Cada septiembre nos reunimos con orgullo y con alegría, a recordar y conmemorar las glorias de nuestro ejército y el nacimiento de Chile como estado independiente. Estas celebraciones coinciden con un anticipo de lo que es la primavera en nuestros países. Lo pueblos de Chile de norte a sur se visten de los colores patrios, la cueca, la empanada, el vino chileno y la chicha toman un sabor distinto, mientras nuestra música folclórica suena como una gran sinfonía que despierta a los corazones más distraídos.
Hay mucho recordar y agradecer en estas fiestas. En primer lugar, la gesta heroica de quienes hace más de 200 años conquistó nuestra independencia en los campos de batalla de Chacabuco y Maipú, y nos legaron esa maravillosa libertad. Es un privilegio hacerlo desde aquí en tierra Argentina porque sabemos, esa fue una empresa de hermanos. Sin la generosidad y audacia del General San Martin y el valor Libertador Bernardo O’Higgins no habría sido posible. Sus vidas y ejemplos están grabados en la memoria de todos los chilenos.
Desde esta maravillosa Ciudad de Buenos Aires quiero iniciar las celebraciones de nuestras fiestas patrias recordando la robusta hermandad de nuestros pueblos. A chilenos y argentinos nos une la historia, la geografía, las tradiciones, el acontecer cotidiano y, por cierto, el futuro.
Si de historia se trata, nos quedamos cortos recordando solo el magnífico abrazo de Maipú. Ya en los albores de la Independencia, un grupo de soldados chilenos se incorporaron al naciente Regimiento de Granaderos a Caballo, a cargo del entonces coronel José de San Martin. Todos residían en las instalaciones de “La Fortaleza”, actual Casa Rosada y su campo de entrenamiento era la actual Plaza de Mayo. Uno de ellos, el soldado chileno Julián Alzogaray Coria murió en la Batalla de San Lorenzo por lo que la Primera Junta le reconoció a Andrés del Alcázar el grado de coronel y a su contingente el nombre de ¨Cuerpo de Granaderos del Reyno de Chile. ¨
Son muchas las generaciones de chilenos quienes hemos cruzado a esta gran nación Argentina, y muchos los Argentinos acogidos en nuestro país: Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi o el religioso e intelectual chileno Fray Camilo Henríquez, fundador del primer periódico chileno quien hacía lo propio en Buenos Aires entre tantos ejemplos.
De norte a sur de nuestro Chile y Argentina, las familias entre ambos países están emparentadas. La forma de vivir y practicar nuestra fe también encuentra su punto de unión. Tenemos el privilegio de contar con dos santos binacionales: el beato Ceferino Namuncurá -hijo de madre chilena- el joven santo mapuche argentino y Laurita Vicuña chilena radicada en Argentina en Junín de los Andes, beatificada por el Papa Juan Pablo II.
Querer a mi país es querer también y honrar las tumbas de aquellos que han contribuido a hacer lo que es mi país.
Cómo no sentir un orgullo patriótico, por Neruda, Mistral, Arrau o Parra, pero también por los cinco premios Nobel de Argentina y especialmente los tres de medicina que revolucionaron el tratamiento de importantes enfermedades.
Como lo decía tan elocuentemente el Obispo de Ancud al inaugurar el Cristo Redentor en Los Libertadores: “..Se desplomarán primero estas montañas antes de que Chilenos y Argentinos rompan la paz jurada a los pies de este Cristo redentor..”.
Un Presidente argentino, Nicolás Avellaneda, nos recordaba que “los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos. En cambio, los que se apoyan en sus tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”.
Nuestros padres de la Patria mostraron en su vida distintas facetas, pero tuvieron una en común, el amor a la patria. Nuestro Bernardo O’Higgins fue el primer patriota que nos enseñó el amor a Chile como una vocación.
Pero es bueno detenernos un momento y preguntarnos: ¿hoy qué es ser patriota? ¿Qué puede exigirnos el patriotismo hoy después de más de 200 años en que con la vida y heroísmo se logró conquistar la Independencia de nuestro país?
Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea
El patriotismo deriva del latín patres y nos llama, precisamente, a querer y ocuparnos de las cosas de los padres y a atender a nuestros orígenes. El patriotismo es, en consecuencia, una virtud que nos invita a preocuparnos por los demás, por el bien común, por aquello que cada uno puede hacer por su país.
Las cosas importantes en nuestras vidas como la patria, la familia, mis padres o hermanos son un regalo, no los elegimos, son un don del que tenemos que estar consientes y cuidarlo. Hoy no es casualidad que en el mundo se promuevan ideologías que intentan socavar instituciones como la familia o el amor a la patria precisamente porque en el fondo, lo que niegan es que detrás de todo don necesariamente hay un donante que trasciende lo meramente material.
El amor a la patria hoy se ve enfrentado a dos posiciones extremas que lo cuestionan. Por una parte vivimos en un mundo cada vez más cosmopolita con individuos globalizados o donde todo vínculo con la tierra lo presentan como irrelevante. Por otro lado, se exacerban los nacionalismos extremos, impulsando conductas patrioteras que pretenden hacernos pensar que para amar a mi país debo criticar u odiar a los otros.
Hay quienes tratan de confundir y deformar el verdadero sentido del patriotismo, y lo confunden con especie de exaltación de lo nacional, en oposición a todo lo que es extranjero, llegando incluso a promover discursos de odio. Nada más alejado del verdadero patriotismo que nunca nace del odio ni del egoísmo, siempre brota del amor y de la solidaridad.
El patriotismo consiste en reconocer, antes que individuos aislados, reconocernos como herederos y como guardianes de tradiciones, de paisajes, de historias, de vivencias, de instituciones que nos permiten ser lo que somos hoy día. Significa reconocer que después de Dios, es a la familia y a la patria a quiénes más debemos reconocer.
Hasta sus últimos días O’Higgins estuvo comprometido con Chile y y con su futuro. Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron “Magallanes, Magallanes”, y así expresaba hasta el último día de su vida, su verdadera obsesión por consolidar la soberanía de nuestro país en el extremo austral. Por eso escribió múltiples cartas al presidente Bulnes, bajo cuyo Gobierno y sólo un año después de la muerte de O’Higgins, logró incorporar a Magallanes como territorio de nuestro país, haciéndolo sólo horas antes que una fragata francesa intentará el mismo objetivo.
El Santo chileno Alberto Hurtado decía que “la patria más que territorio, montañas, mares, es una misión para cumplir”, y hoy día es bueno preguntarnos: ¿Cuál es la misión que nos corresponde a nosotros, los chilenos del siglo XXI?
Los Libertadores entregaron su vida y su sangre por conquistar la libertad y la independencia de Chile; hace pocas décadas, otra generación entregó lo mejor de sí misma para conquistar nuestra democracia, nuestra libertad y el respeto a los derechos humanos.
A nuestra generación nos corresponde también cumplir una misión, que es durante la próxima década transformar a Chile en un país sin pobreza, en un país desarrollado, que les asegure a todos sus hijos la posibilidad, la oportunidad de desarrollar los talentos que Dios nos dio, pero que también les asegure a todos sus hijos la certeza de una vida con dignidad para que puedan libremente vivir una vida más plena y feliz junto a sus seres queridos, junto a su familia.
Gabriela Mistral nos recordaba con bellas palabras estos valores “en la paz absoluta la suerte de la Patria se sigue jugando; sentir profundamente esta verdad es llevar en la faz y en el pensamiento la gravedad casi sagrada que nos legó nuestro héroe; tener presente esto engrandecerá nuestra vida cotidiana y hará de Chile un país mejor”.
Finalmente, estas fiestas son el momento adecuado para valorar y comprometerse con la unidad al interior de nuestros pueblos. No es trivial que nuestros dos libertadores hayan fallecido en el exilio. No debe haber sido fácil para ellos, pero ambos prefirieron ese sufrimiento a producir divisiones en su propio país. Al final del día, como nos recordaba Chesterton, los países no se aman porque son bellos, sino que son bellos porque se aman.
*Nicolás Monckeberg: Embajador de Chile en Argentina.