OPINIóN
Guerra en Europa - opinion

Sueños del pasado imperial

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Los soldados ucranianos resisten ante el avance de Rusia. | AFP

El mundo vive una compleja y difícil transición. Emergen nuevos actores, las relaciones de poder se reconfiguran y retornan viejas narrativas para explicar las acciones de los Estados. La de un mundo unipolar como sistema liberal internacional liderado por los Estados Unidos y Occidente se agota ante estas nuevas realidades, entre otras razones por el debilitamiento de estos actores. La de un mundo bipolar retorna bajo la consigna de una “nueva Guerra Fría”, esta vez entre los Estados Unidos y China. Y sin embargo, la invasión rusa a Ucrania muestra que ambas narrativas son insuficientes para servir de guía en esta transición. El mundo es más complejo y las incertidumbres son mayores y múltiples.

Algunos de los nuevos actores que emergen en este mundo, particularmente en el ámbito euroasiático, para desafiar a sus protagonistas tradicionales, detentan un amplio espectro de agravios acumulados frente a Occidente. Rusia, obviamente, no escapa a esta situación. Antes y particularmente después de la implosión de la URSS, Moscú ha soportado desprecios, descalificaciones y apetencias de parte de Occidente, y ha visto desmoronarse el espacio soviético en una coyuntura donde vuelve a pesar, sin embargo, la importancia de las áreas de influencia en la competencia por restablecer o construir nuevas hegemonías en la transición global.

En este contexto, Rusia se percibe como una fortaleza asediada, amenazada por los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea (con la cual, no obstante, mantiene estrechos vínculos económicos) y aspira a recuperar su estatus de gran potencia en el concierto europeo y en el ámbito mundial y a contribuir, a su manera, a la reconfiguración del orden global.

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Ucrania, más allá de los alegatos históricos y culturales, es el campo de batalla en el cual Rusia aspira a dirimir en la actual coyuntura parte de los agravios sufridos y a neutralizar las amenazas a su seguridad. El instrumento para alcanzar estos objetivos ha sido la invasión armada del territorio ucraniano y la violación del derecho internacional promovido por una comunidad internacional de hecho fragmentada y dividida.

Pero más allá de este cuadro general, la decisión de avanzar con este proceder ha estado en las manos del presidente Vladmir Putin y muestra una determinación política, brutal y sin complejos, que ha olfateado la debilidad de sus oponentes y su impotencia frente a los hechos consumados. La narrativa de fondo remite, por otra parte, no tanto al pasado soviético –criticado por el mismo Putin– sino a un sueño nacionalista de restauración imperial, como lo atestiguan los oropeles de gran parte de la escenografía que lo rodea. La lógica del poder que mide las acciones de Putin no se arredra frente a la lógica de las sanciones económicas y de su impacto en la población rusa.

De ahí una invasión y una guerra desigual, asimétrica e híbrida por la ocupación de Ucrania cuya “recuperación” y neutralización aspira a convertir en parte de su legado. Sin embargo, la invasión lo enfrenta, a corto plazo, con varios desafíos: una resistencia sostenida de los ucranianos, tal vez con mayor apoyo (así fuere solo logístico) de Occidente; la dificultad de establecer y sostener algún gobierno de transición que permita realinear a Ucrania con los intereses rusos, y la imposibilidad inmediata de legitimar, tanto a nivel internacional como doméstico, este proceso y sus probablemente cruentas secuelas.

A mediano y largo plazo, no obstante, el desafío para Putin es mucho mayor. Como lo señaló en un discurso reciente y desde su prisión el bloguero opositor Alexei Navalny, Ucrania puede ser para Putin lo que Afganistán fue para el fin de la Unión Soviética.

 

*Analista internacional y presidente de Cries.