En 1917 Freud popularizó en un texto algo presumido la idea de tres grandes heridas narcisistas del ser humano: cuando Nicolás Copérnico (siglo XVI) advirtió que el planeta Tierra no es el centro del universo, cuando Darwin demostró que el ser humano no es tan distinto de otros animales (siglo XIX), y cuando él mismo (siglo XX) propuso que somos más que nuestra conciencia.
Repensando estos tres hechos, se me ocurre que para este siglo XXI nos enfrentamos a una nueva herida narcisista: la inteligencia artificial. Tal vez de la mano de Bengio, LeCun y Hinton, padres del deep learning, o de tantos otros desarrolladores, muchos anónimos, de este novel campo del conocimiento. La herida podría describirse así: las computadoras comenzaron a ser mejores que los humanos para realizar muchas tareas. Podría pensarse que para algunas cosas son más inteligentes que nosotros. Si esta idea le genera un poco de enojo, probablemente sea la herida. Pero ya es hora de dejar de pelearse con ella. Tranquilos, hay muchas cosas en las que las computadoras todavía no nos superaron, incluso algunas en las que tal vez jamás logren hacerlo. Pero de seguro hay tantas otras en las que ya no vale la pena ni seguir compitiendo. Y a diario veo gente que se pelea con esta idea, o incluso me sigue pasando a mí.
Recuerdo de mi infancia cuando por primera vez la computadora Deep Blue le ganó una partida de ajedrez al campeón de ese momento, Gary Kasparov. Más allá de las críticas por fraude, lo que resultaba increíble era que una computadora pudiera vencer en un campo en el que pareciera ser necesaria un poco de inventiva y no mero cálculo. Algo similar, pero en una escala aún más compleja, puede verse en el documental AlphaGo, que muestra cómo en 2016 un programa de computadora venció al campeón mundial de Go, un juego aún más complejo computacionalmente que el ajedrez. Para los coreanos, fanáticos de este juego, se trata realmente de un arte y les resultó muy duro ver vencido a su campeón. Ante nuevas partidas importantes, como el reciente campeonato del mundo de ajedrez, ganado por Carlsen, comentaristas descreen de los módulos de computadora, como si los humanos no hubieran sido ya completamente derrotados en este aspecto.
La mayoría de los que manejamos un auto aprendimos a hacerlo cuando aún no existían, o no estaban al alcance los GPS que te indican por dónde ir. No es raro escuchar todavía a alguien decir que no hace falta poner el GPS porque conoce el camino, o algo así. La verdad es que el GPS no solo conoce el camino, sino que conoce todos los caminos alternativos, calculó la versión más corta, y tiene información simultánea respecto de cuán congestionadas están las alternativas. Es imposible que sepamos mejor que él qué ruta nos conviene. Probablemente nuestros hijos o nietos se sorprendan de escuchar que manejábamos cien por ciento a mano sin ningún tipo de asistencia, ni para indicarnos el camino ni para estacionar, ni siquiera para evitar chocar.
Un último ejemplo en esta línea (aunque hay muchos más) es la negativa absoluta a recibir a la tecnología en las aulas. Seguramente habrá casos en que las razones sean pedagógicas, pero eso de enseñar a pensar por uno mismo es ya anticuado. Tenemos que aprender a pensar con la computadora. No digo que esté mal aprender a escribir a mano, pero hoy en día cuando uno se sienta a escribir lo hace con un procesador de texto que subraya los errores de ortografía (o los arregla solo), o con un celular que sugiere la siguiente palabra. Educar haciendo de cuenta que esta tecnología no existe solo refleja la impotencia que nos da dejar de ser tan necesarios. Ni qué hablar de los videos de YouTube que explican mejor que nosotros, los docentes, o la inteligencia artificial que está empezando a escribir poesía y novelas.
La tecnología empezó a reemplazarnos, y más nos vale sacarle provecho que quedarnos amargados por la herida que nos provoque.
*Docente de la Licenciatura en Analítica Empresarial y Social del ITBA.