Son madres que sufren. Son madres que luchan contra los narcotraficantes. Son madres que temen por su vida. Les balearon las casas, les prendieron fuego un auto, le quebraron el brazo a uno de sus hijos y secuestraron a otro. Las amenazas se multiplican con el único objetivo de que no denuncien al comercio de droga en los búnkeres de Santa Fe.
Ahora Betina Zubeldía, Adriana Abaca y Norma Castaño –miembros de la ONG Madres Solidarias que luchan contran el narcotráfico– piden una intervención seria de la Justicia y una audiencia con la Presidenta.
“Somos tres madres que decidimos enfrentar y combatir al narcotráfico denunciando lo que veíamos ante la Justicia Federal, pero desde ese momento comenzó nuestro calvario”, escribieron en la carta que le entregaron ayer a la presidenta Cristina Fernández en el acto por el Día de la Bandera, en Rosario.
El lunes pasado, una treintena de personas atacaron a Abaca y a su familia cuando regresaban a su casa en el barrio Cametsa del sudoeste rosarino. “Fue a plena luz del día, con la custodia en la puerta y un grupo grande de personas que son enviadas por los dueños del negocio a cambio de un poco de droga. Es la máxima expresión de impunidad”, se enoja la mujer que denunció, hace dos años, la presencia de un búnker en el barrio y desde entonces comenzó a sufrir amenazas de todo tipo.
Tras el incidente uno de sus hijos resultó con el brazo quebrado y los vidrios de su casa agujereados por las piedras que les arrojaron.
Por su parte, Zubeldía denunció a narcos de la localidad de Pérez (al oeste de Rosario) que le proveían droga a su hijo. No se lo perdonaron: le incendiaron un auto y un negocio y le balearon el frente de la casa de sus padres.
La semana pasada fueron por más y le arrojaron una bomba molotov en la puerta de su local. “Me dio la sensación que fue una forma de advertirme que están pendientes de lo que digo sobre los narcos, lo que me da más temor”, opina la mujer, que siente que le siguen los pasos.
Castaño vive en la capital santafesina y con ella la problemática se repite. “Hace dos meses secuestraron a uno de mis hijos. Todas las mañanas me levanto y me pregunto si tengo que seguir con esta lucha pero, aunque estoy cansada y tengo miedo, no me queda otra más que continuar. Nos amenazan a nosotras para que nadie se anime a denunciar y para que todos tengan miedo. Si los medios no nos apoyaran, ya estaríamos muertas”, reflexiona.
Las tres tienen una custodia en la puerta de sus casas, pero aseguran que no resulta suficiente. “No le tienen miedo a la policía”, afirma Norma. Adriana decidió que sus hijos no concurran a la escuela ni frecuenten boliches. Al igual que Betina, sus familiares se mueven en bloque e intentan evitar andar solos por la calle. “Denunciamos a delincuentes y ahora somos las que nos tenemos que ir del barrio”, se quejan.