Hasta ayer, la grieta centrifugaba: los dos polos se alejaban entre sí y succionaban lo que había en el medio. La avenida que vislumbró Sergio Massa se estiró tanto que quien aspiraba a cruzarla moría de sed en el camino.
Desde ayer, la grieta te aprieta: como adentro de un compresor de chatarra, el que se queda en el medio muere estrujado. Al correrse hacia el centro, Cristina obliga a Macri a hacer lo mismo. Los votos talibanes ya los tienen, ahora compiten por los moderados.
En escasos trece minutos, Cristina envió un mensaje a cinco bandas.
Al peronismo lo convocó a la unidad: es aquí, es ahora. Hay lugar para todos: si lo perdoné a Alberto, te puedo perdonar a vos. De un solo golpe desmanteló al peronismo federal y le dio la razón a Juan Schiaretti: no sos un macho alfa, soy yo. Y feminista.
A Macri le pegó donde le duele: en la economía y en la interna. De la economía relató el sentido común, que no favorece al Gobierno. A la interna de Cambiemos, llámese Plan V, H o L, la atizó con una frase: “Los dirigentes debemos dejar de lado las vanidades personales y yo estoy dispuesta a aportar desde el lugar que pueda ser más útil”. “Da mucho miedo”, dijeron los radicales mientras se refregaban las manos.
Al círculo rojo le endulzó ambos oídos. ¿Ustedes no me creen que cambié? Miren, les pongo al amigo de Clarín, al que siempre habló con ustedes, al que renunció por el conflicto con el campo, al que me insultó en todos los idiomas. Relájense y vengan que ahora soy trumpista, no madurista. Dicen que en el FMI se oyó descorchar.
A los jueces no les habló, pero les dijo. Al correrse a la vicepresidencia redujo el impacto electoral de sus causas judiciales. Ustedes sigan nomás, que el candidato es otro; ¡pero cuídense! Porque vuelvo yo.
Pero la última banda es la más importante y la más incierta. Las cuatro anteriores definen la oferta política; incluyen a los partidos, las instituciones del Estado y los poderes fácticos. La quinta expresa la demanda: son los electores, el pueblo, la gente. En síntesis, los que van a decidir. Y Cristina tiene grandes pergaminos en creatividad política pero pobres antecedentes en estrategia electoral. Lo que hoy parece una jugada magistral mañana podría resultar un fiasco fenomenal.
Mientras tanto, funciona.
El kirchnerismo ya empezó a pacmanizar al peronismo residual. El Gobierno reaccionó como siempre: en negación. Es la primera etapa, después se enojan. A esta altura ya estarán masticando encuestas. En cualquier caso, el desafío los forzará a innovar.
Los mercados tendrán el fin de semana para procesar la novedad y amanecer tranquilos el lunes. La divulgación sabatina tuvo ese rédito adicional para Cristina, que se suma a la monopolización de las tapas del domingo.
La substancia ideológica del mensaje es simple: nacionalismo popular mata izquierdismo y antiimperialismo. Hoy pocos se acuerdan, pero en 2015 Macri quería volver al mundo suave de Obama. Cristina, en cambio, está cómoda en el mundo áspero de Trump.
Y porque sabe que el mundo está áspero, su frase más elocuente apuntó más allá del calendario electoral. Está claro, dijo, “que la coalición que gobierne deberá ser mucho más amplia que la que haya ganado las elecciones”. Hay que sumar para después, porque lo peor no pasó. Mientras la critican, le hacen eco hordas de ampliadores cambiemistas.
La decisión de Cristina consolida la grieta, pero la modera: habrá dos polos menos polarizados. Es una mala noticia para el peronismo federal. Es una buena noticia para el Gobierno, pero un problema para Cambiemos. No está dicho que sea malo para la Argentina, gane quien gane.
* Politólogo. Profesor de la Universidad de Lisboa.