Desde 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas, por iniciativa de los países miembros de la Unesco, proclama el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa, con la idea de “fomentar la libertad de prensa en el mundo al reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática”.
Pero hoy nos encontramos con desafíos que van mucho más allá de lo que hace tan solo unas décadas debía ser tenido en cuenta cuando se pensaban los medios de comunicación, sobre todo la radio y la TV.
El mundo cambió, hoy nos encontramos en una sociedad donde las tecnologías modificaron todo, pero más que nada las formas en que nos vinculamos. Redes sociales, plataformas digitales, algoritmos de reproducción y pantallas nos acechan permanentemente.
Este panorama nos permitió por ejemplo durante la pandemia seguir conectados, trabajando, estudiando y compartiendo con nuestros seres queridos una parte de la cotidianeidad, pero por otro lado abrió nuevos riesgos en donde surgen problemas que es necesario abordar.
Conectividad y comunicación hoy se presentan entremezclados en muestra vida cotidiana.
Necesitamos en nuestra vida diaria la conexión con los recursos y plataformas digitales: para la información, el entretenimiento y la formación, para el trabajo, lazos familiares y sociales, para participar y opinar. En suma, para nuestra condición de ciudadanos necesitamos hoy la “ciudadanía digital”: acceder a ese universo y aprender a desenvolvernos en él, apropiarnos de lo que nos sirve y descartar lo que nos perjudica, distinguir datos reales de falsos, saber quién nos comunica algo y con qué fin. Todo eso se aprende, es lo que desde la Defensoría del Público, junto a Unesco, denominamos alfabetización mediática e informacional.
Recibimos mensajes, escuchamos y leemos cosas en los medios y en las plataformas, pero hoy también emitimos, publicamos fotos, compartimos noticias y hasta subimos videos de nuestros momentos más íntimos. Eso lleva a que todo lo que circula, no solo tenga la intención de informar o mostrar algo, sino a veces de incitar al odio, de difundir información errónea o desprestigiar. El desarrollo de este nuevo proceso de viralización, no solo tiene que ver con la información en sí, sea esta verdadera o falsa, sino con las dinámicas propias del mundo digital, en el cual al intervenir producimos datos y eso es lo que alimenta una parte del juego.
Esos datos hoy son un bien de cambio, se compran y se venden y ahí también surge una parte del problema. La otra es la necesidad de captar nuestra atención, es decir que hoy somos los que damos nuestros datos a cada paso en el mundo digital, pero también al prestar nuestra mirada sobre lo que allí sucede, cerramos el círculo, consumimos y hacemos que todo siga creciendo. En ese nuevo territorio es donde tenemos que posarnos, constituirnos como sujetos activos y batallar por una comunicación democrática, que de paso a una real ciudadanía digital.
Está demostrado que los productos que más circulan, sean memes, noticias o información personal, son reproducidas porque nos emocionan. Un gatito tierno, un dato que me conmueve, una foto que me enoja, una reflexión con la que acuerdo y me hace sentir más seguro, el asco por quien hace aquello que creo que está mal. Nos movemos en un territorio en el que la reflexión y el análisis dieron paso al impulso, a la rapidez, que con sólo un click se puede saldar.
Este tipo de problemas se combate con un periodismo serio y riguroso, con un sistema de medios plural, con la propia regulación de las plataformas (tanto auto como con regulación), pero también con la formación de la ciudadanía sobre estos nuevos riesgos que, aunque siempre existieron, hoy con la ebullición de lo digital, se hacen más notorios.
*Doctor en comunicación. Director de Capacitación Defensoría del Público.