Uno de los textos fundadores de la economía política clásica –An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (La riqueza de las Naciones), de Adam Smith, escrito en 1776– se transformó en los pilares de la fundamentación del capitalismo. Esta obra se completa con los basamentos éticos del autor en The Theory of Moral Sentiment, de 1759.
La interpretación parcial que se le dio a este corpus teórico, basado en la concepción del egoísmo humano y el mercado como organizador de la sociedad, olvidó los planteos morales y distributivos del autor. Smith aspiraba a comprender cómo las naciones deberían organizarse para generar riqueza. Este libro fundante cobra sentido en los resultados de la pandemia de covid-19, contrarios al espíritu de sus reflexiones.
En un salto interpretativo, podemos inferir que si Smith leyera el informe de Oxfman (Oxford Committee for Famine Relief), no reconocería sus razonamientos en las consecuencias que trajo al mundo esta economía que genera contradicciones inusitadas.
El informe titulado “Las desigualdades matan”, presentado en el pasado Foro Económico de Davos, continúa con una serie de reflexiones como las que iniciara Göran Therborn en su texto “La desigualdad mata”, que analizó agudamente Rodrigo Lloret en este diario, en un artículo con ese mismo título. Therborn amplía estas ideas en “The Pandemic of Inequality and the Future of the World”. Por cierto, la voluminosa obra de Thomas Piketty se inscribe en este planteo.
Este informe –que se subtituló “Se requieren medidas sin precedentes para acabar con el inaceptable aumento de las desigualdades por el covid-19”– presenta una doble preocupación. Por un lado, el contenido escalofriante relacionado a cómo la desigualdad genera enfermedades y muerte –sumado al desempleo y la pobreza extrema–. Por otro lado, la escasa repercusión que tuvo el informe en el mismo foro presentado y en las instituciones del “multilateralismo” que abogan por los temas de su contenido. Veamos los principales indicadores analizados que se basan en fuentes del Crédit Suisse, el Foro Económico Mundial, The Health Foundation, ONU Mujeres, Forbes, World Inequality Lab, Fondo Monetario Internacional, Grupo Banco Mundial, Unión Interparlamentaria y numerosas investigaciones.
Para empezar, la pandemia creó un nuevo milmillonario cada 26 horas y los diez hombres más ricos del mundo duplicaron sus fortunas, mientras que 160 millones de personas cayeron en la pobreza y 17 millones perdieron la vida por el covid.
Las desigualdades, continúa el informe, son responsables de la muerte de 21.300 personas cada día. Esto significa que una persona muere cada cuatro segundos.
En relación con la salud, se estima que 5,6 millones de personas mueren al año por falta de acceso a estos servicios. Todas ellas pertenecen a países pobres. A su vez, la calidad de vida depende de lo que llamaremos la Gran Desigualdad.
A esta desigualdad que generó milmillonarios y pobres extremos, se le suma que los gobiernos gastaron 16 billones de dólares para hacer frente a la pandemia. Este dinero salió de las contribuciones tributarias de las sociedades en su conjunto con sistemas impositivos regresivos.
Esta regresión fiscal estructuró un sistema de dimensiones globales que hizo que desde 1995 el 1% más rico acapare más de veinte veces la riqueza de la mitad más pobre del planeta. Esta elite –que en su cima de los veinte milmillonarios más concentrados– genera 800 veces más emisiones que dañan la Tierra que la suma de los mil millones más pobres. Si solo diez de esos veinte milmillonarios gastaran un millón de dólares diarios, terminar con sus fortunas les llevaría 414 años. En contraposición a esto, 2,1 millones de personas mueren por año de hambre.
Solo podemos concluir que la riqueza extrema se mira en el espejo de su macabra contracara: la muerte por la desigualdad.
*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires.