En 2020, una pandemia arrolladora del Covid-19 puso en vilo a la humanidad. Las publicaciones científicas se aceleraron para comprender, tratar y mitigar los daños de esta infección. A principios de octubre, por la experiencia observada en otros países y la prevalencia de casos, el Ministerio de Salud (MS) de la Nación reconoció que las personas con obesidad que contraigan Covid-19 podrían sufrir una evolución desfavorable, poniendo en evidencia el impacto del tejido adiposo en la salud.
La obesidad es una enfermedad no transmisible que afecta a una parte considerable de la humanidad. La Organización Mundial de la Salud ha informado que más de 1.900 millones de adultos en todo el mundo tienen sobrepeso y casi un tercio de esas personas padecen obesidad. En Argentina, los datos publicados en la 4ta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo del MS muestran una prevalencia de Obesidad del 25,3%, un incremento del 73,3% con respecto de 2005. Estas cifras alarmantes la posicionan como un gran problema de salud pública.
Las principales organizaciones de salud la reconocen como una enfermedad crónica. A pesar de ello, el acceso a la atención profesional y el apoyo para manejar la obesidad de manera efectiva son insuficientes. En una época del año en la que la balanza cobra especial protagonismo, la obesidad requiere un enfoque de manejo integral, a largo plazo, para ayudar a las personas a lograr (y mantener) una pérdida de peso exitosa.
Surge, entonces, el siguiente interrogante: ¿es suficiente la pérdida de peso? La investigación ha demostrado que el tejido adiposo es un órgano endocrino heterogéneo y complejo, que secreta una variedad de moléculas biológicamente activas, que son importantes para la salud. Como cualquier tejido, puede volverse disfuncional y esto puede afectar la salud de una persona. También se reconoce que la obesidad puede afectar la salud de manera diferente.
Para algunas personas, la obesidad tendrá consecuencias metabólicas, para otras puede tener consecuencias mecánicas. Las guías canadienses (http://bit.ly/guia-canada) de diagnóstico y tratamiento de la obesidad refieren, con base en la evidencia científica, la necesidad de que los profesionales utilicen las herramientas y los recursos existentes para evaluar la distribución y función de la grasa corporal.
No es solo la cantidad de grasa corporal lo que importa en el diagnóstico. A nivel celular, la obesidad se define en función de la patología del tejido adiposo. Las pautas recomiendan que el tratamiento de la obesidad se centre en mejorar la salud, no solo en la pérdida de peso. Medir el éxito de los tratamientos, simplemente en función del peso corporal, puede hacer que se pierdan importantes beneficios para la salud. El objetivo en el manejo de enfermedades crónicas es mejorar la salud global.
Cuando se trata de tratamientos para la obesidad, la evidencia destaca que diferentes personas necesitarán diferentes tratamientos. No existe un tratamiento que funcione para todos. La selección de un tratamiento debe realizarse en colaboración con el paciente, abordar las causas fundamentales de la obesidad y concentrarse en lograr una mejor salud.
Las personas con obesidad merecen recibir atención basada en evidencia, que se contextualice a sus propias realidades y experiencias. Los profesionales de la salud debemos apoyar a los pacientes, escuchar sus preocupaciones y encontrar formas de ayudarlos en su propio camino hacia la salud.
*Docente de la Licenciatura de Nutrición de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.