Hace ya casi dos años aparecía un nuevo virus, luego bautizado Covid-19, que sumergía al mundo en una pandemia. El temor, casi terror, inicial llevó a miles de millones de personas en el globo a encerrarse en sus casas -por decisión propia o aceptación sin mayor cuestionamiento de las disposiciones de los gobiernos- atentos a cómo se desarrollaba la situación. Pero a dos años del inicio de la pandemia ¿qué ha cambiado? Básicamente que el control de la situación ya no lo tienen los gobiernos, como sucedió al principio, sino que pasó de manera contundente a la sociedad.
En estos dos años, en lo que respecta al Covid-19 se han desarrollado una sucesión de mutaciones que permiten imaginar que el virus, contra lo que se pensaba al principio, va a permanecer con nosotros durante mucho tiempo. La variante actual, Omicron, representa un nuevo desarrollo del virus que es interpretado por la ciencia —y el sentido común— como una especie más contagiosa pero menos letal.
Un sentido común que parece querer decir algo así como que “ya que no es tan letal y estamos en gran parte vacunados, contagiémonos todos de una vez y hagamos languidecer y morir al maldito virus”. Es decir, en dos años naturalizamos la pandemia y le perdimos el miedo.
Primer Tiempo: los gobiernos deciden, dicen y mandan. La súbita aparición del Covid-19, la posterior pandemia, la falta de antecedentes y la inexistencia de una cura, sean vacunas, internaciones o tratamientos, sumió a la humanidad en el caos. Esta situación derivó, de forma hobessiana, en el consenso absoluto de que las decisiones debían ser tomadas por los gobiernos para tratar de enfrentar al monstruo.
Los gobiernos reaccionaron en general muy rápidamente y ordenaron, hasta tratar de entender lo que pasaba y sus posibles consecuencias, que las personas se aislaran por tiempo indeterminado en sus casas. Nadie debía salir y sólo había que gestionar el aprovisionamiento de las casas y preparar los sistemas de salud. El mundo se despobló.
Las decisiones gubernamentales de encierro obligatorio fueron acatadas urbi et orbi. Los espacios públicos quedaron vacíos. Solo se habilitaron horarios muy restringidos para el aprovisionamiento mínimo necesario de alimentos de las familias. Mientras tanto la cantidad de internados y muertos crecían drásticamente. El terror se expandía y con él el acatamiento absoluto a las decisiones políticas. Nunca, desde los antiguos imperios, los mandatos de los gobiernos gozaron de tanta legitimidad. Nunca, desde las monarquías, se otorgó tanta aceptación a la idea que el gobierno es tal en tanto protege a sus pueblos.
Las decisiones gubernamentales de encierro obligatorio fueron acatadas
La adaptación de los sistemas de salud y la búsqueda de soluciones como las vacunas que se fueron desarrollando contribuyeron definitivamente a esa gloria gubernamental. Los gobernantes encarnaban casi el ideal griego del buen gobierno. Decisión, democracia y consenso.
Segundo Tiempo: los gobiernos ya no deciden, no dicen, ni mandan. A la misma velocidad que el virus, la situación política fue mutando. Se comenzaron a desplegar, en formas diferentes pero en todas las regiones, resistencias cada vez más fuertes a las decisiones gubernamentales. Al principio, sobre todo contra el encierro obligatorio, y luego contra la vacunación.
Ya desde fines de 2020, pero claramente en todo el transcurso de 2021, a lo largo y ancho del globo fueron expandiéndose distintas formas de resistencia primero, y rechazo después, a las decisiones gubernamentales. Más allá de los argumentos -encierros, aislamientos, vacunaciones, restricciones a viajar, diagnósticos de la situación- el denominador común de esas resistencias fue el creciente rechazo al “absolutismo político gubernamental”, es decir, a la potestad política de decidir sobre la vida personal y social de las poblaciones.
En la medida que las poblaciones fueron aceptando la persistencia de la pandemia en el tiempo, se fueron sintiendo más seguras a partir de las defensas corporales, vía vacunas o contagios, y se comenzó a discutir acerca del sentido, la legalidad y la legitimidad de la centralización política del control de la pandemia. Reitero, las formas de resistencias y rechazo son varias, al punto que habría que interpretarlas en relación a la cultura de las poblaciones.
Las sociedades comenzaron a cercar a los gobiernos y a decidir cómo protegerse, transitar, circular, relacionarse, viajar, aislarse, desaislarse. Los gobiernos debieron replegarse, ceder su pretensión hegemónica, otear permanentemente el humor social y, a partir de ahí, tratar de gestionar la evolución de la pandemia.
Tercer Tiempo: Omicron devuelve (no tanto) la iniciativa a los gobiernos. El vertiginoso aumento de contagios provocado por la variante Omicron está actualmente devolviendo la iniciativa y el comando de la situación a los Estados que en algunos casos han implementado nuevas restricciones a la circulación, aprobación de pasaportes de vacunación y otras medidas. El aumento de contagios también ha incidido en el aumento de la preocupación en amplios sectores de la ciudadanía que ha optado por volver a replegarse.
Sin embargo, salvo un aumento alarmante de fallecimientos por la pandemia, los Estados, en particular en los regímenes democráticos, ya no tendrán el mismo grado de libertad de acción en la gestión sanitaria. La pandemia está ahora mucho más condicionada a las decisiones de los ciudadanos, aunque a veces estos se equivoquen…
*Director de la Licenciatura en Ciencia Política y Gobierno de la Universidad Nacional de Lanús.
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