La crisis económica provocada por el Covid-19 y la situación de pandemia generada por la veloz circulación del virus ha impactado —en mayor o menor media— en todos los países del mundo.
La paralización súbita de la actividad productiva de bienes y servicios, de la circulación de bienes y personas, y los costos incrementales que se producirán al reanudarse la actividad en razón de las medidas sanitarias y de distanciamiento social que requerirán los nuevos métodos de producción y de desarrollo de actividades, harán que muchas de las pequeñas y medianas empresas o bien cerrarán sus puertas, o bien serán llevadas a situaciones de insolvencia. También las familias y los trabajadores autónomos, empleados públicos y privados, y hasta los emprendedores y trabajadores informales, recibirán el impacto económico-pandémico que algunos han llegado a calificar como “insolpandemia”.
El gobierno argentino no ha sugerido ni ha promovido aún —luego de cien días— medida legislativa para encarar la búsqueda de soluciones respecto de las empresas en crisis desde el punto de vista estructural; tampoco de las familias Ni siquiera ha tenido la mínima preocupación de dictar una nueva Ley de Emergencia Económica. La actividad legislativa se ha limitado a sobrevivir a una situación de zozobra que parece no terminar nunca, con parches transitorios como el IFE, los ATP, créditos blandos que parecen nunca llegar, un confinamiento in aeternum de la población, y hacer trascender que podría reformarse la Ley de Quiebras y establecerse un impuesto extraordinario —por única vez— a los “ricos”. Algo absurdo e inconsistente.
Una reforma a la ley de quiebras motivada por la emergencia sólo colapsaría el sistema de justicia cuando la empresas y millones de familias acudan a los tribunales para refinanciar más de 10.000 millones de dólares de deuda vencida y otros tantos de deuda contingente. Un impuesto que recaude por única vez 3.000 millones de dólares, no será siquiera una aspirina para enfrentar la gravísima enfermedad económica.
El problema económico hoy no es la deuda de las empresas y de la gente, sino cómo “…volver a empezar”.
Necesitamos urgentemente —como ocurrió en 1948 en Europa con el Plan Marshall— encontrar el modo de reconstruir la actividad productiva destruida por la pandemia y el deterioro anterior a ella. De hecho, el Profesor David Autor, titular de la cátedra Ford de Economía en el MIT, está pensando en esta iniciativa para los Estados Unidos.
Pero esta vez los argentinos deberemos hacerlo solos. Nadie vendrá en nuestra ayuda. Y ya no tenemos ahorro público ni crédito.
La estructura de este plan extraordinario de rescate para la Argentina debería asentarse en cinco ejes de recuperación de carácter operativo: (i) un instrumento titulizado de reperfilamiento de la totalidad de deuda privada y pandémica de las empresas; (ii) un segundo instrumento titulizado para el reperfilamiento de la deuda privada de las familias argentinas; (iii) un plan voluntario tendiente a la capitalización de los créditos que el Estado nacional, provincial o municipal tengan con sociedades, con una opción de rescate en un plazo de diez años; (iv) la creación de un instrumento —bono— de fomento para la reactivación empresaria y económica de la actividad productiva; y (v) un nuevo diseño del Estado, las relaciones laborales y el sistema tributario. Los títulos emitidos podrían funcionar —además— en el mercado como una suerte de cuasimoneda. Y hecho esto, habrá que “…volver a empezar”.
Hay que innovar. Es un nuevo tiempo, y hay enormes desafíos, también nuevos, que requieren de imaginación, innovación y trabajo. Se agotó el tiempo de pretendidos discursos épicos llenos de generalidades y de conferencias de prensa erráticas y vacías de contenido. Gobierno de los argentinos “… a las cosas.”
*Doctor en Derecho, Profesor Titular de Derecho Comercial de la UBA, autor de la Ley de Quiebras.