La crisis del covid puso a prueba la realidad productiva de nuestro país, que ya venía de enfrentar años complejos. Sin embargo, tras el enorme esfuerzo realizado por la sociedad en su conjunto, despuntan señales de optimismo. Aunque resta recorrer todavía un sendero desafiante, durante el último año la actividad industrial experimentó un fuerte impulso, revirtiendo la caída en la inversión y en el empleo observada previamente.
Las empresas de la cadena de valor textil e indumentaria han acompañado esta trayectoria, según los resultados de la Encuesta Cualitativa que realizamos desde la Fundación Pro Tejer. Este relevamiento abarca una muestra representativa de la cadena de valor con más de ochenta firmas de diversos tamaños, regiones y eslabones: desde hilandería hasta marcas, pasando por tejedurías, tintorerías y confeccionistas.
La encuesta muestra que ocho de cada diez empresas mejoraron tanto su desempeño como su nivel de ventas en 2021, comparando contra 2019 (año que tomamos de referencia ya que 2020, por las razones que todos sabemos, fue atípicamente bajo). Uno de los aspectos más sobresalientes de esta performance, asociado a la reactivación de la actividad, ha sido la inversión. Prácticamente todas las firmas del sector invirtieron en nuevas tecnologías asociadas a la industria 4.0 y seis de cada diez efectuaron inversiones de tipo tradicional, como instalación de máquinas y mejoras en los establecimientos productivos.
Lo mencionado es consistente con las estadísticas a nivel nacional: en 2021 se verificó un récord de inversión de los últimos seis años, con más de US$ 200 millones para el sector (y ello sin contemplar la construcción de nuevas fábricas e instalaciones o la ampliación de las existentes, esto es considerando solamente los bienes de capital importados). La alta proporción de empresas que invirtieron en nuevas tecnologías es una excelente noticia, que refleja la respuesta positiva cuando los incentivos de la política económica apuntan a una revaloración productiva y cuya continuidad es clave para que el sector siga el tren de los avances de frontera.
Estas inversiones incluyen no solo nuevos métodos (e-commerce, robots de corte, impresoras digitales) sino también el desarrollo de productos de vanguardia como los textiles técnicos (ignífugos) y los segmentos de economía circular (que cuidan el medio ambiente fabricando a partir de desechos). También abarca el desarrollo de textiles inteligentes con contenido tecnológico: repelentes de insectos, antirrayos UV, antibacteriales y antivirales.
Estas innovaciones son de importancia estratégica no solo para el sector sino también para nuestro país, como se puso de manifiesto durante la pandemia. Al respecto, es difícil soslayar la versatilidad que tuvo la industria para reinventarse y abastecer las necesidades de insumos médicos cuando las puertas del mundo se cerraron: barbijos, camisolines, kits médicos… ¿Cuán importante fue contar con industria nacional? En ocasiones perdemos de vista las implicancias en términos de soberanía nacional que representa contar con un entramado agroindustrial de bandera.
En materia de empleo, el relevamiento también brinda señales auspiciosas. En 2021 más de la mitad de las empresas generaron más puestos de trabajo que en 2019. Sostener esta tendencia será fundamental para apuntalar la recuperación económica del país. Y aquí el sector textil e indumentaria tiene un rol central, ya que genera más de 500 mil empleos y tiene el potencial de duplicar en cinco años esta cantidad, si logramos una economía en crecimiento y sustentar en el tiempo el círculo virtuoso de inversiones, ampliación de la capacidad instalada, desarrollo de nuevos productos, sustitución de importaciones y aumentos de las exportaciones con valor agregado del sector.
Además, el sector representa más del 20% del empleo industrial en provincias como Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Chaco. Los segmentos de hilandería, tejeduría y tintorería fueron los que mostraron un mayor dinamismo, mientras que la confección se encuentra aún rezagada. Este último eslabón es el más vulnerable de la cadena y es donde más debemos esforzarnos para solucionar la problemática estructural que acarrea desde al menos tres décadas, constituyéndose actualmente como un cuello de botella: falta de talleres, alta informalidad, escasez de trabajadores calificados y baja productividad.
Otra dimensión por subrayar es la capacidad del complejo textil para aportar al país en términos de divisas, en el marco de su recurrente restricción externa. Es mucho lo que podemos avanzar en la sustitución de importaciones e incluso en la conquista de mercados externos. En el año 2021, el 27% de las empresas relevadas logró exportar y se espera que este porcentaje crezca en 2022. Desde luego, todavía queda un gran trecho por recorrer, por lo que resulta fundamental potenciar la agenda exportadora en los nichos de mayor valor agregado.
Por otro lado, seis de cada diez empresas efectuaron compras al exterior vinculadas en un 50% a la adquisición de insumos productivos. Es un hecho positivo ya que está asociado a la reactivación y a la agregación de valor local y, por ello, a la dinámica virtuosa de inversión y empleo.
La cadena agroindustrial textil y confecciones argentina es entre todas una de las más extensas, contando con elevados encadenamientos productivos. Desde la materia prima como el algodón, la lana y los camélidos; las fibras sintéticas derivadas del petróleo, pasando por la hilandería, tejeduría, tintorerías, diseño y confección hasta llegar a la prenda o producto final en mostrador: partiendo de los insumos, la agregación de valor es fenomenal. Y la Argentina cuenta con todas las capacidades para seguir agregando trabajo local.
¿Cuáles son las expectativas empresariales para 2022? El panorama sigue siendo favorable: ocho de cada diez empresas consideran que mejorarán sus ventas y su desempeño general, e incluso más de la mitad prevé tomar nuevo personal. Asimismo, siete de cada diez planean nuevas inversiones productivas procurando aumentar su productividad.
No obstante, también emergen algunas fuentes externas al sector que preocupan. El poder adquisitivo de los salarios aún no ha recuperado lo perdido en el período 2016-2019, lo cual podría debilitar el consumo en la segunda mitad del año. Además, el entorno macroeconómico general se manifiesta como un interrogante para las empresas.
Argentina tiene todo para seguir invirtiendo, ampliar su producción y generar empleo de calidad. Entendemos que este es el lente con el que debe pensarse la cadena textil. Desplegar una estrategia de desarrollo de mediano plazo, que pueda sostenerse en el tiempo y se constituya en política de Estado es, para todos los que hacemos la Fundación Pro Tejer, un punto trascendental para que la cadena despliegue su potencial, contribuyendo al fortalecimiento del entramado productivo a lo largo y ancho del país.
*Directora Ejecutiva Fundación Pro Tejer.