La paz se ha vuelto cada día más urgente. La diplomacia creativa y realista tiene que ser la vía que deje atrás el rugido de las armas. Desde el Sur global, la Argentina no cesará de plantear en la Cumbre de las Américas, el G-7 y la Cumbre de los Brics- el imperativo de encaminar negociaciones que detengan la carnicería de la injusticia, las muertes absurdas y nuevos muros que se levantan para llevar humillación y dolor. Una guerra prolongada de Rusia sobre Ucrania puede suponer una catástrofe humanitaria sin precedentes. El 60% de la población mundial con déficits de nutrición vive en países afectados por el conflicto y su situación se encuentra agravada por el incremento en los precios de los alimentos y la energía.
La economía global se enfrenta a cuatro peligros latentes que se superponen para conformar escenarios de máxima alerta para la comunidad internacional. Riesgos de hambrunas generalizadas, escasez de energía, crisis de deuda y una reconfiguración desordenada de las cadenas de valor conforman un sendero de inestabilidad explosivo.
Para contrarrestarlos, debemos, en primer lugar, evitar que el trigo se utilice como arma de guerra y el hambre como moneda de cambio. El Papa Francisco durante la audiencia general de esta semana pidió que termine el bloqueo de los puertos en el Mar Negro. Cerca de 45 millones de personas esperan el trigo que duerme en suelo ucraniano por causa del bloqueo marítimo. Resulta inconcebible que esas vidas se transformen en un elemento más de presión para ganar una disputa que suma rehenes a distancia.
La Federación de Rusia y Ucrania concentran el 30% de las exportaciones de trigo del mundo. Más de 50 países, la mayoría en África y Medio Oriente, obtienen un tercio o más de su oferta interna de trigo de ambas naciones (FAO, ONU). Ucrania tiene 45 millones de habitantes, pero capacidad de alimentar a 400 millones. Siendo el cuarto exportador de maíz y el quinto de trigo tiene un rol fundamental en la provisión mundial de alimentos.
La escasez condujo hasta los dos dígitos la inflación de muchos países desarrollados, la más elevada en cuatro décadas. En tanto que, en muchos países en desarrollo, la inflación en el rubro de alimentos supera el 20% dificultando el acceso al cuidado nutricional y acrecentando la inseguridad alimentaria.
Segundo, la seguridad energética global demanda articular una doble diversificación, de fuentes de energía y de proveedores. Es fundamental mitigar los riesgos de la dependencia e incrementar la soberanía energética con una mayor producción de energías renovables. Rusia concentra 18% de las exportaciones mundiales de carbón, 11% del petróleo y 10% del gas. La disminución de la oferta impactó en el precio de la energía, así como en fertilizantes, plaguicidas y lubricantes. Todos insumos de uso intensivo para el sector agrícola que trasladó el aumento de costos al precio final de los bienes.
A diferencia de las energías contaminantes, las energías limpias están distribuidas en una gran cantidad de países y los mercados son más competitivos, reduciendo la concentración oligopólica, otorgando incentivos a la innovación y a la reducción de precios. La descarbonización de las economías tiene además el potencial de crear en América Latina 15 millones de nuevos puestos de trabajo de calidad (“El empleo en un futuro de cero emisiones netas”, OIT y BID).
Tercero, es preciso evitar una crisis de deuda extendida que pueda resquebrajar las instituciones de la democracia. Tres factores se combinan para aumentar el costo del crédito y conspiran contra la estabilidad de los mercados de deuda.
Una perspectiva al alza de la tasa de interés internacional, una baja en las calificaciones crediticias de muchos países y el vuelo hacia la calidad de inversores que dejan mercados emergentes por mercados menos volátiles.
En América Latina, la deuda pública aumentó a un ritmo considerable hasta promediar 72% del PIB, mientras que los servicios de la deuda superan en varios países el 10% del PIB. La región aún no termina de cerrar las cicatrices que los colapsos del sistema económico causaron sobre las democracias. El incremento de los commodities podría desencadenar crisis financieras en países con espacios fiscales acotados por mayores necesidades de importación y por un financiamiento más selectivo, como ocurrió con la reciente cesación de pagos de la deuda en Sri Lanka.
Cuarto, las sanciones económicas, junto a la pandemia y la digitalización acelerada, pueden impulsar una metamorfosis de las cadenas valor. Académicos como Paolo Pasquariello de la Universidad de Michigan y Robin Wright del Wilson Center analizaron el impacto de las sanciones económicas a lo largo de la historia para comprobar su bajo nivel de eficiencia para cambiar el comportamiento o la ideología de un régimen determinado (“Why sanctions too often fail”, The New Yorker).
Por el aumento en el precio del petróleo y el gas, Rusia triplicó su superávit comercial en los primeros cuatro meses de 2022 con respecto al mismo periodo de 2021. En este caso, el impacto de las sanciones se vio reducido por el desvío de comercio hacia mercados alternativos y por la mejora en los términos de intercambio (“Russia is winning the economic war”, The Guardian). La desaceleración de la economía global, la lenta recuperación de algunos sectores, como el turismo, y el regreso al confinamiento estricto en buena parte de China suman condimentos a esta reconfiguración.
Dos de las más prestigiosas ONGs del mundo, Oxfam y Save the Children, advirtieron hace pocos días que una persona muere cada 48 segundos por falta de alimentos en África Oriental. Los tres factores que ocasionaron esa calamidad fueron la mayor pobreza
derivada de la pandemia, la fuerte sequía que azota la región, y la guerra en Europa del Este. Sólo este último es producto de la voluntad humana.
David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, estimó que sin fertilizantes los rendimientos de los cultivos caerán 50% y que pronto nos encontraremos a las puertas de la mayor crisis alimentaria desde la Segunda Guerra Mundial.
Cada conflicto bélico terminó, tarde o temprano, con algún tipo de acuerdo. Estamos obligados a intentar acelerar los tiempos de la paz y evitar las consecuencias innecesarias de una dilación que solo traerá más dolor, más hambre y más muertes.
Las opciones se reducen a alimentar a las personas o alimentar el caos. La próxima Cumbre del G7 que tendrá lugar el 27 de junio en Alemania, donde la Argentina representará a la región, mientras que por Asia y África participarán India, Indonesia, Sudáfrica y Senegal, puede ser el ámbito de paz que el planeta necesita con urgencia. Desde Argentina lo plantearemos con todo énfasis. Cuando el mundo pone más énfasis en comerciar armas que en comerciar alimentos, el apocalipsis de la democracia no está lejos.
*Secretario de Asuntos Estratégicos. Presidente del Consejo Económico y Social.