Byung-Chul Han (Seúl, 1959), profesor en la Universidad de las Artes de Berlín, es uno de esos pensadores que asumen como compromiso alertar a sus contemporáneos de los riesgos inherentes a los tiempos que les toca vivir, tradición que, de alguna manera, transitaron tanto Platón con sus diatribas contra los sofistas como Nietzsche, derribando ídolos.
Si bien lo hace en forma algo tremendista y exagerada, quizás porque así lo siente o porque cree que, con esa forma altisonante, sus criticas serán mejor o más pronto escuchadas.
Así como en Infocracia advertía sobre la tiranía de los datos y en No-Cosas la pérdida de las cosas que hacen a la mundanidad, en su último libro, Vida contemplativa, que tiene como subtítulo Elogio de la inactividad, sostiene que en la medida que “nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica…”, se ha perdido la magia y la temporalidad de la inactividad, que tiene su propio “fondo de esplendor de la existencia humana”.
Han no está muy lejos de los epicúreos helenísticos; lo que está haciendo es planteando fórmulas para obtener y conservar la felicidad, la constante búsqueda humana de la eudemonía.
Por ello, frente a la vida plenamente activa de las relaciones de producción capitalistas –la vita activa de La condición humana de Arendt–, propone rescatar el tiempo realmente libre, “que no pertenece al orden del trabajo y la producción.”(Han).
Han sostiene que “la verdadera felicidad se debe a lo vano e inútil, a lo reconocidamente poco práctico, a lo improductivo, a lo propio del rodeo, a lo desmedido, a lo superfluo, a las formas y a los gestos bellos que no tienen utilidad y no sirven para nada”. La figura del flâneur que Benjamín rescata de Baudelaire sería la representación más acertada, aunque en parte estereotipada, de esa “libertad con respecto a la finalidad y la utilidad”.
De alguna manera, Han continua con una línea filosófica, una ética de la conducta que ya sostuvieron filósofos socráticos; Platón en República dice que una vida óptima es la dedicada a la contemplación de las verdades, es decir las Ideas transcendentes.
A lo largo de su libro, de escasas 120 páginas, Han señala los peligros y los males que él cree que son generados por lo que denomina “la obligación de actuar”: la extinción de los librepensadores, el imperio de lo provisional, de lo cortoplacista y de lo inconstante, la soledad y alejamiento de los consumidores, la pérdida de la capacidad de esperar, la sustitución de la experiencia por la vivencia, la conectividad sin límites que debilita la vinculación del ser con-otro y que conduce finalmente a una soledad de difícil retorno.
La temática planteada le permite un diálogo fecundo con Heidegger, en cuya tradición se inserta; también discute y critica duramente a Hannah Arendt, esto último a raíz de la visión reduccionista de la sociedad que tiene la filósofa alemana, para quien que sólo lo político tiene cabida.
Un Heidegger posterior a Ser y tiempo le permite decir que “después del giro, Heidegger llega a la conclusión de que son solo las inactividades como la fiesta y el juego lo que dan esplendor a la vida humana…” y que “hay huellas de pensamiento en Heidegger que se condensan en una ética de la inactividad…”, ya fuere en el plano interpersonal del Dasein como con su relación con la naturaleza. (Han, 60).
Han reflexiona sobre Ciencia y meditación, conferencia que Heidegger dio en 1953 y dice “la meditación inactiva se relaciona con la magia del ahí que está más allá de toda acción. Sus pasos…nos dejan llegar al ámbito en donde ya nos hallamos. En su inmanencia radical, este ahí se encuentra demasiado cerca de nosotros, de modo que lo pasamos por alto una y otra vez. …Quien únicamente este activo se lo salta de manera inevitable. Solo se le revela a la pausa inactiva, contemplativa” (Han,48).
De todas formas, Han no anatemiza por completo a la vida activa, "que posee sin duda su validez y su legitimación propias, pero tiene su fin último, según Tomas de Aquino, en la felicidad de servir a la vida contemplativa” (Han, 70) y, más adelante “la vida humana se realiza solamente en la vita composita, es decir, en la colaboración entre la vita activa y la vita contemplativa” (Han,105)
Seguramente no olvida a un personaje indudablemente activo, militar que combatió a las órdenes del Príncipe Mauricio de Nassau y del Duque de Baviera, y que, en un momento de descanso durante el transcurso de la guerra de los 30 años, permaneciendo “el día entero sólo, sentado junto a una estufa con toda la tranquilidad para entregarme a mis pensamientos…”: -claramente un himno de la inactividad- “que nos inicia en el misterio de la vida” (Han) inaugurando la modernidad, con su Discurso del Método. Heráclito confirmaría la concordancia de los opuestos.
El último capítulo del libro se titula La sociedad que vendrá y está dedicado, no gratuitamente, a Novalis -Georg Philipp Friedrich von Hardenberg- poeta alemán precursor del romanticismo y en donde el nihilismo que hasta ese momento se sostenía es abandonado y se vislumbra, por suerte, un sendero de luz.
Han dice que la actual crisis de la religión “no pude atribuirse simplemente al hecho de que hayamos perdido toda fe en Dios o que nos hayamos vuelto desconfiados con respecto a determinados dogmas” sino que, debido a la hiperactividad ya cuestionada, el hombre ha perdido la capacidad contemplativa: el alma no ora más, el alma se produce, “la crisis de la religión es una crisis de atención” (Han, 107)
De todas formas, Han aclara que la esencia de lo religioso no es Dios, ya que se puede concebir una religión sin Dios; lo importante para el filósofo es “el deseo de lo infimito que se cumple en la intuición del universo”.
En una sociedad entregada en su integridad a la vita activa, a la sociedad del desconocimiento, diría Innerarity, parecería que la acción y la intuición contemplativa son incompatibles, al menos así lo ve Schleiermacher en Sobre la religión; el verbo “escuchar” de la religión y el verbo “actuar” de la historia no encuentran un lecho que compartir.
Escuchar es perderse, entregarse al todo de la naturaleza; en cambio, quien sólo actúa, solo produce, es incapaz de escuchar; “En la era de las permanentes autoproducción y auto escenificación narcisistas, la religión pierde su fundamento puesto que el desprenderse de uno mismo es un acto constitutivo de la experiencia religiosa” (Han, 109).
La respuesta está para Han en la reconciliación del hombre con la naturaleza: “Violentamos la naturaleza ya desde el momento en que la consideramos un medio para una meta humana, un recurso. La comprensión romántica de la naturaleza tiene el potencial de hacernos revisar nuestro vínculo instrumental con ella, que conduce inexorablemente a catástrofes”. (Han, 110)
Esta toma de posición justifica la dedicatoria a favor de Novalis y las extensas citas que hace de éste y de Hölderlin, otro romántico; por otra parte, la influencia del estoicismo, en lo que hace a la relación hombre-naturaleza, también es evidente.
Finalmente, el libro y su ferviente defensa de la vida contemplativa, en una suerte de paráfrasis del Novalis de la sociedad venidera, culmina con un mensaje, urbi et orbi, y ahí está la esperanza para una vida armónica:
“En el reino de paz por venir se reconciliarán el ser humano y la naturaleza. El ser humano ya no será más que un conciudadano de una república de seres vivos a la cual pertenecerán las plantas, los animales, las piedras, las nubes y las estrellas”.