OPINIóN
37 AÑOS DE democracia

No repetir el fracaso

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Desigualdad. | cedoc

Me invitan a reflexionar sobre cómo llegamos, tras treinta y siete años de gobiernos democráticos, a una situación en la que -así dice la invitación-, si tomamos como referencia el año 1983, los índices, económicos, sociales e institucionales, “marcan un retraso fenomenal”. 

Me duele admitir que mi generación, lejos de lograr sus objetivos de mayor justicia, mayor igualdad, mayor bienestar, se retirará en breve de la vida activa, política u otra, legando a sus hijos y sus nietos un país más injusto, más desigual, que más castiga a los que menos tienen, un país peor que aquel que, a principios de los setenta, soñábamos con transformar de raíz. Y si bien, claro está, no somos los únicos responsables de este fracaso, no podemos rehuir nuestra parte en él; desde el gobierno de la Alianza en adelante, lo que llamo “mi generación” ha estado presente de manera señalada en la vida política. 

Hemos fracasado en generar políticas duraderas que aseguraran mejor educación, mejor salud, mejor trabajo y futuro para todos. Hemos fracasado en generar un proyecto de país posible que pudiera sostenerse en el tiempo, más allá de las alternancias y disensos. Hemos preferido, ante las dificultades, denunciar las intenciones del enunciador antes que hacer frente a la realidad que nos atormentaba. No supimos o no quisimos construir consensos allí donde era más fácil agitar disensos –permitan que nombre así la malhadada grieta.

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No obstante, estos treinta y siete años no han sido solo eso; han sido también los años que han marcado en Argentina el período más prolongado de democracia, por más falencias que podamos reprochar a nuestras instituciones. Los años que han puesto fin a la pretensión de los militares de intervenir en los asuntos políticos. Los años de sanción del matrimonio igualitario y de una formidable mutación en las costumbres y las percepciones respecto de la orientación sexual en nuestra sociedad. Los años de eclosión del movimiento de mujeres, que está llevando a un nuevo cambio societal no menor que el precedente. Los años que habrán abierto la puerta a la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo que, eso creo y espero, será ley muy pronto.

Democracia, matrimonio igualitario, igualdad de género, aborto: nada de esto figuraba en la agenda de quienes quisimos cambiar el mundo en los setenta. Otros más jóvenes que nosotros (¿otres? ¿nosotres?) han hecho que sucedan nuevas cosas. Que la opacidad de un año de pandemia no nos oculte que también, en estos treinta y siete años, sucedieron esas otras cosas. Y que las dificultades de un año insoportable, que ha agravado de manera dramática una crisis que ya nos ahogaba, convenzan a quienes nos suceden de que no deben repetir nuestro fracaso. Que para poder imaginar un futuro mejor deberán forjar, sin prejuicios ni mezquindades, con inteligencia, imaginación y decencia, acuerdos sólidos y duraderos que permitan proyectar en el tiempo ese país que nosotros, los más viejos, no supimos conseguir.

*Socióloga, profesora UBA e investigadora del Conicet.