¿Qué pasaría si, dentro de unos años, Richard Branson, Jeff Bezos o Elon Musk salen a dar una vuelta al espacio con una nave ya más sofisticada que las que están usando ahora y se cruzan con extraterrestres? ¿Qué hacen? ¿Qué les dicen? ¿Tratan de comunicarse? ¿En qué lenguaje y en nombre de quién?
La posibilidad de que los magnates al frente de Virgin, Amazon y Tesla -o el que sea en el futuro- se encuentren con un hombrecito verde u otra forma de vida extraterrestre en una salida lejos del planeta es extremadamente improbable y hasta risueña. Pero esconde detrás un asunto que desvela a muchos científicos, desde hace bastante tiempo: ¿cuáles son los potenciales peligros de un eventual contacto con vida inteligente fuera de la Tierra?
Y, por otro lado: ¿es una buena idea salir al espacio, enviar mensajes hacia estrellas distantes o mantener programas con potentes instrumentos para intentar recibirlos?
Negocios. Son preguntas bastante pertinentes, incluso para los más escépticos, teniendo en cuenta que el negocio de los vuelos espaciales civiles ya es una realidad y forma parte de una industria que llegó para quedarse, incluyendo proveedores que van desde sistemas informáticos a combustible y oxígeno, que no están en esto por amor a la humanidad sino por el dinero.
Además, reportes recientes, como un informe que la oficina de Inteligencia Nacional del gobierno estadounidense presentó en junio de este año ante el Congreso, en Washington, muestran que, por otro lado, la curiosidad humana frente a las chances de que no estemos solos en el universo se está renovando.
En coincidencia con esa sesión parlamentaria, el New York Times señaló que “los objetos voladores no identificados, o fenómenos aéreos no identificados, como los llama el gobierno, han sido tomados más en serio por los funcionarios estadounidenses en los últimos años, comenzando en el 2007 con un pequeño programa financiado en secreto para investigar reportes de encuentros militares” de ese tipo.
El programa se llama Unidentified Aerial Phenomena Task Force (UAPTF, Grupo de trabajo de fenómenos aéreos no identificados) y fue presentado oficialmente en agosto de 2020 por el Pentágono, sin sonrojarse.
En un comunicado, el Departamento de Defensa norteamericano explicaba que el UAPTF tiene por misión “detectar, analizar y catalogar los fenómenos aéreos no identificados que podrían representar una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos”. Y que creó el organismo para “mejorar la comprensión y obtener información sobre la naturaleza y los orígenes” de esos objetos voladores.
Un ex director de la CIA, John Brennan, afirmó en un podcast de fines del año pasado que algunos de esos “avistamientos inexplicables” que estudiará la UAPTF incluyen fenómenos que son “el resultado de algo que aún no entendemos y que podría involucrar algún tipo de actividad que algunos podrían decir que constituye una forma de vida diferente”.
El reporte desclasificado en junio, por su parte, “marcó un punto de inflexión para el gobierno de Estados Unidos después de que el ejército pasara décadas desviando, desautorizando y desacreditando las observaciones de objetos voladores no identificados y ‘platillos voladores’ que se remontan a la década de 1940”, sintetizó la agencia Reuters al dar aquella noticia.
Comunicación. Así que, después de años de reírnos con películas que van desde “Plan 9 del espacio exterior” a “Día de la Independencia”, parece ser que los gobiernos creen de verdad que existen los extraterrestres, o al menos hay que considerar la posibilidad.
Frente a esto se renuevan preguntas que estaban de moda a fines del siglo pasado, y que también eran asumidas más con ternura que con interés científico, como las que giraban alrededor de los intentos por “comunicarse” con formas de vida fuera de nuestro planeta.
En el Pentágono hay un Grupo de Trabajo de fenómenos aéreos no identificados
Los ejemplos son ya parte de la cultura popular global, como las placas de oro y aluminio subidas a bordo de las sondas espaciales Pioneer 10 y Pioneer 11 en 1972 y 1973, respectivamente, la primera de ellas con el célebre “mensaje visual” de los dos humanos desnudos (dibujados con un estilo evocativo de Leonardo da Vinci) y un diagrama con la ubicación de nuestro planeta en el Sistema Solar.
Algunos años más tarde, en 1977, y también con el patrocinio del astrónomo estadounidense Carl Sagan, dos discos de cobre bañados en oro, de 30 centímetros de diámetro cada uno, conteniendo imágenes y sonidos de la Tierra, se despacharon con las sondas Voyager, lanzadas con destino a Júpiter y Saturno y más allá, y que todavía siguen mandando datos a las computadoras de la NASA.
Pocos días antes de la presentación del informe de Inteligencia Nacional ante el Congreso, el Washington Post publicaba un artículo en el que retoma los viejos recelos provocados por gestos como los discos que viajan en los Pioneer y los Voyager, bajo el título: “Ponerse en contacto con extraterrestres podría acabar con toda la vida en la Tierra. Dejemos de intentarlo”.
“Es hora de establecer algunas reglas para hablar” con eventuales seres inteligentes fuera de nuestro planeta, afirmó la nota del físico estadounidense Mark Buchanan, quien aseguró que “algunos círculos científicos ya han debatido si intentar contactar con otras civilizaciones es o no una buena idea”. La búsqueda de extraterrestres, señaló Buchanan, “alcanzó una etapa de sofisticación tecnológica” y los riesgos asociados requieren “una regulación estricta a nivel nacional e internacional”.
“Sin supervisión, incluso una sola persona, con acceso a una poderosa tecnología de transmisión, podría tomar acciones que afecten el futuro de todo el planeta”, advirtió.
Buchanan resumió lo que describió como los sesenta años durante los cuales “los científicos han estado buscando con radiotelescopios” y escuchado “posibles señales provenientes de otras civilizaciones en planetas que orbitan estrellas distantes”.
Mensajes. Entre los programas sobre los que apuntó el físico se encuentran el proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence), que tuvo, curiosamente, un activo y serio capítulo argentino entre fines de los ‘80 y mediados de los ‘90, y el más actual METI (Messaging ExtraTerrestrial Intelligence), “que no solo escucharía, sino que en realidad enviaría mensajes poderosos hacia otras estrellas, buscando establecer contacto”.
Otro intelectual muy activo en este frente es el antropólogo, también estadounidense, John Traphagan, conocido por libros como “Should We Lie to Extraterrestrials?” donde afirma que mensajes como los que viajan en las Voyager y Pioneer son “sexistas”, “racistas” y presentan una visión “utópica” de la civilización humana.
“Más mensajes como esos, o incluso como los códigos matemáticos que a veces se envían al espacio, podrían hacer que la Tierra parezca una presa fácil” o, “igual de malo, podrían hacer que parezca utópica”, especuló el antropólogo en una entrevista con la revista Forbes en julio pasado.
Traphagan añadió que, “si una civilización alienígena decidiera visitar la Tierra basándose en la evidencia de imágenes felices y hermosos sonidos” insertados en los discos de oro y, “en lugar del paraíso, encontrara un mundo de beligerancia, ¿se enojaría? Creo que al mentir sobre nosotros mismos en aquellos mensajes corremos ese riesgo”, completó este profesor de la Universidad de Texas.
Humanos. Pero hay un problema con los argumentos del antropólogo y el físico estadounidenses: creen que eventuales extraterrestres pueden reaccionar como los seres humanos, con comportamientos como agresión y enojo.
Se trata de miradas “muy antropomórficas de lo que pueden llegar a ser inteligencias extraterrestres”, dice e PERFIL el director del Instituto Argentino de Radioastronomía (IAR), Gustavo Romero.
Si existe la inteligencia extraterrestre tiene que ser diferente de la humana
El investigador apuntó que la experiencia que acumulamos sobre “choques de civilizaciones” se remite obviamente a la historia humana, en este planeta, y son relatos de pueblos que sucumbieron frente a otros más tecnológicamente desarrollados.
“Por eso creo -afirmó Romero- que esos términos no se pueden aplicar a posibles inteligencias extraterrestres que, seguramente, son completamente diferentes a la inteligencia humana y con patrones de conducta o motivaciones muy difíciles de clasificar dentro de nuestros esquemas conceptuales”.
“Se me hace difícil imaginar que inteligencias extraterrestres puedan tener intereses remotamente similares a los que podemos tener los seres humanos”, resumió.
En lo que sí concuerda el director del IAR es en que “deberían existir ciertos protocolos” en el caso de que una nave de otro planeta se presente ante los humanos. “Por ahora no hay reglas universales, pero existen intentos de generar algunas de ellas para que, si en algún momento se produce un contacto, tenga un impacto controlado sobre la cultura y el ambiente terrestres”.
Argentina. Romero, por su parte, recuerda con admiración el trabajo de los investigadores que participaron del programa SETI desde la Argentina, el único país del hemisferio que se puso a “escuchar” el espacio junto a sus pares norteamericanos.
Esas actividades arrancaron en 1986 utilizando uno de los radiotelescopios del instituto, que depende del CONICET y está ubicado cerca de la reserva ecológica del Parque Pereyra, a pocos kilómetros de La Plata, en la provincia de Buenos Aires.
Impulsados por el entonces director del IAR, Raúl Colomb, y el estudiante Guillermo Lemarchand, esas tareas se concentraban básicamente en escudriñar el espacio en busca de posibles señales desde estrellas cercanas a la Tierra.
Después de la publicación de los primeros reportes -que, en realidad, no presentaron descubrimientos-, los encargados del programa se pusieron en contacto con la Planetary Society de Estados Unidos y con el propio Sagan. Como resultado, desde la Argentina se envió a la Universidad de Harvard por un año a los ingenieros Juan Carlos Olalde y Eduardo Hurrell, quienes trabajaron allí junto al físico Paul Horowitz en la construcción de un analizador espectral de 8,4 millones de canales conocido como META II.
El desarrollo de ese instrumento, recuerda Romero, fue financiado por la Planetary Society con fondos provistos por Steven Spielberg, quien separó para ese fin parte de los ingresos que obtuvo con su filme “E.T., el extraterrestre”.
La mayoría de los preciosos aparatos utilizados por los investigadores argentinos terminaron haciéndose obsoletos con el paso de los años y algunos descansan “en el pequeño museo que tenemos en el instituto”, informa Romero. Colomb, por su parte, falleció en el 2008, Olalde y Hurrell se retiraron y Lemarchand -según su perfil en LinkedIn- trabaja como asesor científico de la Unesco en Europa.
“Hoy, la búsqueda de inteligencias extraterrestres desde el hemisferio norte se financia más que nada con fondos privados”, destaca Romero. “En el hemisferio sur, hasta donde yo sé, no hay actividades de este tipo”, completa.
Así que habrá que esperar que algún milagro radiotelescópico nos revele la presencia de vida fuera de la Tierra. O simplemente seguir soñando mientras volvemos a ver películas como “Contact”, con Jodie Foster, o “Arrival”, con Amy Adams, e imaginamos cómo puede ser un encuentro cercano del tercer tipo.
O conformarnos con seguir riéndonos con las travesuras de Alf, el peludo alien llegado desde el planeta Melmac.
*Periodista. Ex corresponsal de la Agencia ANSA en Washington.