A primera vista, pareciera que no. Asumió el Ministerio de Economía de un gobierno con liderazgos cruzados, sin estrategia y sin horizonte temporal. Una papa caliente, con emisión e inflación galopantes, un déficit fiscal crónico y sin financiamiento interno ni externo. Tan frágil es el contexto en que el Gobierno se ha metido, que alcanzaría con que la oposición anticipe que no pagará los futuros de dólar o la deuda en pesos para cortar en seco toda posibilidad de controlar la situación, lo que, a su vez, precipitaría la derrota electoral del oficialismo.
Es evidente que Massa no la tiene fácil. Si pretende revertir este dramático cuadro, tiene dos frentes que atacar: el de cómo retomar el crecimiento (que el Gobierno metafóricamente llamaba “poner la economía de pie”) y el de la estabilidad macroeconómica (que el Gobierno metafóricamente llamaba “tranquilizar la economía”). Son dos objetivos. por ahora, esquivos. La economía no logró siquiera superar a la del gato y, en cuanto a tranquilizar, bueno…. estamos como Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios.
Para atacar el tema crecimiento, hay un ítem en la agenda que es excluyente: la liberación total del cepo cambiario y de las restricciones a las exportaciones. Gravar las exportaciones para subsidiar las importaciones, al tiempo que se libera la fuga de capitales y se prohíbe la remesa de utilidades, es la receta ideal para poner a la producción de rodillas y agonizar por siempre por las reservas (algo que el Gobierno metafóricamente llama “la restricción externa”). La liberación del cepo reportaría beneficios inmediatos sobre la inversión y la producción y bajaría los tipos de cambio libres. No hay Argentina de pie con cepo cambiario, y mejor hoy que mañana para salir de él. Néstor Kirchner sabía esto, por eso nunca fue por ese camino. Veremos si Rubinstein recuerda aquellos buenos tiempos.
Pero donde quiero poner la lupa es en el objetivo de estabilización, que también tiene un ítem excluyente en la agenda: el equilibrio fiscal. Néstor Kirchner supo tener superávit fiscal, luego el kirchnerismo perdió el rumbo. O quizás nunca lo tuvo y aquello fue fortuito. Nunca sabremos.
En este campo, el pesimismo es generalizado. Lo muestra el precio de los bonos. La llegada de Massa y las mejores chances de la oposición no se refleja en una mejora en el precio de los activos argentinos, a diferencia de lo que ocurrió en 2015. Ver para creer, dice el mercado. Incluso aquellos que piensan que la cosa va a mejorar tienen el convencimiento de que, antes que eso ocurra, las cosas empeorarán.
Este cuadro de pesimismo me hizo acordar a los primeros meses de la gestión de Eduardo Duhalde. En la posconvertibilidad había heredado una sociedad con expectativas desancladas. El valor del dólar había subido de uno a cuatro, en semanas. El Central pagaba más de 100% de tasa en las Lebacs y la economía seguía cayendo en lo que, eventualmente, sería una caída del PBI del 11%. La economía estaba en default y los bancos, cerrados. Pero el shock monetario de la pesificación asimétrica había generado un salto en los precios del 40%. En una economía paralizada y sin mecanismos de actualización, salarios públicos y jubilaciones se mantuvieron congelados. Con gastos frizados e impuestos que subían al ritmo de la inflación, el resultado fue una inmediata y contundente mejora en las cuentas fiscales. Un déficit primario de 1.300 millones en marzo (eran otros precios) mutó en un superávit de mil millones en mayo, para luego ya permanecer en territorio positivo. En junio, el país alcanzó un superávit fiscal por primera vez en mucho tiempo. El resultado de ese superávit fiscal de junio operó como un bálsamo, el mercado cambiario se estabilizó, el riesgo de los activos argentinos colapsó y la economía entró en un torbellino de crecimiento que duraría casi diez años hasta que, en 2011, el cepo lo cortó.
Digo que aquella situación me recordó a ésta, porque tiene similitudes. En particular, la habilidad que tiene el peronismo para atrasar sueldos y jubilaciones (las jubilaciones ya cayeron más del 10% en términos reales con este gobierno), sin recibir ni pedradas ni críticas. Ni hablar de implementar recortes en educación y salud. En educación sin que siquiera los chicos de Franja Morada protesten. Y en salud, bueno…, parece que no es cuestión de plata, alcanza con que sea Ministerio. El peronismo puede subir tarifas sin una protesta, al punto que casi se olvidan de hacer las audiencias públicas por las que Macri tuvo que esperar seis meses y luego escuchar ponencias durante una semana.
Esta ductilidad me hizo acordar a aquella situación porque, en ese contexto, la inflación resulta un arma letal contra el déficit. En 2002, la ductilidad era producto de una sociedad paralizada por el terror. En 2022, es producto de una corporación política y sindical que entiende que su proyecto político quedará herido de muerte si no permite correcciones rápidas.
Veamos entonces cómo sería un 2002 en el 2022. Asumamos una inflación del 5% mensual hasta fin de año y que Massa respeta la movilidad jubilatoria, pero logra mantener el resto del gasto nominal constante hasta fin de año en los valores de agosto (respetando, eso sí, las variaciones estacionales). Esos dos supuestos (¡qué fácil es decirlos!) alcanzan para que en noviembre el Gobierno muestre un superávit primario. Con estos supuestos, el déficit primario de todo el segundo semestre cerraría en 1% y el del año, en 2%.
Aunque en diciembre volvería a tener déficit por actualización previsional y aguinaldo, aun dejando las variables constantes en valores reales, el ajuste de este año permite un superávit primario de más de dos puntos del PBI en el primer semestre del año que viene. En otras palabras, igual que Duhalde en 2002, manteniendo el gasto nominal constante por unos meses, alcanza para cerrar la brecha fiscal.
Pero claro, una cosa es una planilla de Excel, que resiste cualquier cosa, y otra son las restricciones políticas que sabemos en Argentina arrecian, sobre todo cuando las cosas empiezan a mejorar. Mantener el gasto nominal constante requiere subir tarifas (para que no crezcan los subsidios), seguir licuando sueldos públicos y menguar programas. Ver para creer…, pero la taba está en el aire, y no parece imposible lograrlo, sobre todo para alguien como Massa que sabe que su futuro político depende de que lo haga.
Tiendo a tener un sesgo al optimismo. Pero nunca hay que olvidar el teorema fundamental del kirchnerismo: “siempre va a ser peor de lo que pensás”. En realidad, la situación parece más cercana a lo que enfrenta Oscar Isaac en una de las últimas películas de Star Wars. Ante un desafío imposible, reflexiona: “Hay un millón de maneras en que puede salir mal y una en la que puede salir bien. Pues intentémoslo”. n
Federico Sturzenegger, Profesor Plenario Universidad de San Andrés, Adjunct Professor Harvard Kennedy School, Honoris Causa Professor HEC París y Ex presidente del BCRA.