¿De qué se habla cuando se habla de poliamor? El amor, en el sentido más profundo, es libre, porque lo opuesto sería amor esclavo, y eso no es amor.
Todo condicionamiento al amor no es amor, es control, es violencia. El prefijo “poli” viene del griego y significa varios, y sin lugar a dudas el amor siempre es poli, no se ama a una sola persona, cuando hablamos de salud emocional, al menos hay un mínimo de dos: el amor hacia uno mismo y el dirigido a otro ser.
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El amor dirigido solo a uno mismo, llamado narcisista, como lo enseña el mito de Narciso, de donde se acuñó su nombre, termina en el ahogo en la propia imagen, en el espejo, y eso no es amor, es algo patológico que concluye en la muerte y no en la vida que se expande.
Suele confundirse el poliamor con relación abierta. Una relación abierta es la que rompe con el formato, cerrado, de la monogamia, y se efectiviza el deseo de estar con otras personas. Cabe aclarar que tener un deseo no es lo mismo que realizarlo. Hay personas, o parejas, que dejan ciertos deseos en el plano de la fantasía, y ese es su combustible en la vida como en la cama. Pero las parejas abiertas se permiten realizar ese deseo, no desde la infidelidad, que es otra cosa, es engaño, sino desde lo convenido, desde lo acordado. Aunque no necesariamente abrir la pareja signifique poliamor, quizá solo se trate de encuentros sexuales o sexo-emocionales.
Monogamia no es esclavitud ni una pareja abierta es señal de mayor libertad, eso es un reduccionismo barato. En ciertas monogamias, elegidas, sostenidas en el tiempo y desde el deseo, puede haber más placer y libertad que en algunas parejas que se posicionan como abiertas y no generan más que vínculos vacíos, de usos y descartes, de descargas sexuales, atrapados en laberintos emocionales, en series de encuentros y desencuentros sin nada que invite al afecto profundo, y menos al amor.
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En el mundo de los afectos, del amor y la sexualidad, uno más uno no es dos. Hay que ver y experimentar, hay que pensar y sentir, hay que preguntarse y repreguntarse. Una pareja sostenida en el tiempo implica un trabajo de revisión, de replanteos, de creatividad para atravesar las crisis y de muchísimo diálogo. Aceptar abrir la pareja, o entrar en la dinámica de una pareja abierta implica acuerdos explícitos, respeto, diálogo, ser críticos con el formato asumido y aceptar las consecuencias que puedan suscitarse en el interjuego de encuentros con otros, con otras. Siempre es importante hacerse preguntas, en la pareja y en la intimidad de cada uno, entender posibles causas y consecuencias de lo que se decida, de lo que se haga o se deje de hacer.
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Desde que tenemos acceso a la historia hay crisis con los afectos, con el amor y sus derivados. En la tradición cristiana se dice que Jesús salva a una mujer acusada de adulterio, que iba a ser apedreada, diciendo: “quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra”. Nadie puede arrojar la piedra, nadie puede juzgar a nadie porque el mundo es una lotería de experiencias, de aciertos y desaciertos. El deseo y la realización de deseos, lo prohibido y la tentación, están en el ADN del ser humano. Pero lo que sí es determinante, y de lo que no debemos huir, es de la responsabilidad afectiva, de hacernos cargo de nuestro deseo sin dañarnos ni dañar a los demás. Luego, que cada ser se juegue por su vida y ojalá encuentre o bordee la maravillosa experiencia de amar y ser amado.