Entrada la década del 60, un joven bien parecido y con un flamante título de abogado de la UNLP regresó a su pueblo natal, Gualeguaychú. Allí tenía su familia, buena posición socioeconómica, sus amigos del secundario y muchas vinculaciones con el poder local, lo cual le permitió obtener una privilegiada ubicación en el contexto social que frecuentaba.
Hubiera sido un “gran partido” para las señoritas casaderas del lugar pero Gustavo Rivas no mostraba mucho interés en cultivar relaciones femeninas. Ya desde su llegada a la ciudad donde residió (y aún reside), algunas de sus andanzas llamaban la atención de los vecinos. Sin embargo, nadie “osaba” deslizar la idea de investigar seriamente la actividad “secreta” del “ilustre” y sus pequeños amiguitos.
Hoy sabemos que cientos, quizá miles de niños (hoy adultos) fueron abusados de manera atroz. Que fueron “cosificados” por el “bueno” de Rivas, llegando a medirles sus miembros viriles para cerciorarse de elegir, si pasaban a la acción, al que “mejor midiera”. Pero como si todo eso fuera poco, filmaba y fotografiaba a los niños, revelando una perversidad sin límites, que deja ver la verdadera y truculenta personalidad: un genuino psicópata, con un alto cociente intelectual, que desarrolló sus desviadas pulsiones sexuales (pedofilia) con ingenio y sin culpa, escalando posiciones en una sociedad que nunca lo enfrentó, por miedo, por indiferencia o, en pocos casos, por la simpatía que derramaba a su alrededor.
Por último, siempre es necesario recordar que los psicópatas no sólo se encuentran en las prisiones, sino que también están en las más respetadas posiciones sociales, como médicos, políticos, empresarios y, naturalmente, también como abogados/ciudadanos ilustres.
*Médico psiquiatra y legista.