Las historias más siniestras de la cárcel de Rawson sobreviven al paso del tiempo en los muros descascarados y grafiteados de los antiguos pabellones. De este penal de máxima seguridad, que actualmente aloja a los detenidos más peligrosos del país, hace más de 45 años se fugaron los 16 presos que después fueron ejectuados en la denominada masacre de Trelew. También estuvieron detenidos algunos de los 12 Apóstoles, protagonistas del sangriento motín de Sierra Chica, en la Semana Santa de 1996. En este lugar se encuentra ahora detenido Manuel Marcelino Gutiérrez, un simple cartero sin antecedentes delictivos, que el año pasado fue declarado en rebeldía después de haber sido condenado a un año de prisión en suspenso por no haber repartido más de 19 mil cartas.
Gutiérrez, de 48 años, fue enviado al pabellón de los narcos: el N° 8. Llegó el 15 de enero pasado para cumplir su condena por orden del juez Enrique Guanziroli. “Lloro todas las noches”, confiesa en una entrevista exclusiva con PERFIL, la primera que brinda desde que se conoció su caso.
El cartero fue condenado en 2015 por “violar y ocultar correspondencia privada”. Según explica, no repartió 19.302 cartas por falta de tiempo (ver aparte). “No daba abasto. Eran muchas las que recibía por día”, asegura.
Gutiérrez terminó en la cárcel porque, supuestamente, no cumplió con los requerimientos del Juzgado de Ejecución como, por ejemplo, presentarse en la sede judicial. En el fallo se señala que el acusado “no ha cumplido con la presentación requerida, ni tampoco informado un cambio de domicilio, ni pagado las costas, ni asumido ninguna otra de las obligaciones impuestas en la sentencia”.
Pero él lo niega: “Nunca estuve oculto. Yo estaba trabajando, en blanco, en una planta pesquera de Puerto Madryn. Si cuando me fueron a detener yo estaba en mi casa. No es que me anduvieron buscando un año o me encontraron de casualidad. Lo único que pasó es que no viajé a Comodoro Rivadavia por falta de dinero, pero hice una exposición en una comisaría que está documentada”.
Gutiérrez siente que su detención es una tremenda injusticia y compara su situación con la del empresario Cristóbal López. “La Justicia es distinta para el pobre que para el rico. Es lo que piensa todo el mundo. Cristóbal López, que se afanó todo, está en la calle y yo, por no presentarme en Comodoro Rivadavia, estoy preso en una cárcel de máxima seguridad. La verdad es que me da bronca y mucha rabia. Pero por más que piense eso yo sé que de acá no me van a sacar. Saldré recién cuando cumpla con la pena, lo tengo claro”, dice a este diario.
Entre cuatro paredes. En las cárceles los días y las noches parecen más largos. Gutiérrez sabe que para sobrevivir tiene que estar muy activo. “Me anoté en los talleres y estoy estudiando como para hacer algo. Bajo a las 9 de la mañana y hasta las 12 o 13 estoy en el taller de pintura. Después, una vez por mes, voy una semana al colegio de 3 a 5 de la tarde”, cuenta desde el pabellón 8, donde convive junto a condenados y procesados por narcotráfico.
En la Unidad N° 6 de Rawson la muerte vuela bajito. Desde que ingresó, hubo tres fallecimientos violentos. “Esto es una jungla”, resume. “Tengo miedo, no te voy a mentir. En poco tiempo hubo tres muertos: uno se prendió fuego, a otro lo apuñalaron y a otro lo dejaron morir. Todos los días hay episodios de violencia. Siempre pasa algo”, revela a PERFIL.
Gutiérrez reconoce que llora “todas las noches”. “A veces no puedo dormir pensando en si me van a matar. Yo salgo a trabajar pero no sé qué me puede pasar. Acá está tranquilo pero en dos minutos todo puede cambiar. Uno no está seguro”, confiesa.
Los guardias que trabajan en el pabellón de los narcos también están sorprendidos por su detención. No pueden entender que esté alojado en un pabellón común de una cárcel de máxima seguridad. “Me preguntan: ‘¿Vos sos el cartero? ¿Cómo te mandaron acá? ¿Están locos?’. No lo pueden creer”.
“No daba abasto”
Manuel Gutiérrez trabajó cuatro años en el Correo Argentino. En el año 2009, su suegra lo denunció por haber maltratado a su nieto. Cuando una comitiva policial ingresó a su casa de la calle Soldado Desconocido al 600, en Puerto Madryn, descubrió una insólita montaña de cartas. Eran 19.302 que estaban distrubuidas en bolsas de consorcio, debajo de una escalera y hasta en el interior de un lavarropas en desuso.
—¿Por qué no repartió las cartas?
—Porque no daba abasto. No se fueron acumulando de un día para el otro. Yo trabajé cuatro años en el Correo y a lo largo de los años las fui juntando. Eran facturas telefónicas, de servicios, no cartas de puño y letra. Yo tenía que sacar 400 cartas simples pero llegaba a repartir la mitad. Tenía 90 de control, que son las cartas documento, los telegramas y las cartas certificadas, que uno tiene que entregar con firma sí o sí. En el correo me exigían que devuelva las que no entregaba pero no lo hacía porque sino al otro día se me amontonaban con la nuevas.
—¿Dónde las guardaba?
—Tenía un pucho en un lavarropas viejo que tenía en mi casa, y después el resto en bolsas de residuos abajo de una escalerita. En ese momento yo vivía en un monoambiente.
—Según la causa, muchas de esas cartas fueron violadas, ¿usted las abrió?
—No, fue mi suegra, la que me denunció. Ella era la que abría las cartas. Yo me iba a laburar y ella a la mañana tomaba mate y se ponía a abrir los sobres. Como era responsabilidad mía, quedó como que yo abría las cartas. Yo estaba tapado de cartas: ¡mirá que me iba a poner a abrir cartas!
La cárcel de los más malos
La cárcel de Rawson fue inaugurada en 1951 y cuenta con cuatro sectores con alojamiento en celdas individuales. Allí fue trasladado, en enero de 2016, Máximo “Guille” Cantero, quien está siendo juzgado en Rosario como cabecilla de la narcobanda Los Monos. En el penal permaneció once meses, hasta que ordenaron que regresara a una cárcel de Santa Fe. Desde allí, por ejemplo, llamó por teléfono para amenazar de muerte al juez que debía autorizar su traslado.
En este penal de máxima seguridad, ubicado en la capital de Chubut, también estuvo preso Matías Espiasse Pugh, tras robar un camión de caudales del Banco de Chubut y matar a dos suboficiales. Luego fue derivado a otros penales, hasta que logró fugarse de la cárcel de Ezeiza junto a otros doce internos. En estos calabozos durmió el tristemente célebre ladrón de bancos y blindados Hugo “Cacho la Garza” Sosa, lugarteniente del Gordo Valor, jefe de la superbanda que realizó millonarios robos a bancos y camiones blindados durante la década del 90. También estuvieron algunos de los 12 Apóstoles, protagonistas del motín de Sierra Chica en 1996.