OPINIóN
Retratos digitales

Un genio que anda esquivando el éxito

El Observador comienza con este la publicación de una serie de perfiles de protagonistas de la transformación tecnológica que está viviendo el mundo, personalidades de Argentina y de otros países que se destacan por la trascendencia de sus logros. Hoy: Pablo Mlynkiewicz.

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Figura. Se destaca en el Laboratorio de Innovación e Inteligencia Artificial de la UBA y en la actividad privada. | cedoc

No lo verías venir.

Nadie, de hecho, podría darse cuenta, si se lo cruzara en Avenida San Martín al fondo, cerca del Acceso Oeste, uno de los tantos recodos complejos del conurbano; ahí por donde caminaba Sábato, a pocas cuadras de la biblioteca que visitaba Dolina cuando niño: Caseros.

Si viniera caminando de frente, y fuera una tarde cualquiera de abril, traería, a lo mejor, unos jeans medio anchos, zapatillas deportivas, y un sweater de esos que ofrecen con entusiasmo las tiendas de los centros comerciales de barrio, al ver que se viene el calorcito.

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¿Usaría boina? Tal vez. 

Eso responde a una de sus últimas decisiones altruistas. No cualquiera se afeita la cabeza para bancar a la mujer de su vida. Claro, después, el viento frío, por ahí, hace lo suyo. 

De todas formas, si este encuentro casual ocurriese, no te darías cuenta de que estás cruzándote con el jugador más valioso de la liga de los expertos en datos de la Argentina. Y esa desprevenida indiferencia no sería casualidad, sino fruto del culto al perfil bajo que el muchacho hace.

Para entender mejor el particular estilo de ascetismo que este prodigio de la Inteligencia Artificial practica, hay que considerar que su familia se cayó de la clase media cuando les remataron la casa de Flores, a comienzos de los ‘90.

Dieron vueltas -en espiral descendente- hasta que encontraron este pedacito del oeste donde se acomodaron. 

Pero el pibe traía en su sangre hebrea algo que conserva intacto. Uno de esos trazos que conmueven, que erizan la piel: esa íntima convicción de que el partido va a ser siempre cuesta arriba, así que cuando te quede una pelota en el pie pateá, y mejor que sea gol, porque tus chances de tener otra son muy pocas.

En su adolescencia le gustaron las matemáticas y se entendió bien con los números. Así que, a los dieciocho, cuando vio el cartel que anunciaba el lanzamiento de la carrera de Estadística en la Universidad Tres de Febrero -pegadita a su casa- se anotó. 

Y fue gol.

Después, como les pasa a los equipos sufridos, tuvo que aguantar el resultado. Vendió huevos en la calle mientras estudiaba. Ayudó a su mamá cuando su papá ya no estuvo, y se refugió en Cecilia, que lo acompaña desde el viaje de egresados de la secundaria y hoy es madre de sus hijos. 

Pero entonces vino el cambio de milenio y, con la transformación digital, los datos comenzaron a valer más y más. Y se convirtieron en el petróleo del siglo veintiuno. Y el muchacho de tono mesurado devino en una máquina de perforar suelos abstractos y gráficos de tendencia.

Todo se volvió cuantificable, mensurable, digitalmente clasificable. Entonces las estadísticas resultaron cada vez más necesarias; porque los datos, solitos, no dicen nada. Hace falta alguien que los agrupe, los filtre, los interprete y los sepa explicar para ponerlos al servicio de quien invierte en ellos.

Por eso, las empresas que lo entendieron primero lo fueron a buscar al joven que, detrás de una pantalla de computadora, empezó a saborear las tan mentadas mieles del éxito.

Dado que si te lo cruzaras en cualquier esquina y no habría un solo signo en él que te hiciera prestarle atención, podríamos enlistar en esta página las compañías y organizaciones que lo contrataron: ocupó puestos de liderazgo en el Gobierno porteño, en una de las grandes de las telecomunicaciones, y en varias multinacionales. 

Hoy día es el Jefe de Analítica de Datos de la firma de servicios financieros cuyo nombre es un color que, además, es una fruta. Los pajaritos cuentan que su trabajo es de lo más valorado de la empresa. Y sus saberes son fundamentales en el Laboratorio de Innovación e Inteligencia Artificial de la UBA.

“Pero en un momento te mareás -reflexiona en un café, en el ruidoso centro de Caseros- y yo me creí el éxito; por eso el otro día te decía que ahora lo esquivo. En 2008 trabajaba en una empresa de investigación de mercado farmacéutico, norteamericana, y me informaron que iban a echar a todos en mi área, menos a mí. Me ofrecían relocalizarme en Chile, pero no me pareció una buena propuesta, porque las condiciones no eran favorables”. 

Prefirió irse de viaje, tomarse un descanso. Pero entendió que él era distinto. Lo terminó de confirmar a su regreso, cuando casi sin dejarlo bajar del avión le ofrecieron seguir analizando números en una compañía mejor. “Ahí sentí que la empresa era yo. Toda la información que generaba mi área apuntaba a vender más, y sabíamos que mes a mes superábamos a la competencia. Éramos más rápidos, más eficientes (…) y yo laburaba veinte horas por día, pero no me importaba nada de lo que pasara a nivel humano a mi alrededor”.

De hecho, en el frenesí también se olvidó de sí mismo. Hasta que una noche se despertó creyendo que había tenido una pesadilla, y notó que no podía mover el cuerpo. Boca arriba, en la cama, durante unos minutos sintió “como si alguien me estuviera apretando el pecho (…) no pude ni decirle a mi mujer porque no entendía lo que me pasaba, y no podía hablar”.

No, no fue al médico ni al psicólogo. Investigó por su cuenta y le cayó la ficha: había que bajar un cambio, así que ante la incrédula mirada de su jefe renunció y se fue con Cecilia cuatro meses a Israel, a caminar evocando a Moisés. 

Si, en serio.

Porque como en la última década la ciencia aplicada a la tecnología no paró de evolucionar, explotó el Big Data y el joven de raíces polacas, mientras trabajaba, se hizo dos maestrías. 

“En la de la UBA, enfocada en Data Mining, conocí muchos compañeros de la colectividad y uno me nombró Walk About Love, un programa del gobierno israelí para que los jóvenes judíos conozcan el país caminando, como en el Éxodo. Pero en vez de cuarenta años -vaya aclaración- son cuatro meses durmiendo en carpa, bañándote una vez por semana, comiendo lo que encontrás”.

Así recuperó la humildad el que hoy enseña por todos lados cómo llevar a una organización a su máximo nivel. El mismo que reconoce que algo de sus orígenes se le cruza adelante, cada vez que mete la mano en el bolsillo. 

Es ese al que por estos días Cecilia le insiste con que “ya atravesaste el desierto, ya está, ya llegaste, ahora tenés que relajarte y disfrutar un poco lo que conseguimos”.

Pero a él le cuesta hacer menos sacrificio, trabajar un poco menos, dejar de lado la austeridad. 

Lo que no le cuesta nada es ese papel de los actores que parecen secundarios hasta que se destapan. Son los menos pensados, como este pibe de apellido difícil, que a veces se siente raro cuando enseña cómo hacer fortunas en pantalón corto y remera, desde su casa, frente a quienes visten pomposos atuendos hasta para aprender por Zoom.

Si fueran sus manos las que redactan este texto, de seguro ponerle nombre al personaje le resultaría lo menos importante. 

Pero como sé que va a pasar delante de tus ojos mil veces y no lo vas a reconocer, acordate este nombre: Pablo Mlynkiewicz.

* Docente del posgrado en Inteligencia Artificial y Derecho de la Facultad de Derecho UBA.