—Usted padeció el Covid-19. ¿Cómo fue su experiencia personal y cómo se vivió la situación de la pandemia hasta ahora en España?
—Mi experiencia fue muy afortunada. Cuando contraje el covid-19, había poca gente capaz de sobrevivir, sobre todo con edad y una serie de condiciones de patologías previas. La Real Academia de Medicina de España me llama "el tanque". Cuando presentan mi historial médico a un médico que no me conoce, dice: "¿Y este señor cuando falleció?". Fue realmente terrible mientras duró mi estancia en el hospital. Fue un hospital de la seguridad social española. Estuve completamente aislado. Entraban lo que yo suponía que eran humanos y no extraterrestres, pero no sabía hasta que no hablaban si eran hombres o mujeres. Tuve pensamientos lúgubres. Pero afortunadamente me dieron de alta al cabo de dos semanas. Volví a casa con 12 kilos menos y con un hambre terrible. Todo me parecía precioso al regreso. Tuve el síndrome de la persona que estuvo en prisión mucho tiempo. De pronto, todos los colores son más vívidos y bonitos, y se encuentra que todo es delicioso. Me considero muy dichoso de haber salido. España fue el epicentro del covid-19. En todo este lapso la situación mejoró mucho con las vacunas. Aunque la Unión Europea no fue quizás todo lo eficiente que pudiera en la distribución de vacunas, hay una población vacunada. Bajan muchos los casos. Hay quizás demasiado optimismo, pero en absoluto se superó la crisis sanitaria. Todavía tenemos unos meses por delante, pero estamos mucho mejor con la previsible vuelta a la normalidad. Estamos mucho más aliviados.
—¿La derrota del oficialismo en Madrid responde al enojo de los electores con sus gobiernos en tiempo de pandemia?
—No lo sé. Estoy en Metroscopia, la empresa que hace sondeos más fiables. No hay una insatisfacción terrible con cómo el gobierno manejó la crisis. Quizás la hay ahora. Después de las elecciones de Madrid el gobierno decidió hacer decaer el estado de alarma. Ahora, las comunidades autónomas son libres de poner sus propias condiciones. Son unas 17 condiciones distintas. Hay una cierta confusión. No creo que el voto a Isabel Díaz Ayuso y al Partido Popular tuviera demasiado que ver con el manejo de la crisis sanitaria. Sí con el gobierno, sí con lo que se percibía como permisividad con los intentos catalanes de conseguir la independencia y otros aspectos.
—¿Por qué George Soros, con quien tiene usted una alianza, blanco del ataque de la ultraderecha norteamericana continuamente?
—No lo sé. Es más blanco todavía de las iras de la ultraderecha en España. En España se le acusa de haber fomentado el nacionalismo catalán y el independentismo. Dicen que desestabiliza a España. Se escribieron hasta libros al respecto. George Soros es una persona benéfica, un filántropo. Todo lo que hizo fue positivo, al menos en España. Compartí el proyecto Democracy Coalition Project, desde 2002 y luego en 2006 fundamos, no en Estados Unidos, sino en Europa el European Council for Foreing Relations. El objetivo del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales es que Europa y lo que se llamaba Occidente esté unido, que haya un cierto contrapeso con China, multilateralismo. Es un grupo de presión de 400 europeos prominentes que pueden influir sobre sus gobiernos para que Europa esté más unida. No entiendo el por qué del odio. Quizá sea por su religión, por su origen. Es verdad que financió algunas de las últimas campañas demócratas en Estados Unidos, estuvo muy en contra de Donald Trump, que favoreció mucho a Barack Obama. En una sociedad tan polarizada provocó más iras de las normales, totalmente injustificadas.
—¿Lo que se llama “derecha” tuvo un manejo más desafortunado de la pandemia? Especialmente, lo que también podría definirse como anomalías, como Donald Trump y Jair Bolsonaro.
—Trump fue una anomalía que a los observadores nos tomó por sorpresa. Estábamos seguros que sería elegida Hillary Clinton. Fue el mismo año que produjo sorpresa el referéndum a favor del Brexit en Gran Bretaña. Trump se apartó muchísimo de su tradicional alianza con Europa, con su "América first". Y polarizó mucho a los estadounidenses. Lo mismo pasó en Brasil. Un gran amigo como Fernando Henrique Cardoso me parecía lo más moderado y lo más razonable. No entendí el manejo de la pandemia en los dos países. Hubo más desgracias y problemas por una intervención tardía y por el negacionismo de sus dirigentes.
—Sobre la filantropía usted dijo que " soy filántropo, no intelectual; soy medio intelectual, y no soy un hombre de negocios porque siempre que he intentado ganar dinero en un proyecto lo he perdido. Soy la vergüenza de Harvard Business School, en donde supuestamente me enseñaron a ganar dinero". ¿Usted cree que la relación con ganar dinero se modifica a partir del covid-19?
—Hubo muestras mayores de solidaridad. Cuando digo que me califico como filántropo no me robo ningún mérito. Las dos rarezas que tuve fueron que no tengo ningún apego al dinero ni afán de notoriedad, fama o poder. En España tenemos una característica: somos solidarios con los menos favorecidos. Eso se reestableció. La directora de mi colegio nos decía que si un americano trepa por el árbol de la fama, todos los americanos dirán "Oh! You can make it! Bravo! Arriba". Si un europeo sube por ese mismo árbol, lo mirarán con cierta indiferencia. Si en España destaca por algo y sube ese árbol, inmediatamente lo derribaran y luego lo predarán cuando esté en el suelo. En España hay bastante envidio. Pero a la vez somos muy solidarios con los sufren más que nosotros.
“Trump fue una anomalía que a los observadores nos tomó por sorpresa”
—En un reportaje de esta misma serie, el sociólogo de la Universidad de Stanford, Woody Powell, señaló que hay un cambio de paradigma en cuanto a la filantropía en Estados Unidos. "Mientras los Rockefeller, por ejemplo, ponían énfasis en dejar un legado a la sociedad, los nuevos mega millonarios, como Elon Musk o Bill Gates, de alguna manera realizan una tercerización de las tareas de lo que le correspondería a lo público". ¿Cómo sea da situación en Europa?
—Aquí hay muy pocos filántropos. Figúrese que entre los 100 más ricos del mundo, según la revista Forbes, pues hay por lo menos 7, 8 o 10 españoles. Mucha gente con una fortuna superior a los mil millones de euros. Una de las razones por las que no hay más filantropía es que el cobro de impuestos en Estados Unidos favorece más la filantropía. Se responsabiliza de todo al gobierno aquí en España y en Europa. Se piensa que no es nuestra tarea. Que o es labor de los empresarios, de los emprendedores o de la gente con recursos. Que corresponde al estado. Es una rémora para fomentar la filantropía. No cambió mucho en los últimos 50 años.
—Usted dijo: "siempre fui una persona de orden y de izquierdas". En líneas generales, se asocia el orden a la derecha y también se asocia a la filantropía más a la izquierda que a la derecha. ¿Son categorías arcaicas?
—Las derechas e izquierdas no existen. Se trata de ética, quizás. Mi padre era un republicano calificado como de izquierda, o de centroizquierda; también era un republicano de orden. Cuando surgió la revolución comunista en Asturias en 1934, él la combatió. Se hizo enemigo de las entonces derechas e izquierdas. De las izquierdas, por haber defendido esa revolución socialista comunista y de las derechas por ser republicano. Todo el mundo quería matarlo. Mi padre hace muchos años me hizo jurar sobre la Biblia que nunca me dedicaría a la política en España. Se quedó solo y realmente sufrió muchísimo. Sobrevivió por una serie de cuestiones milagrosas. Tuvo su exilio y al final pudo volver a la España franquista. Se puede ser de izquierdas, de ocuparse de los más desfavorecidos, de combatir la pobreza y la miseria y al mismo tiempo pensar que si no hay orden no funciona nada. En el caos no funciona ni la filantropía, ni el gobierno, ni nada. Son características compatibles.
—Su padre fue ministro de la república y tuvo enemigos de los dos bandos. En esta misma serie de reportajes, Arturo Pérez Reverte habló de una suerte de relato que tapa la verdad sobre la comprensión de la guerra civil española y que en las trincheras las personas tenían más puntos en común que diferencias. En Argentina miramos cómo hizo España para superar esa grieta. ¿Qué aprendió España para saldar de aquella guerra?
—La llamada transición española trató de eliminar rencores de 50 años antes. Fue muy eficaz y positiva. Tanto el dirigente comunista Santiago Carrillo, como el franquista y muy de derechas Manuel Fraga Iribarne, enterraron el hacha de guerra y fueron capaces de redactar una Constitución para todos. Hicieron los acuerdos de la Moncloa. España estaba en una situación económica muy difícil al final de los años 70. Consiguieron los dos grandes objetivos de España: consolidar la democracia y entrar en Europa. Esas eran las asignaturas pendientes y lo conseguimos. Aa principios del siglo XXI empezó a desvirtuarse esa unión. La sociedad se polarizó, probablemente por querer desvirtuar las virtudes de esa transición. Tengo mucho amor por Argentina. Fui editor, y quizá uno de los mejores amigos en los últimos días de Jorge Luis Borges. Fui amigo del rey Don Juan Carlos desde muy jóvenes porque compartimos aulas en la Facultad de Derecho. Nos encontramos 22 años después y la amistad perduró. Un día estábamos el Rey y yo en 1984 y me dijo algo me sonó como una tontería. Se lo dije. Entonces él me dijo: "¿Cómo? ¿Me estás insultando?" Intenté disculparme de alguna manera. Pero su respuesta fue: "No. Me encanta que me insultes. Es lo que necesito. Si de cada 1000 españoles que se acercan a mí, 999 son para seguirme la corriente, para hablarme o pedirme algo. Así que eso es fantástico". Tres meses después de esa anécdota fui a Argentina. Era presidente de Alianza Editorial y decidí implantar en la Argentina una Alianza. Me hice muy amigo de Ernesto Sábato, de Adolfo Bioy Casares y sobre todo de Borges. Raúl Alfonsín, que acababa de ser elegido, me convocó a una audiencia para darme las gracias por la implantación en Argentina. Adquirió confianza y en un momento dado me preguntó cómo pensaba yo que estaba ejerciendo el poder. Mi respuesta fue “le tengo que decir que lo está usted haciendo mal. Argentina necesita una serie de reformas económicas urgentes. Lleva usted ya varios meses en el poder y la luna de miel que tiene con el electorado es más larga de lo normal, porque ha sustituido usted a un régimen execrable, pero no es eterna. Es el momento de hacer esas formas. Usted no lo has hecho". No le gustó nada. Y nos fuimos los con caras largas. En 2002, entró en el Club de Madrid, en esa organización que yo acababa de crear, que tiene 117 ya ex jefes de Estado y de Gobierno. Alfonsín era un caballero. Vino hacia mí y me dijo: "Don Diego, ¡Qué razón tenía usted!", y me dio un abrazo. Me pareció un hombre generoso que reconocía sus errores. Probablemente, hubiese podido impedir esa polarización que después vino con los ulteriores jefes de gobierno y con la gran crisis del año 2001/20002.
—Su texto "El futuro de España" fue un bestseller. Era el libro de cabecera de José María Aznar. ¿Por qué recomendaba su libro? ¿Cómo analiza la evolución política de España a hoy?
—Mi libro era sensato. Estuve dos años en Harvard. Escribí un artículo catastrofista en El País en 1993 diciendo que la globalización iba a traer ganadores y perdedores y que en España existían una serie de problemas irresolubles. El rey me dijo: "Oye chico, no es éticamente honesto hablar de problemas sin traer soluciones lo que traer. Vete a Harvard y trae soluciones". Allí hice una diagnosis en la que trabajé muchísimo, de la que resultó el libro. Era un libro interesante, perdóneme la vanidad. Fue el libro de cabecera de mucha gente. Se vendieron 80.000 ejemplares. Pero me quedé con una sensación decepcionante porque el libro no sirvió para nada. Lo elogiaron, pero esos problemas no se resolvieron, ni se atacaron. Siguen existiendo en 2021. Incluso se agudizaron. Lo mismo pasa con los problemas mundiales que también abordé. Aprendí que la política siempre prevalece sobre la economía. Pero si los políticos, que son por naturaleza cortoplacistas, no ven ningún beneficio para ellos, no lo van a hacer. Me quedé con una sensación amarga, pese al éxito del libro.
—¿La política española involucionó aún más en los últimos años?
—No sé si involucionó, pero se polarizó. Se perdió la cortesía parlamentaria. Los debates en el Congreso de Diputados desprestigiaron mucho a los políticos de los dos lados. En vez de ponerse juntos a abordar los problemas y buscar soluciones, lo que hicieron es más bien insultarse unos a otros. Hay muy pocos políticos que tengan prestigio y capacidad de liderazgo.
—En España había dos grandes partidos que se sustituían en el ejercicio del poder. Luego tuvo cuatro, los nuevos más radicalizados. Pareciera que los partidos más extremos demuestran cierta fragilidad y riesgo de extinción. ¿Cómo analiza ese proceso?
—En realidad los dos partidos pasaron a cinco. Además del de extrema izquierda que es Podemos que surgió del movimiento de los indignados muy sacudidos por la crisis de 2008 a 2013. También nació el partido de extrema derecha VOX.Y hubo un partido, Ciudadanos, un quinto partido que consiguió ocupar ese lugar soñado por los españoles que no acaba de alcanzarse y es ese centro político. Todos los españoles aparecen como favoreciendo pactos entre el Partido Popular de derechas y el Partido Socialista, y que haya medidas conjuntas. Este partido de centro que se llamaba Ciudadanos creció. No se sabe por qué, si por el ego de su fundador o por un afán absurdo de convertirse en el principal partido de derechas cuando era realmente un partido de centro y era una bisagra ideal, se desmoronó. El Partido Socialista tuvo 123 escaños; el partido de centro tenía 57, sumaban 180 y la mayoría absoluta son 176. Podrían haber formado un gobierno de centro izquierda que hubiera colmado los deseos de la mayor parte del electorado. La deriva de ese partido centrista hizo que desapareciera. Ese pacto con el Partido Socialista nos hubiera dado un gobierno de centro izquierda moderado y muy del agrado de la mayoría del electorado. Pero esa actitud obligó en cierto modo a Pedro Sánchez, nuestro presidente del Gobierno a aliarse con la extrema izquierda. Esa alianza decayó con el tiempo. Tuvo que buscar apoyos en los partidos independentistas en Cataluña y los antiguos apoyos de la organización terrorista ETA en el País Vasco. Entonces en Madrid se conjuntó ese desprestigio del gobierno central, la gestión del covid-19 y al mismo tiempo el que surgiera una figura carismática. Era previsible por el deterioro de la izquierda y el predominio de la derecha. Es verdad que esos partidos marginales están al borde de desaparecer. El partido centrista prácticamente ha desaparecido, Ciudadanos. Desgraciadamente el partido de extrema derecha está muy lejos de desaparecer. De hecho, ganó. Entre los partidos de derecha fue el que sacó más votos en las elecciones catalanas. Pero Podemos, además con la salida de la política de su líder carismático Pablo Iglesias, está perdiendo apoyos. Nace otro partido que se llama Más País, que está un poco a la izquierda del Partido Socialista. Es cierto que hay un cierto retorno al bipartidismo.
—Sobre Podemos, en la Argentina y en el resto de América Latina se habla de cierta exportación de populismo latinoamericano a España. ¿Cuál es su propia evaluación actual de la trayectoria de ese partido? ¿Puede imaginarse un paso del populismo latinoamericano a España?
—Espero que no. Uno de los factores que han derribado el prestigio de Podemos es precisamente la asociación con Venezuela. Se dice que tuvo financiamiento de Venezuela y de Irán. El último predecesor socialista de Pedro Sánchez, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha escorado mucho. Ayudó mucho a Nicolás Maduro en Venezuela, también a Daniel Ortega en Nicaragua. Son regímenes que no queremos en absoluto en España. Es lo que perjudicó espacialmente a Podemos. El temor en que nos convirtamos en una España bolivariana. Algo que no tiene visos de producirse.
—Usted fundó muchas editoriales. También el diario El País. Escribió que “fue maravillosamente bien hasta 1996. Fue un periódico independiente, liberal, donde todo el mundo podía escribir. Yo creo que se escoro mucho en las elecciones apretadas entre Felipe González y Aznar hacia el Partido Socialista. Se volvió muy sesgado en esa época, pero siguió siendo muy importante y resistió la competencia del mundo". ¿Qué paso en 1996?
—El nacimiento de El País fue en tiempos franquistas, Franco no nos dejó publicar el periódico. La idea era ayudar al pase de la dictadura a la democracia de la mejor manera posible. Lo consiguió. Fue por esa generación de los Pactos de la Moncloa, de la transición. La posibilidad de que se hablara y se llegara a acuerdos constructivos entre el antiguo gobierno franquista y la izquierda. El País cumplió una función enormemente importante desde que lo autorizó el rey Juan Carlos, en el año 76. ¿Qué pasó en el 96? Había la dicotomía entre Felipe González, que llevaba ya 13 años, y José María Aznar. El País estaba en manos de su accionista mayoritario, Jesús de Polanco, magnífico empresario, pero que no quería que llegara la derecha al poder. Por naturaleza, simpatizaba con el Partido Socialista, era amigo de Felipe González. Entonces, se exageró mucho el problema que traía la derecha y se optimizó a Felipe González en contra de las tendencias del electorado, que quería una alternancia. Eso tuvo malas consecuencias para el propio Polanco, que fue procesado por el régimen de Aznar por una tontería tremenda, una acusación falsa que no tuvo consecuencias. El jefe de la Casa Real me decía cuando empezó a gobernar el Partido Popular: "un gobierno se puede equivocar un 95% de las veces; pero si uno lee El País parece que se equivoca el 100%. Eso no puede ser". Es lo que ocurrió. El País resistió las competencias porque tenía unos magníficos periodistas. Fui cofundador, pero no conocía a Jesús de Polanco cuando se creó. Yo era muy amigo del fundador José Ortega Spottorno, hijo de José Ortega y Gasset, con tantas conexiones con Argentina. Como Jesús de Polanco tenía la mayoría, las reuniones de Consejo al final eran realmente monólogos. Algunos pedíamos discretamente mayor objetividad. Jesús de Polanco falleció en 2007, pero El País siguió en ese mismo rumbo. Tenemos otras filiales del Grupo PRISA y de El País, que son todavía un poco más radicales, como la cadena SER, la más poderosa de España. Es una polarización que continúa. Así y todo, creo que es el mejor periódico de España.
—¿La diversificación a medios que exigían la aprobación de licencia del Estado tuvo que ver con esa pérdida de pluralidad?
—Ya había conseguido las licencias, pero es un círculo vicioso. Uno se acerca a los gobiernos que te pueden ayudar más. Eso tuvo una consecuencia mala para él. Varios consejeros de PRISA fueron procesados por un supuesto delito que no existía. Las concesiones de SER como cadenas de radio y del Canal+ se habían conseguido ya con Felipe González. A partir del 96 no hubo nada que pedir al gobierno.
—¿La muerte de Polanco explica en gran medida el deterioro progresivo de PRISA? ¿Se debe a una característica de los países latinos?
—Jesús de Polanco controlaba a través de diversos holdings el 70% de la empresa. Fui durante mucho tiempo el segundo accionista, pero tenía sólo un 8% y, por tanto, muy poco que decir. Como empresario era infinitamente mejor que yo. Al fallecer Polanco, falleció también su hija Isabel al mismo tiempo. Era una mujer enormemente capaz. Probablemente le hubiera sustituido al frente de la empresa. Quedaron dos hijos varones que se ocuparon de la gestión y que delegaron demasiado en el consejero delegado, un magnífico periodista, pero no buen gestor, Juan Luis Cebrián. A partir de ahí empezó a decaer El País y PRISA. En 2008 algunas personas le propusimos a los hermanos Polanco una solución. Estábamos muy endeudados y había empresas extranjeras dispuestas a invertir y al liberarnos de la deuda. Debíamos 5.000 millones de euros. Nos endeudamos mucho porque entonces los bancos nos prestaban, era la época precrisis, y nos empujaban el dinero. De pronto nos encontramos con una deuda mayúscula. Presenté a los hermanos Polanco y a Juan Luis Cebrián una solución para desendeudarnos, que probablemente hubiera funcionado. No se aceptó y la cosa fue de peor en peor. En el año 2012 cuando yo vi que aquello estaba muy mal gestionado, decidí presentar mi dimisión y abandoné todos los cargos que tenía en la empresa. Llevo ya 9 años fuera de ella y probablemente eso ha alargado mi vida, porque he tenido menos preocupaciones, pero también ha repercutido en mi capacidad de filantropía, que se vio disminuida considerablemente.
—¿Cuánto el periodismo es consecuencia del humor social y cuánto es causa? ¿Cuánto El País fue hijo de la Moncloa y su decadencia es hija del regreso de la polarización o cuánto los errores de El País favocieron la polarización?
—No los veo realmente tan relacionados. El Mundo surgió a fines de los ochenta. Fue anterior al escoramiento de El País. Es verdad que el escoramiento de El País facilitó no sólo la supervivencia de ABC que era el principal periódico tradicional con 100 años de historia y tradicionalmente monárquico de derechas. También de El Mundo. Y hay otro periódico que se llama La Razón. La prensa escrita está en decadencia. La circulación de PRISA era de 400.000 ejemplares diarios, más de un millón y medio los domingos. Sospecho que bajó a mucho menos de la mitad. Lo mismo sucede con los demás periódicos. Proliferaon periódicos digitales, redes sociales. Decayó el periodismo. El País se ha mantenido precisamente porque tiene excelentes periodistas antiguos que siguen escribiendo. No creo que el periodismo haya tenido repercusiones sobre la política. Más bien fueron las redes sociales, los bulos, las fake news, el embrutecimiento general de la población. También que los canales de televisión más vistos son un poco embrutecedores. Es un poco de aletargamiento de la gente. En los años 80 lo que más se vendía no era PRISA y El País y no era ABC, eran las revistas del corazón. Hola, Semana, Diez Minutos, Lecturas. La gente buscaba ese periodismo de la alta sociedad. Envidié muchas veces la cultura de algunos países latinoamericanos en los que se leía mucho más el diario. La polarización tiene más que ver con el resurgimiento de esas empresas digitales y de esos diarios digitales.
“En Europa hay muy pocos filántropos”
—Alguna vez usted le aconsejó a los jóvenes seguir el siguiente camino, si se dedicarían a la solidaridad social, con un decálogo de consejos que quiero leer: "1. Identifica los problemas. 2. Busca soluciones. 3. Piensa en grande. 4. Sigue tu pasión. 5. Capacitase. 6. Planifica. 7. Analiza tu entorno. 8. No ocupes espacio en la foto. 9. No esperes medallas ni gloria. 10. No conviertas la realidad en lo que tú deseas". ¿Los milennials son más solidarios?
—Sin duda. Fomenta mi optimismo. Recuerdo un eminente profesor de Relaciones Internacionales de Harvard, Stanley Hoffman, que nos dijo hace 14 años: "A mis 58 años de enseñar Relaciones Internacionales he llegado a una conclusión triste que consiste en dos premisas. Primero, todo el mundo sabe lo que hay que hacer. Y segunda, todo el mundo sabe que lo que hay que hacer no se puede hacer". Entonces protestamos. Yo dije: "Pero eso es una especie de fatalismo terrible". Me contestó que había un factor de esperanza que es la juventud. En España hay mucha gente que trabaja en el tercer sector para el desarrollo, para la democracia, para el diálogo, para ayudar países en vías de desarrollo, para impulsar ideales. Mi decálogo sigue vigente. También hay otra serie que son importantes. No tengas miedo. El miedo es lo peor que se puede sentir. No sirve para nada y es paralizante. También hay que pensar en grande. El pensar en grande es muy importante. Por eso me convertí en megalómano en el año 2000, después de haber iniciado una labor filantrópica para cambiar el mundo de abajo hacia arriba. Entonces intenté cambiarlo de arriba a abajo con ayuda de contactos privilegiados, como Fernando Enrique Cardoso, Bill Clinton, Kofi Annan, Mijail Gorbachov. La gran esperanza nuestra es la generación que viene.