Alberto Fernández ingresa en el tramo final de su mandato y, entre los tantos fracasos acumulados al cabo de estos tres años, se ubica la fallida diplomacia frente a China. Hay sobrados argumentos para sostener que Fernández careció de una política exterior coherente y consistente. La diplomacia kirchnerista se ha caracterizado más bien por la improvisación, un marcado sesgo ideológico y oscilaciones permanentes en las relaciones con terceros países (casos EE.UU. y Rusia, por mencionar apenas dos ejemplos). En ese marco también naufragó la estratégica relación con China, hoy en un estado de virtual estancamiento, muy negativo para ambas partes.
Desde el inicio mismo de su mandato, Fernández hizo grandes promesas a China que aún no pasan a realidades. El Presidente incluso viajó a Beijing en febrero de 2022 y adhirió a la controversial Iniciativa de la Franja y la Ruta, firmando una veintena de memorándums plagados de proyectos grandilocuentes, por más de US$ 23 mil millones. Muchos de esos proyectos no son novedosos, ya que se vienen arrastrando en las relaciones sinoargentinas desde hace una década.
Proyectos truncos. La lista de incumplimientos argentinos (frustraciones desde la óptica china) es muy extensa. El caso más paradigmático es el de la central nuclear Atucha III, cuya primera aparición en lista corta de proyectos que China financiaría en Argentina se dio en 2014, durante una visita oficial de Cristina Kirchner a Xi Jinping. De hecho, la propia expresidenta lo publicitó como un logro en su página web personal. El hoy preso y entonces ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, había sido puesto al mando de las negociaciones con la Corporación Nuclear Nacional China (CNNC), cuyo principal interés estaba en hacer funcionar su tecnología Hualong One fuera de China.
El proyecto de la central nuclear, cuya contraparte argentina es la empresa estatal Nucleoeléctrica SA, no tuvo avances concretos durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, ni tampoco durante la presidencia de Mauricio Macri, quien renegoció dos veces el acuerdo. Sí se firmaron memorándums, acuerdos de cooperación e incluso algún contrato comercial perimido por la falta de financiamiento, como en casi todos los proyectos que no llegaron a comenzar.
En cuanto a la infraestructura, hay otras decenas de proyectos que han quedado truncos. Varios se remontan también a las primeras visitas de Cristina Fernández de Kirchner a China y han intentado ser reflotados por el gobierno de Alberto Fernández. Destacan casos como el del Puente Chaco-Corrientes, el gasoducto a Vaca Muerta, la central termoeléctrica Manuel Belgrano II, el Río Subterráneo Sur de AySA, el polo logístico de Tierra del Fuego, dragados, conexiones eléctricas de alta tensión y mejoras de ramales ferroviarios.
A esto hay que sumar el parate en obras centrales que ya cuentan con financiamiento chino, como las represas de Santa Cruz, la obra de infraestructura más importante de China en la Argentina. Un reciente desembolso chino por US$ 212 millones intentó darle una nueva línea de vida a este proyecto, que ha sido atravesado por incumplimientos sistemáticos en pagos argentinos, problemas estructurales, juicios y crisis sindicales, entre otros males, desde 2013 a la fecha. Una década llevó que arribe a la Argentina la primera turbina del proyecto, que debía haber estado completado para 2019. Caso algún día se finalice, será otro capítulo de esta intrincada historia los más de 3 mil kilómetros de líneas de extra- alta tensión necesarios para conectar las represas con los principales nodos de consumo eléctrico.
Otro sector cargado de frustraciones y proyectos que nunca se concretaron es el petrolero. En un momento donde Vaca Muerta es presentada, incluso por el propio gobierno, como la gallina de los huevos de oro, China ha quedado fuera del negocio. Primero fue la salida de Sinopec de Argentina en 2020, tras padecer severos conflictos sindicales en Santa Cruz. Y luego habría que contar obras de infraestructura como gasoductos y plantas de licuefacción que quedaron en la nada. El espacio que China esperaba ocupar, tanto en producción como construcción, con empresas como PowerChina a la cabeza, por ahora pareciera no existir.
Pero no sólo en infraestructura y energía hubo inconvenientes en la relación. Por mencionar otros de los casos más paradigmáticos, en cuanto a temas centrales de la agenda bilateral que no se concretaron o bien no se resolvieron: el acuerdo porcino, la compra de aviones caza JF-17, el problema de la pesca ilegal en Mar Argentino por parte de embarcaciones chinas y la activación del tratado bilateral para eliminar la doble imposición, firmado por ambas partes en 2018. Son apenas algunos de los principales temas pendientes.
Diplomacia militante. Mientras tanto, China ha contado insólitamente con dos embajadores a su servicio en relación con la Argentina: por un lado, el oficial designado por la Cancillería china, Zou Xiaoli. Por otro, el no oficial, el argentino Sabino Vaca Narvaja, quien fascinado por la política y la cultura china perdió dimensión de la naturaleza de su cargo y a menudo terminó representando más bien los intereses chinos que los de su propio país. Vaca Narvaja ha sido quizás el producto más fiel de la llamada “diplomacia militante”, exaltada por el propio presidente Fernández cuando lo designó en 2020.
El balance para Argentina de esta fallida política exterior es muy negativo: importantes inversiones chinas se han paralizado o, cuanto menos, no avanzan al ritmo previsto, tanto en energía como en transporte y telecomunicaciones. Quizás el único sector que ha logrado despegar de manera significativa es la minería, impulsado por el creciente interés de las empresas chinas en el litio. Además, hay que destacar la ampliación del parque solar Caucharí, en Jujuy. Pero no mucho más.
Desde el año 2019 que no se concretan nuevos acuerdos importantes de financiamiento de bancos chinos en Argentina, algo que va en consonancia con el rol de China en la región. La administración de Xi Jinping ha virado en su estrategia hacia América Latina. Desde la pandemia del covid-19, solamente ha avanzado en algunos rubros clave en países con relaciones más cercanas, como muestran las fusiones y adquisiciones en compañías de energía en Chile (con quien tienen firmado un TLC) y Brasil (con quien comparten el Brics).
El gobierno argentino pareciera no dar cuenta del cambio de paradigma geopolítico que implicó el covid y la invasión de Rusia a Ucrania, especialmente respecto de la cuestión energética, la seguridad alimentaria y en términos de defensa, y lo que eso implica de cara a la relación con China y con otras potencias globales.
Déficit comercial creciente. Mientras las inversiones chinas se estancan (en realidad el financiamiento, porque son pocos los casos de inversiones directas de compañías chinas en Argentina), el déficit comercial no para de aumentar. El gobierno de Mauricio Macri logró reducir ese déficit crónico en la relación con China a US$ 2.441 millones a fines de 2019, mientras que el gobierno de Alberto Fernández lo está retornando a niveles récord por encima de los US$ 9 mil millones en 2022. Y lo que es peor, el volumen comercial no aumenta: se encuentra estabilizado desde hace casi dos décadas, con escasa diversificación y enormes oportunidades dilapidadas. En 2020, incluso se llegó al absurdo de cerrar la exportación de carne para tratar de frenar la inflación.
El canciller Santiago Cafiero, en su más reciente comunicación con su nueva contraparte china, Qin Gang, “hizo énfasis en la importancia de impulsar un comercio bilateral más equilibrado y diversificado, y remarcó también la necesidad de agilizar los procesos de apertura de mercado para productos argentinos”, según relata el comunicado oficial. Claro, Cafiero evitó referirse a la reprimarización productiva que significa la venta de poroto de soja a China (sigue siendo nuestro principal producto de exportación), en comparación con la venta de aceites y pellets a India y los países del Asean, por ejemplo. Por otro lado, los productos argentinos, más allá de la apertura de mercados, tienen problemas al competir en el mercado global, principalmente por restricciones económicas y financieras internas y, además, por la escasez de acuerdos comerciales que tiene firmados la Argentina. En ese sentido, Fernández ya dejó clara su oposición al posible acuerdo Mercosur-China.
Finalmente, hay que sumar el swap de monedas. En realidad, este “intercambio” no es tal desde la perspectiva de un país que no tiene moneda, como la Argentina. El swap no es otra cosa que un préstamo soberano de China en yuanes, convertible a dólares a un alto costo financiero. De hecho, el swap fue renovado y se acaba de ampliar en unos US$ 5 mil millones, con el agravante que China le concedió al ministro Sergio Massa el aval para utilizar libremente esa ampliación operando en el mercado cambiario. En total, el swap ya está en torno a los US$ 23 mil millones.
¿Todo esto es culpa de China? Claramente no. Argentina se ha convertido en una de las economías más cerradas del mundo, con un contexto absolutamente hostil para la producción, la inversión extranjera y para el comercio exterior en general, independientemente de qué país se trate.
Por su parte, China parece mantener reservas ilimitadas de “paciencia oriental” para lidiar con Argentina. Sigue habiendo gestos amistosos de China, tanto políticos como económicos. Seguramente, con el objetivo de tratar de mantener a flote una de las relaciones más trascendentes, pero también más complicadas de Beijing en Latinoamérica. Y, muy probablemente, ya con la mirada puesta más allá de diciembre de este año.
*Director Ejecutivo del Observatorio Sino Argentino.
** Cofundador de Reporte Asia.