A primera vista, la presentación del último libro de Loris Zanatta, Fidel Castro. El último rey católico, en el marco de las actividades de Cadal, podría resultar desconcertante: mientras que todo indica que se trata de un texto destinado a ser objeto de fuertes polémicas intelectuales y de más de una querella política, las palabras con las cuales ambos presentadores abrieron sus intervenciones se alinearon, en cambio, en total coincidencia con los argumentos nodales de la obra. “Obvio, pero nadie lo había pensado antes” es, según Sabrina Ajmechet el Castro de Zanatta, “vindicación tardía”, lo llamó por su parte Manuel Cuesta Morúa.
La paradoja se advierte desde el propio título del libro: ¿cómo es posible vincular a Fidel Castro, ícono indiscutible del comunismo y la izquierda revolucionaria latinoamericana y mundial, con la figura arcaica de un rey católico? Es solo una metáfora, podría argumentarse, resultado de la nula empatía que Zanatta confiesa sentir por el castrismo. Pero, aún para quienes no han transitado el texto, el propio autor se encarga de descartar esta posible lectura: la figura del rey católico no remite a ningún recurso literario o propagandístico, menos a una mera chicana política, es, en cambio, la clave fundamental que pone en juego para explicar no solo a Fidel Castro, sino también el devenir de la revolución cubana, del populismo latinoamericano y, de un modo más profundo, de una parte relevante de la “historia contemporánea tout court”. La centralidad de Fidel Castro en la historia del siglo XX, que Zanatta describe con una mezcla de admiración y horror, logra que su biografía se convierta en una historia que explica mucho más que el destino de su persona.
Hipótesis. ¿En qué consiste la hipótesis del libro? Zanatta argumenta que Castro solo es comprensible si consideramos que sus miradas del mundo, sus obsesiones políticas y el régimen que fundó y condujo se sustentan en un nacionalismo populista de raíces hispánicas y católicas, más precisamente, jesuitas. Incluso su identidad comunista, con la que Zanatta sabiamente no entra en disputa, encuentra en este conjunto de convicciones su clave explicativa: “El comunismo es el nuevo cristianismo”, es la frase de Castro que Zanatta nos recuerda para avalar su hipótesis. Se trata de un pensamiento confesional y fanáticamente antimoderno, internalizado por Castro en sus años de convivencia con la estructura social de la Cuba atrasada del Oriente campesino, en su educación como pupilo en un colegio jesuita (su verdadera familia, al decir de Zanatta) y con sus lecturas que en nada se distinguirían de las de un falangista español de los años treinta, incluyendo Mi lucha.
Muchos de estos datos eran bastante conocidos, incluso se ha reiterado hasta el cansancio la anécdota de Castro liderando su guerrilla con una medalla de la Virgen en el pecho. Pero, y aquí reside uno de los grandes aportes de Zanatta, lo que, para muchos, se explicaba como un pasado borrado por la decisión de pasarse (esta es la palabra fundamental) al campo de la izquierda revolucionaria marxista leninista, se trata en cambio de la asunción de una identidad tan poderosa como superficial, entendible en un contexto histórico en el que la derecha revolucionaria, afín a las ideas castristas, ha sido ampliamente desacreditada por la Segunda Guerra Mundial. Pero la historia sigue allí. Es apenas una cuestión de calendario el que Castro no haya militado en las filas del falangismo fascista, ya que con ellos comparte un núcleo sólido de ideas y convicciones.
Convicciones. En ese sentido, cada uno de los breves parágrafos que Zanatta utiliza para el seguimiento cronológico y temático de la vida de Castro se convierte en una prueba más de cómo esta cosmovisión tan profundamente conservadora determina sus convicciones y sus actos. Por eso convence. En la presentación, reafirmó hasta dónde no teme a las consecuencias de esta hipótesis: ¿Cómo sería posible explicar el devenir de una pequeña isla del Caribe, cuya historia toda está indisolublemente ligada al mundo hispánico y católico, con las ideas de un alemán del siglo XIX implementadas a comienzos del XX por un ruso? Habría que agregar a esta afirmación que, como lo demuestra la obra de Orlando Figes, ni siquiera el ruso de comienzos de siglo XX puede ser entendido del todo a partir de las ideas del alemán
¿Cuáles son, entonces, las características de la utopía, del socialismo cubano al que Castro no dudaba en definir con el más puro lenguaje bíblico como “el paraíso”? No es mucho más que la obra mesiánica de restauración del pueblo elegido de Dios. Un pueblo puro y original que ha sido corrompido por el pecado, es decir por la modernidad a la que a veces en clave marxista Castro denomina capitalista, democrática o burguesa, pero que, en su eficaz discurso, encarna en el enemigo anglosajón: los Estados Unidos. No es otro que el tradicional rival del nacionalismo hispánico, expresión del cristianismo reformado contra el cual se alzó en guerra la Compañía de Jesús y que, en clave weberiana, considera como el agente de todos los males: individualismo, libertades, democracia, riqueza creciente.
El pueblo elegido, al ser curado de las enfermedades de la modernidad (Zanatta nos recuerda cómo el lenguaje organicista aparece una y otra vez en el discurso de Castro) por el nuevo mesías (también nos recuerda su gusto por compararse con Jesús), encuentra en la austeridad y la pobreza, y en su expresión moral unánime y pura, su perdido Edén. Un argumento de clara matriz jesuita (no casualmente es también el del papa Francisco, primer pontífice de la Orden), cuyo portavoz es el propio Castro y cuya encarnación ritual se produce en los actos litúrgicos/políticos, los baños de multitud en los que el mesías ofrece desde el púlpito sus homilías evangelizadoras.
Éxito político. Cuesta Morúa agrega, además, que el de Castro es un innegable éxito político, ya que la versión radical (jesuita) de este nacionalismo católico convertido en ideología política no era especialmente mayoritaria en Cuba. Es la Cuba atrasada y pobre del oriente la que, a través de la monarquía castrista, impone a toda la isla un régimen confesional, liquidando u obligando al exilio a la otra Cuba, más moderna pluralista y democrática, al precio de una pobreza que es celebrada por Castro como una virtud evangélica. Una pobreza que, como suele suceder, no afecta a los cortesanos ni mucho menos al príncipe.
Este éxito no es solo local: por el contrario, Castro logra convertirse en una figura universal, tal vez por dos razones, según el autor. Por un lado, porque logra aparecer como el mesías de toda una corriente de la izquierda populista, antimoderna, conservadora y reaccionaria que, lejos de desaparecer con Castro, se impone en el mundo cada vez con mayor intensidad. Por otra parte, porque al hacer de Estados Unidos su enemigo central, se apropia de la universalidad inherente de este último país en provecho propio. Si los Estados Unidos han pretendido erigirse como faro universal del mundo moderno al que Castro detesta, en lugar de poner en cuestión esta pretensión, mejor es aprovecharla en beneficio propio. Así las cosas, mientras que todo lo que convirtió al comunismo marxista en alternativa al mundo capitalista murió junto con la URSS y sus satélites, es el nacionalismo conservador hispánico y antimoderno el que garantiza en Cuba la continuidad de la monarquía castrista, aún después de la muerte de su rey.
Izquierda y derecha. La presentación del libro de Zanatta deja una pista muy fuerte para historiadores y analistas sociales acerca de cómo estudiar las identidades políticas o qué densidad explicativa otorgar a esquemas del estilo “la izquierda y la derecha”. Su entendimiento solo es posible si, lejos de aceptar estas identidades como claves analíticas, las pensamos, más bien, como un problema.
Una vieja anécdota, probablemente apócrifa, me permite cerrar la reseña. Cuentan que un militante de una iglesia evangélica intentó catequizar a un viejo anarquista español. Luego de dejar hablar al predicador por un buen rato, el anarquista respondió: “Hombre. No creo en el Dios verdadero, ¿cómo imagina Usted que voy a creer en este otro Dios?”. El pasado podrá no gustarnos, pero allí está, como en la obra de Zanatta, reclamando su lugar. Su obvio lugar.
*Historiador. UBA-Conicet.