OPINIóN
ECONOMISTA DE LA SEMANA

Productividad inclusiva para generar una macroeconomía

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Mercados. Entre 1960 y 2020 hubo seis décadas de expansión del PBI. | cedoc

La economía argentina representa un caso particularmente negativo en relación a su desempeño desde al menos, la década de 1970. Un país extenso y con cierta riqueza de recursos que no logra graduarse como una economía de crecimiento e inflación estables. En este sentido, Simon Kuznets (1901-1985), Nobel de Economía, aludía a que tanto Japón como nuestro país eran casos atípicos dado que el primero, con pocos recursos, logró crecer y desarrollarse; mientras que Argentina, con disponibilidad de recursos, no logró hacerlo. Esto es particularmente curioso al notar que actualmente no solo podemos argumentar lo mismo, sino que estamos en un nuevo proceso de deterioro desde el inicio de la década de 2010.

Sería aleccionador preguntarnos, por ejemplo, qué ocurrió luego de los primeros años de crecimiento y estabilidad de la convertibilidad o, por otro lado, del crecimiento acelerado de la década de 2000. Las respuestas habituales se relacionan con el manejo inadecuado de las cuentas públicas, los instrumentos escasos para la gestión económica y la perspectiva poco sustentable de los hacedores de política económica, estos últimos muy limitados por los objetivos del poder político de perpetuarse en el poder. No menos importante es la ausencia de sustentabilidad e integralidad de la gestión económica.

El crecimiento económico es una condición necesaria para el desarrollo 

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Desde la argumentación de Kuznets, podríamos destacar dos tipos de procesos macroeconómicos que se identifican por sus diferencias y resultados. Por un lado, procesos inestables que presentan períodos limitados de tasas aceleradas de crecimiento, pero que en el mediano y largo plazo no se sostienen dadas las inconsistencias internas que se van generando en una estructura económica dual, con diversas intensidades en productividad y gestiones de política macroeconómica no sustentables. En este tipo de experiencias se encuentra la economía argentina.

Por otro lado, los procesos macroeconómicos estables, que generalmente se han caracterizado por presentar dinámicas de crecimiento de largo plazo, con tasas no excesivas, gestiones prudenciales sobre el comportamiento de variables nominales en aras de evitar eventos de volatilidad real y financiera, y con una administración de política económica de perspectiva sistémica que se aleja del enfoque unidimensional. Estos casos fueron observados en las experiencias de industrialización de países de Europa o, más recientemente, en algunos países de Asia.  

Naturalmente el desafío para los hacedores de política económica es generar un sendero del tipo estable en aras de sustentar procesos de largo plazo minimizando la frecuencia de crisis. En este sentido, desde el proyecto Productividad Inclusiva (PI) del IAE y de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral, destacamos que, más allá del crecimiento económico como condición necesaria de un proceso de desarrollo, es determinante el aumento de la productividad con inclusión social para abordar una macroeconomía sustentable. Las propuestas de la PI descansan, desde una ineludible perspectiva integral, en elementos dados por inversión, empleo e inclusión, como así también la necesidad de mejora y profesionalismo en la gestión empresarial. En concreto, se trata del objetivo de invertir principalmente en capital humano, esto es, educación y capacitación para la inserción al mercado de trabajo, así aumentar la productividad y el empleo formal. El desafío es que estos objetivos estén conformados como política de Estado, más aun frente a la nueva economía del conocimiento y la Revolución 4.0.

Desde esos aspectos, destacamos la experiencia de países que efectivamente sustentaron procesos de desarrollo a través del fomento a la productividad, el empleo y la capacitación. Un caso de estudio del proyecto PI fue Corea del Sur desde la década de 1960. Con luces y sombras, las políticas económicas se concentraron en la industrialización y, a su vez, la educación como uno de los principales factores de sustento. Una clara gestión de política integral que se alejó de la perspectiva unidimensional asociada solo al impulso del crecimiento macroeconómico. Adicionalmente, el desarrollo coreano no solo se destaca por sus resultados, sino por la aceleración del proceso de transformación productiva, principalmente a través de los planes quinquenales de desarrollo.

A partir de 1960 se produjo una expansión del PIB casi ininterrumpida donde la inversión física, la educación e investigación fueron factores transcendentales y simultáneos del proceso. Concretamente, el crecimiento promedio anual del PIB en el período 1960-2020 resultó en 7,2%, conformando seis décadas de expansión del PIB con períodos de mayor intensidad de crecimiento.

En simultáneo, la economía coreana es hoy la de mayor I+D del mundo en términos del PIB (4,7%) y, simultáneamente, la de mayor participación de robots en la industria manufacturera a nivel mundial (932 cada 10 mil trabajadores) y bajo nivel de desempleo (4%). En este desempeño se destaca que la inversión del sector privado en investigación y desarrollo representa entre un 70% y un 80% de la inversión total del país en esta actividad.  

Se agrega la rápida convergencia en términos de PIB per cápita con los países desarrollados, el cual hacia 1960 representaba solo el 8% del PIB per cápita de los países desarrollados y, posteriormente en el período 2010-2020, se sitúa en un promedio de 80% de esos países. Ese desempeño fue el resultado de la sostenida inclusión social en el mercado de empleo. Hacia 1963 la proporción de asalariados era 31,5% del empleo total, en 1990 la participación del empleo fue casi el 60%, mientras que en la década de 2010 fue 73% promedio.    

La inclusión social en el mercado de empleo fue la clave y los salariados el 73% para 2010

El crecimiento del producto y la generación de una oferta productiva determinada por bienes y servicios de calidad mejoraron las condiciones de inserción de la economía coreana en el comercio internacional, impulsaron el crecimiento económico y la generación de empleos con alta productividad. Por lo tanto, el énfasis también se dispuso sobre el crecimiento de la productividad, que fue conformado por fundamentos macroeconómicos estables y, entretanto, un fuerte impulso a la educación. De hecho, la tasa de promoción en la enseñanza primaria se estableció en 100% promedio en el período 1970-2020, mientras que en la educación secundaria, hacia fines de la década de 1990 el 93% de los estudiantes en esa edad escolar estaban inscriptos.

En suma y sin la intención de extrapolar experiencias dadas las diferencias idiosincráticas sustantivas, el proceso coreano no solo es un ejemplo posible de productividad inclusiva, sino un caso aleccionador de gestión de política económica. Más temprano que tarde la economía argentina debería soltar amarras de su sesgo cortoplacista por expandir para adoptar una perspectiva integral y de continuidad de políticas como en el caso de Corea.

 

*Economista e investigador del IAE Business School, Universidad Austral.