Hace miles de años, Alberto Fernández llegó a la presidencia luego de derrotar a Mauricio Macri en primera vuelta con casi el 50% de los votos. Llegaba con lo justo encabezando la formula del Frente de Todos Y derrotando a la otra gran coalición Juntos por el Cambio, que alcanzaba el 41% de los sufragios. En el mes de enero, desde nuestra Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública (@ESPOPok) que realizamos en la Universidad de San Andrés, medimos la aprobación del nuevo gobierno: la opinión pública se mantenía congelada en relación con la distribución de votos de octubre: el 50% aprobaba la gestión del gobierno y el 38% la desaprobaba. No había luna de miel, como suele pasar al mes de llegar un nuevo gobierno, sino partidismo.
Cuarentena. Con un estilo moderado, sereno y conciliador (al fin y al cabo, por eso había sido el candidato a presidente de una coalición cuya principal dirigente no tenía esas cualidades) el flamante presidente estaba listo para encarar su primer año de gobierno. Pero “el verano duró lo que tardó en llegar el otoño”, parafraseando mal al gran Joaquín Sabina. En marzo de 2020, el virus Sars-Cov-2 llegó a nuestras costas. Y el gobierno tuvo que dar un volantazo. A fines de ese mes se implementaron protocolos de distanciamiento social y finalmente la ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), el día 20.
Al inicio la reacción de la opinión pública fue muy favorable: la aprobación del gobierno en el mes de abril trepó al 67% y, en particular, el 44% de los votantes de Mauricio Macri aprobaban la gestión de Alberto Fernández. Un 68% de los votantes de las demás fuerzas opositoras también aprobaban la gestión del gobierno. Se había logrado despartidizar a la opinión pública.
Sin embargo, la extensión de la cuarentena y los costos económicos y sociales asociados a ello (por no mencionar los efectos psicológicos, el agotamiento y el cansancio) tuvieron un impacto en buena parte de la opinión pública, en especial entre los votantes de la oposición. En Julio sólo el 20% de los votantes de Macri y sólo un 38% de los votantes de las otras fuerzas políticas aprueban la gestión del presidente. Y en octubre apenas el 9% de los votantes de Macri y el 26% de los votantes de las otras fuerzas aprobaban al gobierno.
¿La causa de la caída de la aprobación puede ser la pandemia? Sí y no.
Derrumbe. En resumen, el apoyo extrapartidario que se había logrado capitalizar se derrumbó. Para marzo de 2021, justo un año después de la implementación de las medidas sanitarias, el gobierno se encuentra en su piso de aprobación: el 26% dice aprobarlo, mientras un 72% lo desaprueba. La erosión ya se siente incluso entre sus votantes, que si bien en su mayoría aprueban al gobierno (71%), ya un 28% lo desaprueba.
Desde aquella breve luna de miel de la inicial ASPO, la aprobación del gobierno se desmoronó en todos los segmentos sociales, al punto tal que no encontramos las diferencias estadísticamente significativas que solíamos encontrar entre los diferentes segmentos de nivel socio económico y generacionales.
¿Una causa posible de esa caída en la aprobación de la opinión pública puede encontrarse en la gestión de la pandemia? Sí y no. No hay que confundirse, no fue solamente la cuarentena, per se. Algunas decisiones del gobierno, más allá de lo atinadas o equivocadas, en el contexto de la ASPO no fueron bien recibidas: las idas y vueltas con la expropiación de la empresa Vicentin, la inclusión en la agenda pública del proyecto de reforma del poder judicial (que terminó con la renuncia de la ministra), las medidas para contener la compra de dólares, la sorpresiva quita de coparticipación a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (tras el conflicto insurreccional de la policía bonaerense), la descoordinación de los funcionarios en relación al tema Venezuela, las internas en el área de seguridad, la toma de tierras de algunos movimientos sociales y la incertidumbre -cierta o no, real o ficticia- respecto del rol y el peso de la vicepresidenta en la coalición de gobierno, que se ve reflejada en el avance de sus partidarios en las carteras ministeriales. A esto hay que agregarle la entrada de la segunda ola del covid, el escándalo relacionado con la lista de “vacunados VIP” que terminó con el ministro de salud expulsado y, más recientemente, la interna expuesta en el ministerio de Economía.
Los únicos que presentan un diferencial positivo de aprobación son los científicos
No fue solo la supuesta rigidez de las decisiones sanitarias y limitaciones al movimiento. El gobierno pasó de un pico de 67% en abril de 2020, para contraerse al 50% en julio de ese año y seguir contrayéndose al 35% en octubre, y seguir descendiendo ya menos aceleradamente al 26% en la actualidad. A eso hay que sumarle la dosis de múltiples y descoordinadas consignas de la oposición más extrema que no da tregua ni siquiera a sus propios miembros más dialoguistas, configuran el coctel de la multicausalidad de la reversión del humor social. Pero esta reversión del humor social no es solo dirigida hacia el gobierno. Alcanza a toda la dirigencia política, social y económica del país.
Antipolitica y pesimismo. Los argentinos tienen más opiniones negativas que positivas de todos los dirigentes políticos, del mismo modo que de la mayoría de los sectores, actores y organizaciones económicas y sociales. Ninguno supera el 50% de las opiniones positivas: ni los medios de comunicación (37%), los periodistas (37%), La Policía (34%), los empresarios (36%), la Iglesia Católica (27%), Los Bancos (28%), los sindicatos (17%), los jueces (13%), por citar solo alguno de los ítems que sometimos a evaluación en la ultima encuesta. En todos los casos el diferencial entre imagen positiva y negativa arroja saldo negativo. Los únicos sectores que presentan un diferencial positivo son los científicos (80%), las PyMES (70%), la Gendarmería y Prefectura (58%), el Campo (56%), las Fuerzas Armadas (53%) y los industriales (46%). Es claro que rankean mejor en el humor social aquellos que no están vistos de manera directa vinculados con la política.
Lo mismo sucede con los principales dirigentes políticos de los diferentes espacios. Ninguno supera el 50% de imagen positiva. Los dirigentes de la oposición con mejor imagen son Horacio Rodríguez Larreta (43%) y María Eugenia Vidal (39%); del lado del oficialismo el propio presidente Alberto Fernández (27%). Cualquiera sea el caso y el espacio político la imagen positiva es baja y predomina una mirada negativa hacia ellos: radicales (30%), Pro (25%), Peronistas (24%), kirchneristas (17%). En todos los casos, reitero, el diferencial es negativo: esto es, predominan las actitudes negativas por sobre las positivas.
El diagnóstico es preocupante. Hay mucha insatisfacción con la marcha general de las cosas (88%), pero no hay aún nadie que sea percibido como capaz de atender esa demanda. El pesimismo predomina. El 78% de los entrevistados considera que está peor en la actualidad respecto de un año atrás (percepción retrospectiva), mientras que el 58% cree que la situación del país dentro de un año será peor (percepción prospectiva).
Variables críticas. En esta situación el gobierno encara, por si todo esto fuera poco, un año de elecciones legislativas de medio término. Enfrentar elecciones en este contexto es, a todas luces, un escenario complejo. No obstante, hay tres factores que la coalición oficialista podría controlar de aquí a septiembre y que podrían impulsar una reversión del humor social:
* Un rebote de la economía que, según pronósticos, podría crecer entre 6% y un 7% en comparación con el pasado año, pero que depende fundamentalmente de poder controlar la expansión de los contagios.
* Vacunar, vacunar y vacunar: acelerar el plan de vacunación y llegar al invierno con una proporción alta de la población vacunada; algo que dependerá de las gestiones con los proveedores de vacunas y de acelerar el proceso de producción de vacunas localmente.
* Que no haya fractura en la coalición de gobierno y no exista una oferta peronista disidente o critica que capitalice el creciente descontento, restándole votos al gobierno, como sucedió en 2009, 2013 o incluso en las elecciones de medio término de 2017 en que el panperonismo fue dividido en 3 en muchos distritos.
La evolución y el control de estas son tres variables es crítico para la coalición oficialista.
Con respecto a las vacunas, en un mercado mundial escaso, conseguirlas no parece ser sencillo. En la situación actual, con la entrada del otoño y el inverno en la puerta, el gobierno se ve en la obligación de tomar medidas restrictivas: 41.000 contagios se registraron el viernes pasado. Pero esto implica un dilema: salud o economía. La opinión pública fue cambiante al respecto también. Al inicio de este proceso mayoritariamente se inclinaba por priorizar las medidas sanitarias, mientras que al final del año por priorizar la economía. En la actualidad la opinión está muy dividida: 44% considera que el gobierno debe priorizar la apertura de la economía, el 46% que debe priorizar la prevención del colapso del sistema de salud.
Las vacunas, en este contexto, son la vía para conciliar ese dilema. Si bien al inicio hubo dudas y, hasta denuncias por parte de la oposición acerca de la calidad de las vacunas, en la actualidad solo un 9% manifestó que seguramente no se vacunará. Comparativamente con nuestras anteriores mediciones la satisfacción con el plan está revirtiendo lentamente a medida que avanza la proporción de personas vacunadas. En la actualidad, no obstante, predomina un clima dividido respecto del plan de vacunación: 4 de cada 10 dicen estar satisfechos, mientras que 5 de cada 10 manifestó estar insatisfecho.
Nada indica que los desencantados de Fernández pasen a votar a la oposición directamente
Escenarios futuros. ¿Como evolucionará el humor de la sociedad en los próximos meses? La opinión pública es cambiante y sensible a los temas de coyuntura, pero en sus actitudes más profundas es estable. Por lo pronto, el gobierno tiene que evitar seguir perdiendo el respaldo de la sociedad a la velocidad que lo viene haciendo. Cultivar sólo el respaldo del núcleo duro (aproximadamente un tercio del electorado argentino) no alcanza ni para gobernar ni mucho menos para ganar elecciones. Seguir cultivando el apoyo de los propios exclusivamente es la clave para perder las elecciones de medio término.
Pero nada indica que los desencantados e insatisfechos votantes de Fernández pasen a votar a la oposición directamente y sin escalas. La incertidumbre reina sobre todo pensando en las alternativas que ofrece la oposición. ¿Será el ala dura e intransigente la que predomine y lleve la voz cantante desde la derecha de las opciones electorales? O en cambio, ¿serán los moderados dialoguistas los que ofrezcan alternativas centristas para salir del atolladero? ¿Qué sucederá en el espacio electoral que hasta ahora representa o representaba la coalición de gobierno? ¿Se mantendrá unida, también, en ese delicado equilibrio entre sus integrantes más extremos y sus moderados? ¿Aparecerán nuevas alternativas entre esos dos polos mayoritarios que capitalicen el descontento o crecerán los libertarios atendiendo esa demanda? El futuro inmediato es incierto.
*Investigador CONICET - Director de la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés. (@dgreynoso).