OPINIóN
Columna de la UB

El financiamiento de los derechos

Es necesario el consenso y la austeridad de todos los actores para afrontar los desafíos venideros.

Derechos
No debemos engañarnos o caer en falsas ilusiones: la recomposición real de la economía argentina va llevar varias décadas, con independencia de los gobiernos de turno. | Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.

Durante el curso de 2019 se cumplen cien años de la sanción de la Constitución de Weimar. Si bien fue criticada por haber instituido un orden normativo laxo -que no impidió el acenso del régimen genocida nazi-, obró como disparador de numerosas cartas constitucionales e instrumentos legales que, afiliados en el constitucionalismo social, concibieron a la prestación social desde la órbita de los “derechos” y no como producto de la “caridad”.

Stephen Holmes y Cass Sunstein explican en su ensayo “El costo de los derechos. Por qué la libertad depende de los impuestos” que los derechos de los ciudadanos no son un don divino ni tampoco un fruto de la naturaleza. Tienen costos y son financiados con recursos públicos.

Para distribuir la riqueza, primero hay que generarla. Para ello, es imprescindible aumentar no sólo la contracción al trabajo, sino generar la mayor cantidad de valor agregado que nos permita reconstruir nuestro acervo patrimonial y, en un estadio posterior, distribuir racionalmente las utilidades generadas al amparo de la producción o del intercambio de bienes y servicios, sin que sean súbitamente dilapidadas o se dirijan hacia las arcas de un bandido o de un grupo de bandoleros.

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Lamentablemente, nos acostumbramos a un financiamiento asistemático de los derechos, desembocando de manera infausta en un desborde de la actividad estatal que, ante la ausencia de recursos, no niveló su gasto y lo costeó con deuda interna -vía emisión monetaria sin respaldo- o mediante el endeudamiento con los organismos multilaterales de crédito, pensando que ello era una actividad regular.

Es hora de dejar de jugar al solitario y hacernos trampa. Si la Argentina no evidencia una ecuación equilibrada en sus cuentas nacionales va a generar, como diría Churchill, escasez de arena en el desierto.

No debemos engañarnos o caer en falsas ilusiones: la recomposición real de la economía argentina va llevar varias décadas, con independencia de los gobiernos de turno. Cualquiera sea su orientación, se debe retomar la cultura del esfuerzo, del sacrificio, de la formación educativa sostenida. Nuestro proceder contrario durante muchos años nos propinó un descenso vertiginoso del lugar de privilegio que otrora poseíamos.

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Es necesario el consenso y la austeridad de todos los actores para afrontar los desafíos venideros. El propio Cardenal Primado de la Argentina, en el último tedeum, se interrogó acerca de si no será el momento de ir hacia un gran pacto nacional con mirada amplia y generosa, que no sea funcional ni coyuntural, dejando de lado mezquinos intereses sectoriales.

El esfuerzo común y sostenido nos debe devolver a una nación qué, en 1895, supo ocupar el primer lugar en materia de producto bruto interno mundial, y que adoptó un sistema de educación ejemplar que fue modelo para el mundo y acabó con el analfabetismo de su tiempo.

Tal vez haya llegado el momento de pensar la patria para las próximas generaciones, dejando de lado la búsqueda voraz de un consumismo efímero, producto de un atraso cambiario coyuntural o de una bonanza estacional en la comercialización de nuestros productos primarios, en aras de que nuestros hijos o nietos puedan cobijarse bajo el “paraguas de Weimar”, con riquezas genuinas, gestadas en base al intercambio real de bienes y servicios, y prudentemente distribuidas.

(*) Juez de Cámara en el Poder Judicial de la Nación por ante el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 4 y profesor de Derecho Penal en la Universidad de Belgrano.