En su libro, "Churchill: Walking With Destiny" (Churchill: Caminando con el Destino), Andrew Roberts cita a Winston Churchill después de que terminó la guerra en 1945, diciendo: "Por lo que he visto de nuestros amigos rusos, no hay nada que ellos admiren como tanto como la fuerza y no hay nada por lo que tengan menos respeto que por la debilidad, especialmente la debilidad militar". Churchill instó a Estados Unidos y Gran Bretaña a “unirse en una asociación fraternal para defender la libertad, no solo para nosotros y no solo para nuestro tiempo, sino para el siglo venidero”.
A lo largo de su asombrosa vida, Churchill cometió algunos terribles errores de juicio. Pero tuvo razón sobre Adolf Hitler en Alemania y tuvo razón sobre el dictador comunista y asesino de masas de la Unión Soviética, Joseph Stalin.
El líder ruso de hoy, Vladimir Putin, es un producto de la KGB. La Agencia de Seguridad de la Unión Soviética comenzó un año después de la muerte de Stalin en 1953, sucesora de la temida Cheka, GPU, OGPU, NKGB y NKVD, que enviaron a millones de ciudadanos soviéticos inocentes a la muerte o los desterraron a vivir una existencia inhumana en los gulags siberianos.
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Desde que Rusia comenzó su guerra en Ucrania el 24 de febrero, más de 10 millones de ucranianos han huido de sus hogares, incluyendo los más de 4 millones que son refugiados. Entre ellos, más de 2 millones de los desplazados son niños. Naciones Unidas estima que al menos 1.000 civiles han muerto y más de 1.700 han resultado heridos mientras el ejército ruso pulveriza ciudades.
Mientras las imágenes espantosas de ciudades ucranianas dan la vuelta al mundo -como las de los cuerpos en Bucha o la de una mujer embarazada que es sacada en camilla de un hospital de maternidad (que según los informes, tanto ella como su hijo por nacer no sobrevivieron)-, el Presidente Biden y otros han pedido que se responsabilice a Putin por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.
¿Puede esto pasar? Hubiéramos querido preguntarle a nuestro mentor, Simon Wiesenthal, un hombre que sobrevivió a duras penas al Holocausto nazi, quien junto a su esposa Cyla, perdieron a 89 miembros de su familia en la Shoá.
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Wiesenthal y algunos otros pocos sobrevivientes de la “Solución Final” de la Alemania Nazi buscaron arrestar y juzgar a los criminales de guerra nazis que cumplimentaron la visión de Hitler de una Europa “Judenrein”, es decir, libre de judíos. Trató de restaurar los cimientos básicos de la Justicia que el nazismo casi eliminó.
Wiesenthal quería criminales condenados que rindieran cuentas, no mártires por causas extremistas.
Wiesenthal observó con horror cómo el Tribunal de Crímenes de Guerra de Nuremberg posterior a la Segunda Guerra Mundial resultó no ser el comienzo sino el final de los juicios por crímenes de guerra nazis. Sin embargo, nunca abandonó la batalla y ayudó a llevar a otros 1.100 nazis ante la Justicia.
Wiesenthal murió en 2005. Si estuviera vivo hoy, creemos que señalaría cuatro puntos con respecto a las brutalidades de Rusia en Ucrania:
1. Wiesenthal solía decir: “La única diferencia entre el comunismo y el nazismo es la teoría”.
Nació en Buchach, una ciudad que hoy es parte del oeste de Ucrania. En 1920, la Unión Soviética invadió Buchach y Lvov y la NKVD (Policía Secreta Soviética) arrestó al padrastro de Wiesenthal, quien finalmente murió en prisión. Su hermanastro recibió un disparo y el propio Wiesenthal se vio obligado a cerrar su negocio. Todo esto sucedió antes de que Alemania invadiera y ocupara Lvov y la cercana Buchach en 1941.
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Los habitantes actuales de Buchach saben qué les sucedió a sus conciudadanos a manos de las fuerzas de Putin a unos 510 kilómetros al este de Bucha. Saben que si Ucrania finalmente cae, si la comunidad internacional no actúa, tal calamidad podría también ocurrirles.
2. En 1988, el dictador de Irak Saddam Hussein, descargó gas venenoso sobre ciudadanos kurdos, causando alrededor de 5000 muertes. La respuesta de la Comunidad Internacional fue silenciosa e ineficaz. Wiesenthal nos dijo entonces: “Los tiranos interpretarán el silencio del mundo como una señal de que no hay precio que pagar por los crímenes de lesa humanidad”.
Con otros tiranos observando cómo responde la Comunidad Internacional a las atrocidades de Putin -entre ellos el presidente de China, Xi Jinping, el Ayatolá Ali Khamenei de Irán y Kim Jong Un de Corea del Norte-, el precio que todos pagaríamos si permitiéramos que Putin se saliera con la suya sería devastador.
3. Para perseguir Justicia, necesitas hechos, no retórica. Estados Unidos, la OTAN, la Unión Europea y las Naciones Unidas deberían trabajar con Ucrania para construir un caso justiciable contra Putin y quienes cumplen sus órdenes. Lo que recopilan debe presentarse no solo ante el Tribunal de la opinión pública, sino ante un Tribunal de Justicia.
4. Con un Jefe de Estado potencialmente enjuiciado de por vida, el lugar del proceso judicial debe estar libre de prejuicios políticos. Un juicio contra Putin debería ser convocado por un Tribunal Especial de las Naciones Unidas.
Como Embajador no electo de 6 millones de fantasmas judíos, Wiesenthal declaró que los juicios de aquellos acusados de crímenes contra la humanidad deben servir como una advertencia para cualquiera que contemple perpetrar actos similares, de que ellos también serán tildados de responsables.
¿Putin será juzgado? No lo sabemos, pero los ecos de la Historia advierten al mundo: el precio de la inacción será catastrófico y de alcance mundial.
(*) El rabino Marvin Hier es fundador y Decano del Centro Simon Wiesenthal. El rabino Abraham Cooper es Decano Asociado del Centro y Director de Acción Social Global.