OPINIóN
Reapertura de escuelas

La ecuación costo-beneficio para alumnos de barrios populares

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| Cedoc

Toda decisión de política pública debe basarse en un riguroso cálculo costo-beneficio, pero en la Argentina el debate por la reapertura de las escuelas parece teñido por el peso excesivo del riesgo de contagio. Sin embargo, estudios científicos en otros países (Islandia, Noruega, Corea del Sur, Australia, entre otros) sostienen que la tasa de contagio entre menores de 10 años se estima aproximadamente en un 50% que la de adultos y adolescentes. Asimismo, datos analizados en Suecia demuestran que los docentes no se contagian más que cualquier otro profesional (los taxistas se contagian 5 veces más que los docentes). La CDC de Europa recomienda retornar a clases pues datos observacionales sugieren que la reapertura no se asocia con un incremento de la transmisión comunitaria. Es hora de redefinir prioridades en nuestro país y a la hora de decidir dónde gastar “créditos epidemiológicos” las aulas parecen más atractivas que los casinos.

La pobreza infantil en Argentina asciende al 63% (Unicef) y esta población, la más vulnerable de las vulnerables, merece tener un cálculo de costo-beneficio propio. En Argentina, existen 4416 Barrios Populares (Renabap), en donde por razones de hacinamiento y otras condiciones precarias, el distanciamiento social enfrenta limitaciones. Cuando pensamos en el fantasma del contagio entre alumnos sentados en un aula, debemos reconocer como punto de partida que allí el contagio ya está sucediendo (o en su mayor medida, ya sucedió), en los espacios de uso comunitario o por la alta densidad de circulación en espacios físicos acotados. El peor de los mundos, la ecuación sólo arroja costo-costo, los niños sin distanciamiento, el fantasma del contagio activo pero desprotegidos y olvidados por el sistema educativo.

Al ensanchamiento de la brecha educativa, le agregamos el aumento de la deserción escolar. Para recuperar a aquellos alumnos que perdieron contacto con el sistema no va a ser suficiente acercarles un dispositivo electrónico, para subsanar ese lazo se necesitará de la labor de trabajadores sociales, en un abordaje integral con las familias. Asimismo, la escuela es un refugio físico, de contención social, especialmente para casos de adicciones y violencia (siendo el docente el que suele descubrir y denunciar el abuso). Por otra parte, en barrios con acceso deficiente a sistemas de agua y saneamiento, la escuela brinda infraestructura y educación sanitaria, considerando la importancia de acceder a elementos de higiene, modificar hábitos y difundir información de salud confiable.

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Sin duda, la falta de conectividad es uno de los grandes desafíos en este contexto de educación virtual, así como la dificultad para adquirir habilidades digitales en los quintiles más pobres de la sociedad. Pero tan o más relevantes son la falta de un espacio adecuado para el estudio y de disponibilidad de los cuidadores para oficiar de guía docente, tener que compartir el mismo dispositivo entre varios hermanos o estar a cargo de cuidar a los menores.

Nos interpela la verdadera tarea de hacer que los alumnos quieran aprender

Esta problemática se agrava en la primera infancia, cuanto menor es el niño, menor autonomía y más profundas las consecuencias a futuro. El desarrollo cognitivo, social y emocional durante los primeros 100 días de vida y hasta los cinco años tiene impacto definitivo en su vida adulta. Por estos motivos, en algunos países como Dinamarca, decidieron que el regreso al aula debía priorizar a los más pequeños.

En los BP, los espacios de primera infancia (EPI) cerrados implican un doble impacto negativo sobre: (i) el desarrollo infantil; y (ii) la sobrecarga de tareas de cuidado (usualmente sobre la mujer). De todas formas, las redes informales en los BP intentan replicar espacios de cuidado, de manera que esta población tampoco está exenta de contagio (pero sin beneficiarse de los programas especializados).

Finalmente, es importante comprender que el regreso a la escuela no puede ser entendido como un todo o nada: el país entero o ningún municipio; todos los alumnos al mismo tiempo o nadie; de lunes a viernes o nunca.

 Debemos ser creativos, explorar sistemas de alternancia, grupos reducidos, aprovechar los espacios al aire libre, patios de escuelas, canchitas, playones, etc. Lecciones aprendidas de experiencias pasadas con el virus del Ébola nos enseñan que ahora es el momento de ser proactivos porque cada día perdido tiene un impacto, debemos establecer alianzas entre el Estado y la sociedad civil para poder recuperar el lazo educativo con el segmento más vulnerable dentro de los vulnerables.

 

*Doctora en Ciencia Política, investigadora afiliada en el CEDH-Udesa, profesora en UTDT.