Como todos los años, estamos nuevamente frente a la tradicional celebración de la Navidad. Se ha convertido en una costumbre, se ha globalizado y penetrado en casi todas las culturas del planeta, hasta en las más alejadas de la tradición judeocristiana. Pero la manera de festejar tan entrañable celebración del nacimiento de Jesús ha variado y parece alejarse de su significación original.
La progresiva transformación de un hecho tan trascendente como es la Encarnación de la Divinidad –asumiendo todo lo humano, menos el pecado y que divide la historia universal en antes y después de su nacimiento– en una “fiesta” de consumo, ruidos y excesos, nos invita a una reflexión. El significado espiritual ha sido reemplazado por un significado material, pero también ha cambiado su celebración comunitaria, su modo de festejarse en las sociedades. Podemos encontrar un ejemplo de esta transformación en los villancicos.
Un hermoso libro de Emilio Breda, con ilustraciones de Raúl Soldi y de Norah Borges, los recopila bajo el título de Los villancicos del Ángel Gabriel, editado por Plus Ultra en 1986. Trae una serie de villancicos del Buenos Aires virreinal hasta el Buenos Aires porteño y, además, los del “viejo mundo”.
En estos cantares se advierte notoriamente la manera en que se abandona paulatinamente el espíritu comunitario de la celebración navideña. Ya no hay campanarios que resuenan ni gente en la calle cantando y adorando el pesebre. Los han reemplazado los arbolitos, las luces y los regalos. El ruido y la prisa se han apoderado de las ciudades. El Villancico del ángel lustrabotas comienza: “Está en la calle Corrientes o en el hall de una estación: en el Once, Chacarita, Retiro, Constitución. Es el ángel lustrabotas que pone brillo a sus pasos en las veredas porteñas de cada malevo guapo”. Y termina: “Y en medio de la locura de la gente caminando, pasa el ángel la franela con ritmo febril de tango”.
El Villancico del Once culmina con la sencillez y la pobreza con que Jesús se manifiesta: “Cantemos con alegría por ese Pequeño Niño, que, con su dulce sonrisa, hoy nació en un conventillo”. La realidad de la marginalidad también se refleja en el Villancico del transporte ausente: “—¿Adónde vamos, Gabriel? (preguntó Santa María). —Pues vamos hasta Belén para que nazca el Mesías. El ángel, José y la Virgen, parados en una esquina, esperaban el tranvía”.
Como bien lo expresan estos villancicos, Dios se hace hombre en cada una de las realidades adversas de este mundo: la precipitación que impide pensar en el otro, la pobreza, la carencia de lo necesario como el transporte y todas las formas de finitud que experimentamos en la vida social. Sin embargo, la Navidad nos recuerda que también esas limitaciones son transformadas porque Él “hace nueva todas las cosas”, como dice San Juan en Apocalipsis 21:5.
Si la Navidad se reduce a luces de colores, festejos banales, regalos, días feriados, viajes, compras, comidas y bebidas que insumen nuestro tiempo y nuestro pensamiento, será difícil reflexionar sobre el verdadero sentido de esta universal fecha del calendario. Nos impide pensar así en las realidades humanas que han sido elegidas para un Nacimiento…
Por eso sería bueno poder decir como el Villancico del llanto de María embarazada: “—No llores, Virgen María (le decía San Gabriel), que Dios hará un milagro cuando te nazca el bebé. No llores, Virgen María, despertarás a José. Ten confianza en tu Señor. Que te ilumine la fe. María llora y más llora, mientras aprieta un clavel y al ángel entre sollozos dice una y otra vez: —Yo quiero para mi Niño, para Jesús Emmanuel, tibia leche en mis dos pechos. Leche dulce como miel”.
Este recorrido por los cantos populares que tienen como tema la principal celebración cristiana nos muestra cómo se ha ido modificando no solamente su significación profunda, el nacimiento del Salvador, sino también la manera en que festejamos y vivimos la celebración. También nos muestra lo que permanece y sobresale. En un momento de tanta incertidumbre mundial y nacional, parece pertinente reflexionar cómo estamos viviendo no solo como creyentes esta fiesta, sino también como miembros de una sociedad. En un momento en que muchos no solo carecen por pobreza, desempleo, enfermedad, soledad sino también de un dónde y con quién festejar, sería un gesto navideño pensar cómo acompañar a los que no pueden no solo oír campanadas y contemplar un pesebre, sino que ni siquiera recuerdan qué celebramos el 24 de diciembre porque solo ven luces de colores y oyen ruidos con estruendos que poco remiten al Nacimiento. Es decir, volver al origen: todo empezó con Dios hecho hombre.
*Docente de la Universidad Católica Argentina (UCA).