Sin el incesante barullo provocado por las oleadas del turismo, la Fontana di Trevi representa una de las imágenes más melancólicas de una Roma que sigue enfrentada a la pesadilla del virus. Con o sin pandemia, la fuente evoca de manera casi automática al seductor baño de Anita Ekberg junto a Marcello Mastroianni en La dolce vita, el célebre film de Federico Fellini, de quien se conmemora el centenario del nacimiento. En Italia, el aniversario ha generado una infinidad de iniciativas que pusieron bajo la lupa no solo el cine del director varias veces Oscar sino también a los diferentes Fellinis existentes.
Nacido en la entonces pueblerina Rímini, transformada con los años en “capital” del veraneo del Mar Adriático, el realizador sigue siendo muy influyente en la cultura de su país gracias a una versatilidad que, entre barbijos y encierros, puede convertirse, para quien esté interesado, en una poderosa vacuna anti-crisis. Repasando los libros publicados en los últimos meses sobre el Fellini no estrictamente cinematográfico se destacan numerosos textos.
Anarquismo y fascismo. Goffredo Fofi, reconocido crítico de cine y literatura, publicó, por ejemplo, Fellini anarquista, título que quizás pueda sorprender pero que, de entrada, lo dice todo: Fofi subraya que el realizador de films como el provocador Ensayo de orquesta desconfiaba de todo orden social, pasado o futuro, y tenía de hecho una mirada anarquista del mundo. Fellini, añade el crítico en un ensayo publicado en Internazionale, fue un precursor del impulso que Italia dio al concepto de ‘’diversidad’’ a partir de 1968, cuando diferentes grupos y organizaciones “comenzaron a ocuparse concretamente de los derechos de los enfermos de mente o de los discapacitados”.
Muchos de los “héroes” de sus películas son prostitutas, vagabundos, estafadores o desbandados de poca monta, todas figuras consideradas irrecuperables por la sociedad de la época. “El interés por el ‘diferente’, el marginal, el loco, dependía en parte tanto de mis ‘malas’ lecturas como de mi inclinación por las formas del espectáculo popular, entre los cuales el más popular de todos: el circo ecuestre”, aclara el mismo Fellini en una maravillosa autobiografía (Hacer una película) publicada en 1980, donde define a Giulietta Masina, su intérprete más icónica además de esposa, como “una actriz-clown, una auténtica clownesa’’.
¿Y el fascismo, cuáles son los recuerdos del joven Federico? Mezclando el horror con una irresistible ironía, Fellini describe en ese libro “el insoportable clima militaresco y mortuorio’’ que se respiraba durante una visita a Rímini de Achille Starace, jerarca del Duce Mussolini: “Starace llegó, bajó del tren y enseguida resonaron las trompetas. Poco después le presentaron a un mutilado al que llevaron en andas tras haberlo sacado de su silla de ruedas. En ocasiones como esas, los ciegos, los lisiados y los cojos se volvían repentinamente importantes. En esos mítines jamás vestía todo el uniforme, siempre me faltaba algo, los zapatos negros, el pantalón gris-verde o el fez’’ (gorra de la milicia fascista). Ese era mi tibio sabotaje para no parecer del todo fascista’’.
La mirada y los lugares. También salieron a la venta Amarcord Fellini-El alfabeto, una suerte de diccionario, Bajo el segno di Fellini, del reconocido semiólogo Paolo Fabbri, y Los ojos de Fellini, en el que Rosita Copioli, escritora y vieja amiga del director, cuenta las diferentes facetas, tanto del cineasta como del hombre, además de describir de la siguiente manera esos ojos: “Allí encontrabas todos los matices del alma humana”.
Otro texto original de este revival de libros italianos es Fellini mira el mar, cuyos autores, Roberto Puglisi y Anna Longo, escribieron una guía de 22 lugares de Roma y del litoral de la capital (playas, dunas, calles...) donde Fellini rodó muchas de las escenas de sus capolavori. Itinerarios que los autores aconsejan recorrer en bicicleta o en tren, respetando así el medio ambiente.
Hablar de Fellini es de hecho hablar de Roma, ciudad en la que el joven riminés aterrizó a finales de los años 30 como un migrante más lleno de aspiraciones. A partir de este dato, el director-actor romano Carlo Verdone observa en su reciente autobiografía (La caricia de la memoria) que Fellini es una de las pocas figuras del cine italiano que han logrado captar la esencia de la Ciudad Eterna: aquellos que han nacido en la zona del Adriático son los que ‘’han contado mejor a esta ciudad, como Fellini, Gianni Amidei, Ennio Flaiano o Pasolini. Para ellos el estupor es más fuerte, su descripción es más objetiva’’.
Distancia y cercanía. Entre los intelectuales que han analizado su relación con el séptimo arte figura nada menos que Italo Calvino, quien puso en evidencia cómo “el cine de la distancia” (los films americanos que llegaban a una Italia aún muy pobre cuando ambos eran jóvenes) fue completamente dado vuelta gracias “al cine de la cercanía total de Fellini”. Un giro copernicano cuyo mejor ejemplo es una de sus películas más personales, Amarcord, en la que emerge con fuerza la memoria de la infancia.
El Fellini “antropólogo” es quizás el más fascinante: ¿Quién si no el creador de películas como Los inútiles, 8 1/2 o La dolce vita ha logrado bucear con tanta lucidez en las mutaciones de la sociedad italiana, desde el boom económico hasta la irrupción de la TV berlusconiana o las incertidumbres crecientes de los años precedentes a su muerte, en 1993?.