Son análisis tan disímiles y contrapuestos que no parecen estar basados en una misma realidad. Pero lo están. Aunque cueste creerlo.
Para los representantes del oficialismo, los escandalosos índices de inflación que enfrenta la Argentina son producto de la herencia recibida del mandato de Mauricio Macri, del impacto de la pandemia, de los efectos de la guerra en Ucrania y, principalmente, de la avaricia de un grupo de empresarios de sectores concentrados, que egoístamente fugan sus ganancias al exterior sin preocuparse por el futuro del país.
Desde el Frente de Todos también responsabilizan a Macri por la gestación de un descomunal endeudamiento, que maniató al actual gobierno y lo obligó a tener que aceptar un acuerdo indeseado con el Fondo Monetario Internacional. La negociación con el FMI impuso restricciones para destinar recursos hacia los más necesitados, por lo que el inmoral nivel de pobreza que avergüenza a la Argentina, aclaran, es exclusiva responsabilidad del macrismo.
Por último, los votantes que volvieron a llevar al peronismo al poder sostienen que Alberto Fernández y Cristina Kirchner están impedidos de implementar cambios de fondo a causa de los límites que impone el Poder Judicial, que aunque presume su independencia, en los hechos promueve posturas claramente opositoras, gracias al férreo control que ejerce Horacio Rosatti manipulando causas sensibles y digitando los designios de la Corte Suprema y del Consejo de la Magistratura.
Para los votantes de la oposición, en cambio, la situación es diametralmente opuesta. El Gobierno, señalan, es el verdadero culpable del escalofriante aumento de precios. Ya que aunque la inflación afecta a todo el mundo, solo en Argentina se evidencia una amenaza real y palpable de que la alarmante espiral derive en un proceso hiperinflacionario, impulsado por la desidia y por las inescrupulosas internas desatadas entre el albertismo y el cristinismo.
Desde Juntos por el Cambio también sostienen que el endeudamiento con el Fondo fue la única respuesta posible y sensata para equilibrar las desordenadas cuentas públicas, luego de una irresponsable administración kirchnerista, que desfinanció el Estado y generó gigantescos déficits. Lo que representa un populismo descarado, advierten en la oposición, que se inició hace unos años con Cristina y que se profundizó ahora con Alberto.
Por último, los que cuestionan al oficialismo plantean que el Gobierno quiere cooptar a la Justicia, como lo hizo el kirchnerismo en su etapa inicial. El objetivo, enfatizan, es evitar que los jueces que luchan contra la corrupción y el narcotráfico puedan trabajar con independencia. Y señalan como ejemplo, el caso de la fiscal Cecilia Goyeneche, apartada por investigar al poder político en Entre Ríos, donde manda el justicialismo.
Byung-Chul Han llamó “infocracia” a este escenario de fragmentación.
¿Es posible semejante y perverso juego de espejos, en el que ambos grupos en pugna asumen que son asistidos por la razón y que enfrentan a un sector de embusteros que se sustenta en el engaño? Sí, es posible, porque la verdad ha dejado de ser un factor aglutinador del orden social: ya no se discuten argumentos, sino que se confirman creencias que son validadas por ecosistemas de medios en los que se multiplican periodistas que no cuestionan, solo militan.
En Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia, Byung-Chul Han se refiere a este inquietante paradigma de fragmentación y lo define como el nuevo nihilismo del siglo XXI, donde se ha perdido “la fe en la propia verdad”. En este inteligente ensayo, publicado en Argentina hace muy pocas semanas, el filósofo surcoreano sostiene que el avance de la tecnología y la digitalización han derivado en un escenario que pone en peligro a la democracia, porque el sistema republicano “se hunde en la jungla impenetrable de la información”.
“La información es aditiva y acumulativa. La verdad, en cambio, es narrativa y exclusiva. Existen cúmulos de información o basura informativa. La verdad, en cambio, no forma ningún cúmulo. La verdad no es frecuente. En muchos sentidos se opone a la información. Elimina la contingencia y la ambivalencia. Elevada a la categoría de relato, proporciona sentido y orientación”, enfatiza Han, autor de una decena de libros sobre el nuevo contrato social.
En la “infodemia” la verdad pierde valor frente a las redes sociales.
Bienvenidos, entonces, a la nueva era de la “infodemia”, donde la difusión y la multiplicación viral de la información han dejado de lado la mesura en favor del impulso primario. En medio de la vertiginosidad que imponen las redes sociales, han desaparecido el razonamiento, el intercambio serio de ideas y el debate civilizado. La lectura reflexiva, que ponía en contexto la base informativa, cedió frente a la irracionalidad.
En términos de Han, estamos inmersos en la última fase de la “comunicación afectiva”, un contexto social en el que un tuit irreverente –pero que falta a la verdad–, o un meme iracundo –pero inverosímil–, pueden tener más impacto que una observación profunda que cuestione la fuerza viral de una fake news.
Esto es posible gracias al esfuerzo mecánico de un ejército de trolls y un mundo de bots que no dejan espacio para la duda. Los algoritmos, el big data y la inteligencia artificial crearon, siguiendo a Han, una serie de “infoburbujas autistas” y “cámaras de eco” que fueron desarrolladas para confirmar preconceptos que no se preocupan por impulsar el diálogo.
Porque la crisis de la democracia es, ante todo, una crisis del habla y de la escucha: una crisis de los consensos. Se trata, en definitiva, de un peligroso retroceso en la evolución de la humanidad cuando se encuentra, paradójicamente, en medio de un fenomenal avance de las comunicaciones y de la tecnología que llegan para marcar el apogeo de la sociedad de la información. “El intento de combatir la infodemia con la verdad está condenado al fracaso”, concluye Han.
Curioso mundo en el que la información no arroja luz: la oscurece.