psicológica, solo un 10% la recibía.
Esta crisis, exacerbada aún más por las consecuencias de la pandemia y por la crisis económica, ambiental y humanitaria actual, requiere abordajes integrales. El dispositivo psicoterapéutico del consultorio individual por sí solo resulta insuficiente para dar respuesta al volumen de demanda de atención actual. Queda más bien circunscripto a una mínima porción de la población y queda la mayoría afuera.
Frente al alarmante aumento de ideas y conductas suicidas en población infantojuvenil, se han identificado como factores protectores claros en su prevención y tratamiento la integración social y la calidad y fuerza de la red de apoyo con la que cuenta un individuo.
Los psicólogos sabemos que la calidad de nuestros vínculos y nuestro entorno es lo que rescata en muchos casos del padecimiento psíquico. Además, si hay algo que mejora el pronóstico en salud física y mental es la atención temprana. En este caso, las escuelas, por ejemplo, tienen un rol fundamental en la prevención, detección y derivación, pero no es posible que puedan cumplirlo si no cuentan con los recursos económicos y profesionales necesarios.
Al mismo tiempo, urge fortalecer las redes comunitarias para que puedan sostener la salud y dar respuesta ante el sufrimiento. A su vez, es indispensable formar profesionales de la salud mental flexibles, que se inserten en distintos ámbitos y que con sus saberes puedan aportar a la construcción de entornos más saludables. En este sentido es imprescindible que los psicólogos nos preparemos para trabajar interdisciplinariamente aportando nuestro conocimiento tanto de lo psicosocial como en la prevención del malestar psíquico y cómo abordarlo cuando se instala.
En definitiva, esta crisis de la salud mental nos convoca a armar equipos profesionales integrando las distintas miradas, para mejorar las condiciones materiales y sociales en la familia, en la escuela, en el trabajo y en cada comunidad. Ese es el gran desafío que tenemos como sociedad.
*Profesora en la carrera de Psicología de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.