“¿Cómo es la Navidad en Cuba?” suele ser la pregunta de rutina que me hacen todos los amigos argentinos desde que me radiqué en este país hace ya diez años. Tal vez me lo preguntan, creo yo, por esa añoranza que se me nota en el rostro y que en cada diciembre intento ocultar al responder: “la Navidad y el fin de año en Cuba es como un día cualquiera”. En efecto, son días estos naturalmente iguales al resto, pero no hay duda de que para la mayoría de los latinoamericanos tienen otro significado. Sin embargo, tengo que reconocer que gran parte de mi poco entusiasmo por dichas celebraciones no es de ahora; no tiene que ver con mi proceso de adaptación a otra cultura o sí, quizás-, pero la realidad es que nací y crecí en un país donde las Navidades han tenido, para más de seis generaciones, un significado diferente el cual ha estado, indefectiblemente, atravesado por las profundas y radicales mutaciones sociales que impuso el proceso político que vive la isla desde 1959.
Religión. Desde el punto de vista religioso, la mayoría de las familias cubanas forman parte de una “sociedad descatolizada”. Esto ha hecho que la Navidad se convierta, ni más ni menos, que en una fecha festiva más que religiosa, ocasión que es aprovechada por las familias y los amigos, cuando económicamente pueden, para reunirse, tal como ocurre en muchos países. Salvo en los últimos tiempos, no existe la tradición de ir a misa y mucho menos celebrar el nacimiento de Cristo. Y es que en la medida en que fue radicalizándose el proceso revolucionario cubano, las relaciones entre el Estado y la Iglesia, que durante los primeros años fueron cordiales, entraron en una espiral de confrontación que se tradujo en la expulsión de la isla de sacerdotes y religiosos cubanos y extranjeros y en la nacionalización de los centros de salud y enseñanza que estaban en manos de la Iglesia, mientras las autoridades eclesiásticas publicaron sendas cartas pastorales en las que se criticó severamente el rumbo del nuevo gobierno. Así, dichas diferencias, y con ellas el recelo y la discriminación para con todos los feligreses, se fusionaron al discurso y la praxis de la “sociedad revolucionaria”, obligando a muchos cubanos a ocultar su fe pues, de lo contrario, se ponía en juego la obtención de un trabajo o la entrada a la universidad.
Progresivamente, pero con intensidad, el pueblo se vio presionado a apartarse de las creencias religiosas y con ellas, por supuesto, de la celebración de la Navidad. Las iglesias pasaron a ser espacios cada vez menos concurridos y los pesebres navideños, representaciones indispensables para las familias más creyentes, desaparecieron por completo de los hogares, a excepción de alguna u otra familia que, además de transgredir la imposición oficial del ateísmo religioso, se empeñó en resguardar y restaurar, una y otra vez, cual tesoro, aquellos símbolos religiosos que formaban parte de su corpus identitario.
Economía. No obstante, si desde 1998, a raíz de la visita de Juan Pablo II a la isla, algunas celebraciones religiosas han sido restituidas de manera oficial, como la Semana Santa, o la propia Navidad, lo cierto es que la difícil situación económica que atraviesa Cuba es otro de los factores que ha coadyuvado a que la celebración pierda, incluso, aquella impronta festiva. Y es que cada vez más se dificulta el acceso a aquellos productos para elaborar un buen plato de arroz congrí, carne de cerdo asada, el tradicional “yuca con mojo” y la ensalada, ingredientes todos de un menú que, desde el Cabo de San Antonio a la punta de Maisí, son indispensables en cualquier celebración especial cubana.
Tal vez sea esta la causa, junto al no apego a la religión católica, lo que explica que en la “Navidad a la cubana” tampoco haya turrones, ni arbolitos, y mucho menos niños ilusionados que esperan regalos del ficticio y comercial Papá Noel. Nada de eso pasa. Dichas prácticas han sido vistas, aunque últimamente menos, como “reminiscencias pequeño-burguesas que van en contra de los principios de una sociedad socialista”. Así, atravesados por todas esas situaciones, los cubanos seguimos viviendo las Navidades con un color diferente a cómo la vive el resto de la región.
El año nuevo. Sin embargo, algunos cambios se pueden apreciar en los últimos tiempos respecto a cómo se celebra la llegada del nuevo año, fecha que se vive casi como una continuidad y en igualdad de condiciones materiales que la Navidad. Por mucho tiempo, el advenimiento de un nuevo enero estuvo licuado por los festejos oficiales del aniversario de la Revolución, situación que ha ido mutando en la medida que se ha ido dando, cada vez más, un alejamiento generacional de la sociedad para con la fecha y, por ende, para con el proceso. Con el paso del tiempo, se han dejado de escuchar gritos desde los balcones con consignas tales como “¡Viva la Revolución!” o “¡Viva Fidel!” durante los primeros minutos del nuevo año, o no hay llamados políticos a concentraciones masivas en las plazas de los pueblos para esperar la llegada del 1 de enero.
Si bien los medios de comunicación siguen empeñándose en poner el énfasis en el acontecimiento político, lo cierto es que los “festejos de fin de año”, como solemos bautizar a esos días, del 24 de diciembre al 1 de enero, son hoy festividades que han tomado otro matiz, donde el acontecimiento histórico pasó a un tercer plano y abunda la risa, el baile, el ron y la poca cerveza que se pueda conseguir, pero también la añoranza por ese familiar o amigo que vive lejos y cuya ausencia se siente.
Sin lugar a dudas, los cambios políticos y sociales acaecidos en Cuba a raíz del Período Especial -despenalización del dólar, creación de empresas mixtas, reconocimiento de la propiedad privada, aumento de las desigualdades sociales- han fundido una nueva sociedad, dando paso a una variedad infinita de formas de celebraciones familiares y comuniones entre amigos, las cuales se pueden extender, en una costumbre cada vez más difundida, hasta bien entrado el mes de enero. Eso sí: las carencias materiales y las profundas desigualdades sociales apenas se dejan ver frente a la nobleza infinita y a la alegría profunda que nos caracteriza como pueblo. Tal vez sea esto último lo que haga que en días como estos uno extrañe tanto.
*Historiador (Universidades de La Habana y Buenos Aires) [email protected]