PERIODISMO PURO
Una nueva globalización

Quinn Slobodian: "Al gobierno estadounidense le podría convenir mostrar buena fe con Argentina antes de las elecciones de medio término"

Su libro Globalistas, el fin de los imperios y el nacimiento del neoliberalismo señala que el paradigma que dominó la economía y la política mundial está en crisis. Y no solo por la pandemia: cuestiones tan aparentemente disímiles entre sus causas como la inequidad social o el cambio climático deben responderse, a su juicio, con nuevas ideas acerca del orden social. Sugiere un tratamiento político de la deuda externa y prestar atención a nuevas formas de vincularse entre regiones y personas.

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| Sergio Piemonte

—En la introducción de su libro “Globalistas” puede leerse el siguiente párrafo: “El proyecto neoliberal estaba centrado en diseñar instituciones que, en vez de liberar los mercados, los aprisionaran, que vacunaran al capitalismo contra la amenaza de la democracia”. Su libro fue elaborado antes de la pandemia. ¿Pensó en este tiempo en el uso del verbo “vacunar”?

—Es una buena pregunta. Mi intención era oponerme al discurso del “mercado liberado” o “sin trabas” de los años 90 y 2000 que tanto escuchamos. Si se observa la infraestructura legal que se construyó en ese período, era mucho más un encajonamiento o un aislamiento de ciertas formas de comercio y de transacción económica entre individuos y entre naciones que la aparición de un espacio abierto. La metáfora de la vacunación implicaba que había ciertas condiciones encerradas en el sistema económico global que persistirían incluso si los sectores democráticos se oponían. Las empresas podrían demandar a los países. Las agencias de calificación crediticia tenían poderes más allá de los de los gobiernos elegidos democráticamente. La pandemia transformó radicalmente el consenso sobre cómo debe ser el comercio mundial. Ya se había roto en 2016, con el lenguaje de Bernie Sanders y Donald Trump, que empujaba más hacia un modelo nacional de desarrollo. Se aceleró en 2020 por la escasez de insumos como los equipos de protección personal, las vacunas y el caos de la cadena de suministros del capitalista global. Lo interesante de este momento es que poca gente se imagina el comercio global como un sistema libre y sin restricciones.

Quinn Slobodian, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
NO TAN LIBRE MERCADO. “Si se observa la infraestructura legal que se construyó en el neoliberalismo, es más un encajonamiento de ciertas formas de comercio y de transacción económica entre individuos y entre naciones que la aparición de un espacio abierto y sin gobierno”. (Foto: Sergio Piemonte)

—En Argentina se discute sobre la deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional en la última gestión que, en términos concretos, tiene vencimientos en 2022 impagables con las reservas del Banco Central. ¿Si usted fuera, como Joseph Stiglitz, asesor del gobierno argentino, sugeriría no pagar?

—Como historiador, no estoy calificado para responder. Pero estamos en un momento de apertura radical y de posibilidades. El FMI responde a la administración presidencial estadounidense. Si tuviera un punto de decisión en Argentina, pensaría que este es un momento oportuno para empujar límites. Joe Biden busca noticias favorables antes de las elecciones de mitad de término. Si pudiera expresar su buena fe progresista mostrando más apertura en la condonación de la deuda hacia países como Argentina, podría darle mayor legitimidad. Con las patentes de vacunas, la administración Biden se mostró dispuesta a cambiar en cuanto a la propiedad intelectual. Es un buen momento para presionar y ver hasta dónde está dispuesta a llegar la administración estadounidense. Mi sugerencia sería atacar mientras el hierro está caliente.

“La ficción de un mercado puro es casi siempre engañosa.”

—En diciembre de 2021, el Banco Mundial hizo un informe que empieza de la siguiente manera: “La pandemia está provocando retrocesos en el desarrollo y suponiendo un revés en los esfuerzos para poner fin a la pobreza extrema y reducir la desigualdad. Debido al covid-19, la pobreza extrema aumentó en 2020 por primera vez en más de veinte años y alrededor de 100 millones más de personas viven con menos de US$ 1,90 al día”. ¿La pandemia de la pobreza extrema es la que seguirá a la del coronavirus?

—Fue desmoralizante el fracaso real de las naciones poderosas y ricas para actuar en favor del interés colectivo. Actuaron según su propio interés. Si pensamos la pandemia como ensayo general para el desafío de la crisis climática, vimos a Estados Unidos y la UE tomar una decisión tras otra mejor para ellos a corto plazo, pero muy perjudicial en el medio. El ejemplo es la vacunación. Ómicron y antes delta demuestran la decisión de no ampliar el suministro de vacunas a los países más pobres, solo crearon las condiciones para que una cepa más virulenta del virus pudiera propagarse. Estados Unidos y otros países ricos saben que les conviene vacunar a todo el mundo, pero la política interna hace imposible este tipo de cosas. El alejamiento del consenso neoliberal hacia la política industrial, hacia la devolución de las cadenas de suministro dentro de las fronteras de los Estados Unidos o de la UE, probablemente tendrá en sí mismo un efecto exacerbador de la pobreza. El lenguaje de la ayuda exterior o del desarrollo internacional es bastante pobre. No es probable que sea prioridad en la agenda de ninguna administración. Si hablamos de pobreza extrema en lugares como el África subsahariana, nos enfrentamos a una época de exacerbación. Los lugares donde la pobreza se alivió más en las últimas dos décadas son India y China.

—Su libro “Globalistas” comienza con el siguiente epígrafe, de Wilhelm Röpke: “Un país puede engendrar sus propios invasores bárbaros”. ¿Son las élites esos invasores?

—Es una pregunta interesante. El contexto en el que el alemán liberal Wilhelm Röpke escribió eso fue que la extensión de la democracia y la expansión del trabajo organizado crearon una situación en la que había bárbaros internos: elementos disruptivos hacia la continuación del capitalismo liberal, gente que quería más igualdad, más propiedad pública en lugar de privada, mayor participación de los trabajadores en la economía. Si la pregunta es quiénes son los bárbaros de hoy, el punto de vista de la gente de la tradición de Röpke, de la tradición del libertarismo conservador y del neoliberalismo, lo que ven es que los verdaderos herederos de la clase obrera son ahora las élites. Creen que solo las élites siguen suscribiendo la ideología del socialismo. Desde el punto de vista de los conservadores, se produjo una curiosa inversión. La amenaza para el capitalismo era la persona común. Ahora es la élite. Personalmente, no creo que esto sea cierto. Es mejor pensar en el conjunto de incentivos materiales que produjo el tipo de instituciones que tenemos ahora y dónde están las palancas como para producir un cambio.

—Usted dice en la introducción del libro: “Muestra que los autodenominados neoliberales no creían en los mercados autorregulados como entidades autónomas. Democracia y capitalismo no les parecían sinónimos”. ¿Cómo debería explicarse el cambio?

—A veces los críticos del neoliberalismo se lo ponen demasiado fácil cuando lo describen como una ideología que cree en individuos atomizados, una réplica del Homo economicus que busca maximizar beneficios y separarse de cualquiera que dependa de ellos. No describe la ideología neoliberal. La historia demuestra que el neoliberalismo surgió de la crisis económica mundial de la Gran Depresión. Muchos neoliberales en ese momento creyeron que la Gran Depresión había sido causada por el capitalismo, que se escapaba de las instituciones de la moral, la familia, los vínculos sociales. Su teoría sería el estudio de las condiciones extraeconómicas para el éxito del sistema. Lo que digo en el libro es que en un momento se ve cómo las estructuras sociales necesarias o instituciones sociales incrustan un modelo neoliberal de organización. La ficción de un mercado puro es engañosa. Es lo que se concluye de la lectura de los trabajos de Wilhelm Röpke, Friedrich Hayek, incluso Ludwig von Mises. Todos están muy atentos al tipo de condiciones que permiten un capitalismo saludable, en lugar de suponer un mercado exento de esa condicionalidad.

—Usted dijo: “Los obituarios del neoliberalismo son casi tan antiguos como el término mismo”. ¿El fin de la Historia, en el sentido hegeliano, que señaló Francis Fukuyama, puede ser un fenómeno de larga duración, aunque no sea definitivo?

—Hay que entender que Fukuyama no enunció algo positivo. Veía el fin de la Historia como algo deprimente, que llevaría a la gente a la añoranza de algo que la hiciera sentir enriquecida individualmente. Después que escribió eso, se dedicó a lo que ve como el desafío más intenso a la democracia liberal occidental: la democracia autoritaria asiática. Lo primero que escribe después de El fin de la Historia es un artículo sobre Japón, Singapur y Hong Kong. Y es sobre la apertura de China a principios de los 90. Allí afirma : “Este aparente matrimonio entre capitalismo y democracia que parece tan estable al final de la Guerra Fría ya presenta grietas”. Lo escribe literalmente seis meses después de El fin de la Historia. La creencia que persistió para algunos en los años 90 de que la democracia y el capitalismo estaban asentados como una especie de pareja, y que nunca se separarían el uno del otro, estaba siendo desmentida en tiempo real. Cuando miramos hacia atrás como historiadores, nos preguntamos por qué, alrededor de 1990, todo el mundo parecía tan seguro de que el capitalismo y la democracia iban de la mano, cuando incluso en ese mismo momento había ejemplos de que se separaban.

—¿Se parece en algo la situación actual del mundo en 2022 a la de la post Primera Guerra Mundial, un momento que usted sitúa como clave en la formación de las ideas sobre el neoliberalismo?

—El momento posterior a la Primera Guerra Mundial es llamado wilsoniano a partir de Woodrow Wilson. Se definió por dos principios muy difíciles de equilibrar. Por un lado, la autodeterminación nacional, la idea de que todo el planeta puede dividirse en territorios con un pueblo, una lengua, un territorio, una economía. El segundo principio es económico, y es el libre comercio mundial, una política de puertas abiertas, con libre circulación de mercancías a través de las fronteras y del dinero, y quizás incluso de personas a través de las fronteras. Los autores que analizo en mi libro vieron la posibilidad de que este principio político de autodeterminación nacional pudiera anular el principio de interdependencia económica. La visión de que la soberanía política podría superar a la propiedad económica como forma de organizar la vida humana fue vista como un peligro. El siglo XX se definió por la intención de equilibrar el principio del gobierno de las personas y el gobierno de los bienes. Fue una lucha entre la categoría “global” y la de “nación”. Las relaciones internacionales se construyen justamente sobre estas dos categorías. No sé si son tan aplicables hoy como en 1918 o 1919. Ese espacio global se da mucho menos por sentado ahora que en 1921. El regionalismo es cada vez más importante. Y también las unidades bajo una nación. Está en entredicho que el Estado-nación sea el principio organizador de la vida humana. La gente organiza las cosas de forma privada: comunidades cerradas, enclaves, zonas económicas. Significa que la nación se rompió en las operaciones del capitalismo global. Como las personas necesitan escapar de cosas como el desastre climático o futuras pandemias, buscarán refugio en unidades más pequeñas que la nación. Habría que poner foco en lugares como Dubai, como la antigua colonia de la corona de Hong Kong. Modelos de soberanía subnacional que podrían anticipar el tipo de organización política que veremos en los próximos cuarenta o cincuenta años y en una suerte de nivel supranacional. La iniciativa china de la Ruta de la Seda es un signo más de nuestro futuro que la Organización Mundial del Comercio, que pretende hablar en nombre de todo el mundo. Es mucho más probable que se consiga lo que algunas personas han llamado estos modelos de “bilateralismo autoritario”, por el que China se mueve territorialmente, en lugar de aquello muy angloamericano de decir “hablamos por todo el mundo” o “hablamos por la humanidad”. Esos gestos universales que definieron la política mundial desde las guerras mundiales hasta ese supuesto final de la Historia en los años 90 se descompondrá.

—Usted dijo: “El término neoliberalismo se utiliza a menudo de tres formas diferentes. Se usa como descripción de un cierto período del capitalismo global. Luego se describe como una especie de mentalidad. La tercera forma describe un movimiento intelectual concreto”. ¿Cómo definiría la mentalidad neoliberal? ¿Hay una psicología del capitalismo tardío?

—Lo que une esas tres formas de definir el neoliberalismo, ya sea como un paquete de políticas, como una era de la historia mundial o como un movimiento intelectual específico que se remonta a la década de 1930 es la idea de que el capitalismo no puede defenderse a sí mismo, que debe ser defendido a través de la creación de nuevas instituciones de protección por medio de la intervención de nuevas formas de producción de conocimiento, ya sea a través de grupos de reflexión, o periódicos, o académicos. El neoliberalismo no como un retroceso del Estado o movimiento al vacío, sino con un papel muy proactivo en la producción de políticas, conocimiento y leyes. Eso persiste. Aunque cambió en algún sentido la manera en que se defiende al capitalismo. Por un lado, están los populistas neoliberales del estilo de Donald Trump, Boris Johnson, el partido Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad de Austria, Jair Bolsonaro. Todos hablan el lenguaje del antiglobalismo, usan la idea de “pueblo”. En realidad, persiguen formas hipercapitalistas de la política. No piensan en mitigar el cambio climático ni la desigualdad. Un hipercapitalismo a toda máquina con fobias, derechos anti-gay y ese cúmulo. Por otro lado, está el pivot hacia el capitalismo verde. Fondos como BlackRock abrazan objetivos ambientales. Sería bueno y parece ser un verdadero cambio posneoliberal, dirían algunas personas. Yo no estoy tan seguro, porque no parece realmente tener resultados. Se trata de anticiparse a los futuros cambios políticos y a cómo podrían afectar a los beneficios de las empresas. Así, el capitalismo verde podría ser visto como una nueva variedad de capitalismo. Por lo tanto, estamos viendo un desarrollo paradójico aquí desde el brote del coronavirus. Se habla cada vez más del fin del capitalismo neoliberal, pero los beneficios del último año y medio han ido a parar de forma desproporcionada a un sector muy pequeño de la sociedad. La desigualdad sigue aumentando. Soy escéptico de la idea de que vivimos el fin de un paradigma y la aparición de una sociedad verde y más consciente. Debemos presionar hasta que la retórica se acerque a la realidad.

“Hoy poca gente se imagina el comercio global como un sistema libre y sin restricciones.”

—En las últimas elecciones de medio término de la Argentina, tuvieron una muy buena performance dos propuestas ligadas ideológicamente al liberalismo más extremo. Una de ellas libertaria y la otra, más clásica. En un reportaje de esta misma serie, el economista y hoy diputado de esta última corriente, José Luis Espert, dijo que una buena manera de desarrollo para la Argentina era a través del comercio de productos agropecuarios como un primer paso. ¿Puede ser un germen para el desarrollo la “especialización” de un país o esta es la matriz del neoliberalismo?

—No todas las formas de globalización son neoliberales. Un argentino famoso, Raúl Prebisch, el economista, es un ejemplo de lo contrario. Se caricaturizó a Prebisch y a la escuela de la dependencia como si predicara de alguna manera la retirada de la economía global o la autarquía, cerrando las puertas de la economía nacional de todas las influencias externas, desvinculándose. Nunca predicó nada de eso. Prebisch era un liberal. La escuela de la dependencia quería más comercio exterior, otra insersión dentro de la división internacional del trabajo. Por lo tanto, centrarse en este o aquel sector basándose en las dotaciones naturales, basándose en la ventaja comparativa, no es algo neoliberal per se. Una política económica exterior posneoliberal o progresista implicará que países como Chile utilicen recursos como el litio o el cobre. Que Brasil utilice sus exportaciones agrícolas. Será parte de una nueva interdependencia económica que puede ser neoliberal o no. Lo que importa es que tiende a la justicia económica. Importa si se expropia a las poblaciones indígenas sobre el terreno o si se les da algún tipo de participación en esta nueva forma de desarrollo. Importa si se está creando algún tipo de equilibrio en el bioma entre las formas de agricultura monocromática y la preservación de las formas naturales de oxigenación, especialmente en lugares como Brasil. Aprovechar los recursos naturales no es algo liberal en sí mismo. Pensar en cómo hacerlo es también un desafío para el pensamiento progresista. Se trata de cómo mantener la fe en la globalización como algo que puede cambiar la vida de la gente para mejor sin que pierda legitimidad a nivel local, o sin que nos mantenga en esta dirección suicida de la carbonización. No será fácil. Pero los elementos más progresistas de Estados Unidos son muy conscientes de esto cuando hablan de una economía verde.

“La globalización tal como se entendió en los 90 dista mucho de no tener restricciones.”

—En su libro, usted dice: “El nombre de Hayek, sobre todo, suele operar más como un significante que flota libre que como referencia de un personaje histórico real. Hay quien califica la Unión Europea como una ‘federación hayekiana’, por ejemplo, mientras que otros describen el deseo de abandonar la Unión Europea como la esperanza de ‘resucitar el sueño de Hayek’”. ¿Cómo analiza usted las figuras de Friedrich Hayek y Milton Friedman?

—Lo fascinante de Hayek es su ambición intelectual. Emerge de la cultura de salón vienesa, en la que se esperaba que todo el mundo supiera un poco de todo. Es el mismo lugar del que salieron Ludwig Wittgenstein o Karl Popper. Había que saber matemática, literatura, biología, economía y derecho. Poder juntarlas y llegar a conclusiones para organizar la sociedad de manera que reflejara la imaginación y el ingenio humanos, pero que también respetara la mecánica del mundo natural. Es uno de los temas que marcan el pensamiento de Hayek. El problema era que pensaba que lo que hace a los humanos en su organización también los torna potencialmente autodestructivos. Creen que pueden organizar el mundo de manera que sea mejor para todos. Piensan que pueden ser más inteligentes que el mecanismo de los precios y que pueden coordinar la distribución y la producción de una manera que funcione para todos. Para él eran creencias falsas, lo que llamaba la arrogancia de la razón. Pero lo fascinante y que redescubro en sus críticos y defensores es que en realidad no es una mala manera de abordar los problemas sociales reconocer que tenemos rasgos evolutivos como humanos, y aspiraciones como seres de pensamiento superior. Así, el ala izquierda del Partido Laborista puede encontrar cosas en Hayek. Y el ala derecha del movimiento conservador en los Estados Unidos puede encontrar cosas sobre la moral y la tradición evolutiva. Es bolsa de sorpresas. Milton Friedman es bastante diferente. Es un economista, a diferencia de Hayek. Es alguien que cree que la mejor manera de organizar la sociedad humana es a partir de ciertas fórmulas y matrices sobre las expectativas que podemos tener sobre el comportamiento humano. Piensa que podemos utilizar la ley para fijar ciertas características. Que habría mejor resultado económico, encontrando la manera para la oferta monetaria, la oferta de dinero para que los bancos no se descarrilen por la ambición humana o la política socialista. Su mirada es mucho más reduccionista. El pensamiento de Hayek es más estimulante y tiene más matices para pensar.

Quinn Slobodian, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
LIBROS. “Globalistas” es un texto clave para discernir la evolución de la economía y la política de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del siglo XXI. En sus textos, Slobodian aplica diferentes criterios de análisis, que incluyen lo cultural como factor de desarrollo. (Foto: Sergio Piemonte)

—En una entrevista usted dijo: “Tomar la decisión de producir más productos a nivel nacional no significa necesariamente que hayamos ‘retrocedido’ en la globalización. Simplemente significa que hemos elegido otro tipo de globalización u otro tipo de ‘world-making’ [creación del mundo], usando el término de la politóloga Adom Getachew”. ¿Cómo sería ese “world-making”?

—El tipo de globalización con el que nos familiarizamos en la década de 1990 dista mucho de ser una globalización liberada o sin restricciones. Fue globalización muy legalizada. Pone mucho poder en manos de las corporaciones privadas. Cuenta con flotas de abogados para hacer cumplir el tipo de derechos y obligaciones que las corporaciones suponen como propios. Era difícil de mantener ese tipo de globalización: que las poblaciones sintieran que debían tener confianza en la Organización Mundial de Comercio. El reto es encontrar una globalización capaz de asegurar la legitimidad a nivel local. Y que se maneje con reglas que no sean lejanas y que resulten comprensibles. La mejor expresión del cambio se da a través de lo que se llamó, en Estados Unidos, el Green New Deal y en Europa, simplemente el Green Deal. El movimiento de justicia climática se enfrenta a un desafío extremo: elaborar un paradigma de desarrollo descarbonizado y que consiga licencia social. Una amiga mía está trabajando en el tema del litio, y me ayudó a comprenderlo de forma más profunda. Estudia los yacimientos de litio, los lagos y el altiplano de Chile. A través de internet y de los movimientos sociales, es posible conectar con las poblaciones locales, los movimientos de trabajadores locales que tienen intereses diferentes a los gobiernos nacionales Existe la posibilidad de ir más allá del nivel nacional y hacer que la gente que hace algo como comprar un vehículo eléctrico en Estados Unidos sea consciente de dónde proceden el litio, el níquel o el cobalto de su batería y en qué condiciones se creó. A través del periodismo, mediante el seguimiento de la cadena de suministro por internet, podemos comprender este vínculo entre el consumidor y el productor de una manera nueva. Milton Friedman hablaba del ejemplo del lápiz. Decía que un solo lápiz es producido por muchas personas diferentes en todo el mundo, desde el grafito hasta la pintura, pasando por la madera, la goma y el metal de la goma. Es algo difícil de comprender para el consumidor que está feliz por la magia del mercado. Ahora es posible pensar las cosas de otra manera. La información con la que contamos, las formas de conectar con los productores locales y las poblaciones son tales que podemos conocer dónde y cómo nacen las cosas. Es posible una nueva forma de globalización, mucho más consciente sobre el origen de las cosas y las cadenas de suministro. El mero hecho de que “cadena de suministro” forme parte del vocabulario cotidiano en Estados Unidos marca una diferencia. Hace tres años, muy poca gente utilizaba ese término. Una cuestión que se vio en la pandemia en temas como las vacunas. Debemos extender esta conciencia a todas las áreas de consumo. Es una globalización diferente, que se da paso a paso, eslabón a eslabón, que necesitamos construir. La naturalización de la globalización que personas como Tony Blair y Bill Clinton utilizaban en los años 90 pierde vigencia. Esta idea de que no podemos controlar que el comercio cambie nuestras vidas y todo lo que podemos hacer es dejar que ocurra. Es políticamente suicida y la gente no está dispuesta a tolerarlo.

“Vimos muy poca equidad a nivel mundial en las vacunas.”

—Usted dijo el año pasado: “El otro factor importante es el fin del miedo a la inflación. Quiero decir, después de 2008, la suposición de la izquierda y la derecha en los Estados Unidos seguía siendo que si el Estado gastaba demasiado, la gente lo pagaba a través de la inflación. Es la ortodoxia económica. Pero, obviamente, no sucedió”. Esto evidentemente fue después de la crisis de 2008, 2009; pero ahora, con una inflación en Estados Unidos que va desde un mínimo del 7% a un máximo del 12%, ¿usted no cree que esto dio algo de razón a la mirada ortodoxa?

—Esto es algo que los economistas más inteligentes del mundo debaten. Al no ser economista, lo que puedo hacer es observar sus desacuerdos. Hay dos posiciones: que la inflación que vemos sigue siendo transitoria y sectorial, ligada a bienes particulares que tienen una demanda especialmente alta y que no necesariamente persistirá después de esa especie de reflujo de la demanda cuando la pandemia llegue a su fin, en 2022. El otro lado del argumento es que esto es más estructural y requerirá algo como una subida de los tipos de interés de un nivel más alto que el que hemos visto ahora para ponerlo bajo control. Incluso la Reserva Federal y el Banco Central Europeo no están de acuerdo con esto. Este desacuerdo demuestra que todos los comentarios que se hacen tienen un sesgo político. Lo único que se puede decir con certeza es que no sabemos. Y que vivimos el rebote de una depresión especialmente profunda de la demanda al principio de la pandemia. Hay que esperar.

Quinn Slobodian, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
VACUNAS DESIGUALES. “Ómicron y antes delta demuestran que la decisión 
de no ampliar el suministro de vacunas a los países más pobres solo creó las condiciones 
para que una cepa más virulenta del virus pudiera propagarse”. (Foto: Sergio Piemonte)

—Usted dijo: “En los próximos años veremos que probablemente sea cada vez más difícil distinguir las formas de activismo de la derecha y la izquierda. Aquello que mi colaborador Will Callison y yo hemos llamado ‘pensamiento diagonal’ ya se exhibe en la oposición a los confinamientos y la vacunación”. ¿Cómo describiría el pensamiento diagonal?

—Desde la gran creación de instituciones de los 90, vemos la rápida carrera hacia la integración europea: el Tratado de Maastricht, la Unión Monetaria. En el momento en que esas cosas se sometieron a votación popular, obtuvieron respuestas mixtas, cuando no un rechazo frontal. La Constitución Europea no salió adelante porque estaba claro que la gente no votaría el sí. Se apresuraron a aprobar el Tratado de Lisboa, una especie de Constitución sin referéndum. En Estados Unidos el tratado de libre comercio con Canadá ocurrió en el filo de la navaja. Tuvo mucha oposición popular. La OMC se hizo como una especie de transformación de la brecha dirigida por la élite desde arriba. Después de la Guerra Fría, hubo una especie de construcción de instituciones a escala global dirigida por la élite. Ambas instituciones acabaron teniendo efectos cotidianos en la vida material de la gente, ya sea por la competencia por los puestos de trabajo, ya sea por la externalización de su propia línea de trabajo previa. En los años 90 y 2000, la gente sintió los efectos de la globalización en su vida cotidiana. Así que, con razón, empezó a sospechar mucho de lo que las élites estaban haciendo en realidad. ¿Qué hacían sus políticos? ¿Qué hacían los jefes de las empresas? ¿Qué hacían los jefes de las cadenas de televisión? Cuando, en 2020, todas esas élites, desde el Foro Económico Mundial de Davos hasta la CNN y la Casa Blanca, empezaron a decir: “La pandemia está aquí, ponte una máscara, quédate en casa, cuida de tu hijo, ya sabes, en circunstancias difíciles durante meses”, eso desencadenó una oposición que no solo vino de la derecha, especialmente en Europa y Norteamérica. En cualquier lugar se veía una especie de viejos hippies e instructores de yoga y fanáticos de la comida sana que desconfiaban de los efectos de la vacuna. La realidad, en algunos casos, de la pandemia de coronavirus es que se unieron personas que por derecha sentían que había una cábala global dirigida por George Soros, o lo que sea, que estaba tratando de quitarles sus libertades. Y por eso mi colaborador Will Callison y yo dijimos que tenemos que pensar en estos frentes antiélite, estas coaliciones antiélite que surgen de los intentos de remedios colectivos como el de contener la epidemia de coronavirus, no como izquierda o derecha, sino que es una especie de diagonal. Están vinculando a la izquierda y a la derecha de nuevas maneras y creando centros de sospecha alimentados por el ecosistema de internet para producir una sensación de desconfianza en cualquier tipo de poder concentrado. La razón por la que esto es un problema, incluso si y cuando la pandemia termine, es que se necesitará este tipo de medidas a gran escala, a menudo disruptivas e intrusivas, para conseguir que la crisis climática no sea un peligro para la supervivencia. Podemos esperar ese mismo tipo de poder antielitista, coaliciones escépticas que surgen muy rápidamente tan pronto como la gente tiene que hacer cosas como cambiar la forma en que vive, o conduce, o construye sus casas, u organiza sus viajes de aquí a allá. Por eso pensamos que la izquierda y la derecha podrían dejar de ser espectros fiables. Y que aparezca una propuesta desde abajo hacia arriba, bajo el efecto organizador de la ira política.

 

“En los 70, el FMI y el Banco Mundial se transformaron en un brazo del Departamento del Tesoro de EE.UU.”

 

—¿Qué rol tienen organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional?

—Son instituciones pensadas en contexto, cuyos resultados son muy diferentes a su actuación actual. El Banco Mundial y el FMI son el núcleo de los acuerdos de Bretton Woods de 1944. No fueron diseñados como la policía global de Wall Street en que se convirtieron. La intención original era permitir un grado de autonomía ante las presiones económicas globales. La idea era extender el modelo americano de los años 40 de capitalismo industrial, con sindicatos y un Estado de bienestar, al resto del mundo. En los 70, cuando Estados Unidos rompió el sistema de Bretton Woods al abandonar el patrón oro, el FMI y el Banco Mundial empezaron a buscar un nuevo rol. El papel que tomaron fue el de ser un brazo del Departamento del Tesoro de Estados Unidos y de Wall Street y la City de Londres. Obligaron a los países que tomaban préstamos del FMI y el Banco Mundial a reconfigurar sus economías. Especialmente desde el estallido de la crisis de la deuda del Tercer Mundo, en 1982, el Banco Mundial y el FMI desempeñaron esa función. Las instituciones pueden transformarse. Que muchas personas se sientan desmoralizadas por la forma en que el FMI y el Banco Mundial funcionaron hasta hoy no significa que no puedan transformarse bajo la presión de las pandemias mundiales o el cambio climático. El FMI está cambiando el lenguaje en torno a la condonación de la deuda o la introducción de los llamados DEG como formas de ayudar a países que quedaron fuera del sistema financiero mundial.

—¿Kristalina Georgieva representa una mirada distinta dentro del Fondo?

—Es un reto. El FMI está dividido. No es igual quienes prestan y quienes investigan. La división de investigación suele estar más abierta a nuevas ideas que la parte empresarial real del FMI. Hace unos años se discutió mucho sobre el hecho de que la división de investigación del FMI empezó a utilizar la palabra neoliberalismo y reconoció que algunas estrategias no fueron eficaces. Sin embargo, las prácticas reales de los préstamos y las condiciones no cambiaron mucho más allá de la retórica. Con el FMI es muy importante asegurarse de que la retórica coincida con la práctica. Y eso le cabe también a Georgieva. Será creíble un cambio del FMI cuando veamos que se traduce en acuerdos reales, no solo cuando la directora da entrevistas.

 

“Resolver la crisis generada por la pandemia solo imprimiendo dinero lo que produce es que los ricos terminen siendo más ricos”

 

—En una entrevista usted dijo: “No se trata de liberar el mercado, se trata de encerrarlo. Es producir un conjunto de regulaciones que conduzcan a resultados que favorezcan al capital y a la libertad económica en lugar de justicia social o igualdad redistributiva”. ¿Puede haber un orden global diferente y más justo sin las reglas económicas del mercado? Recientemente tuvimos la información de que la persona más rica de Estados Unidos aumentó su riqueza en un 30% en el último año sin hacer nada.

—Un peligro del que fui muy consciente desde el principio de la respuesta a la pandemia era que si resolvíamos la pandemia mediante la creación de dinero, que es lo que hizo Estados Unidos para resolver la crisis financiera mundial en 2008 y lo que hizo de nuevo en 2020, haciendo que el banco de la Reserva Federal simplemente produjera enormes cantidades de dinero nuevo, si simplemente hacíamos eso sin adjuntarlo a una nueva legislación, a un nuevo gasto y a una nueva política fiscal, lo que haría sería simplemente aumentar los activos de aquellos que ya tenían activos. La lógica de la administración Biden era llegar con tres enormes paquetes legislativos que tomarían toda esa liquidez chapoteando en la economía y dirigirla hacia fines socialmente más productivos. Encaminarla hacia la política industrial, la infraestructura y la economía del cuidado. Cubrir las bajas por enfermedad y por maternidad. Fue el razonamiento de la administración Biden. Tenía lógica. Si esos grandes actos legislativos se ralentizan, se reducen a la mitad o no se aprueban en absoluto, el resultado es que ese dinero vaya al bolsillo de los más ricos. La subida explosiva de las acciones tecnológicas está llevando a cabo este aumento y creación de riqueza en este momento. Y está en manos de pocas personas. Necesitamos aprobar esos paquetes legislativos que deberían haber sido aprobados si dos senadores no se hubieran interpuesto en su camino. Joe Manchin y Kyrsten Sinema. Es uno de esos momentos horribles de la historia en los que el camino podría haber ido en una dirección, y fue desviado por acciones interesadas de dos individuos. La forma en que creo que esto se traduce en otros ámbitos es tomar algo como el nuevo tratado comercial entre Estados Unidos, Canadá y México, que tiene escritas nuevas formas de supervisión laboral, para decir que los trabajadores deben ser tratados mejor en las plantas automotrices mexicanas. Puede significar que se despidan más personas y mejoren las condiciones en las plantas automotrices mexicanas. Son cuestiones políticas, de lucha social sobre el terreno. Las fuerzas progresistas en Estados Unidos deben intentar crear capacidad en los movimientos sociales y en los sindicatos para presionar cada vez más a los legisladores para que hagan esas leyes que canalicen todo ese dinero en direcciones más redistributivas.

 

Producción: Pablo Helman y  Natalia Gelfman.