En la jerga política se dice que, cuando un político pierde el poder, le deja de sonar el celular. Eso sufre hoy Amado Boudou en carne propia. Pasa sus días encerrado en su despacho del Senado sin que nadie le golpee la puerta para hacerle una consulta, a excepción de sus abogados. Qué lejos quedó aquel 2011, el año en que Cristina Kirchner lo eligió como su compañero de fórmula. Era el candidato perfecto: carismático y con buena oratoria, fanático de las guitarras y propenso a subirse a cualquier escenario con su banda amiga, La Mancha de Rolando, para cantar el tema Arde la ciudad. Era, también, integrante de la mesa chica donde se tomaban todas las decisiones del Gobierno. En menos de tres años, el escándalo por el rescate de la imprenta Ciccone Calcográfica se devoró todos sus atributos y lo colocó al borde de una declaración indagatoria. Hoy es un paria en el kirchnerismo. Nadie se le acerca. Es más, se alejan de él como si tuviera una enfermedad contagiosa. Ni siquiera lo imaginan como futuro legislador, porque no sólo creen que “pianta votos” sino que se negarían a integrar una lista con él. Pero por ahora cuenta con una gran ventaja: la Presidenta no le soltó la mano, convencida de que un golpe a su vice es un golpe a ella misma.
En el entorno del vicepresidente admiten que están aislados. Aunque tomaron como un minitriunfo la decisión de ir voluntariamente a los tribunales ante el pedido del fiscal. Sirve para descomprimir un poco y evitar eternos análisis de los medios, dicen. Para ejecutar esa maniobra recibió el aval de CFK el jueves a la noche. Los dos escritos los tenía preparados tiempo antes.
El límite que lo obligaría a dar un paso al costado, dicen en su entorno, es un procesamiento. Para eso, primero el juez Ariel Lijo deberá llamarlo a indagatoria, como requirió el fiscal Jorge Di Lello. Boudou tiene la esperanza de que la Cámara de Casación Penal defina su situación judicial y lo deje afuera de este embrollo. El año pasado decía, a quien quisiera escucharlo, que para principios de 2014 estaría afuera de la causa. Eso aún no sucedió. Y la apurada de Di Lello indica que no va a pasar. Sin embargo, tanto él como sus pares en el Gobierno consideran que está condenado socialmente pero no jurídicamente. “Amado no va a ir preso, olvidate”, dijo a PERFIL un hombre de confianza del vicepresidente. El problema es que, aunque no vaya preso, el estigma de culpable no se lo podrá sacar, al menos por un buen tiempo. Y eso si la Justicia no sigue avanzando sobre sus pasos. Lo que hay, según ministros y secretarios, es un linchamiento mediático, pero aseguran en su mayoría que jurídicamente no hay elementos para que el vicepresidente sea procesado. Hablan sobre él con cautela porque detrás de Boudou está Cristina Kirchner. Fue lo que dijo ayer el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. “Lo que hay sobre Boudou es un linchamiento mediático”, explicó el funcionario. “Está más liviano de lo que está Macri”, opinó otro funcionario en relación con el procesamiento que tiene sobre sus espaldas el jefe de gobierno porteño. Sin embargo, son pocos los que lo apoyan en público.
La Justicia, no obstante, se sintió atacada por el gobierno nacional en 2013. La reforma judicial, volteada por la Corte Suprema, fue una de las causas de ese malestar. Y algunos creen que detrás de la avanzada sobre Boudou hay algo de “venganza”. Otros, que se debe a la debilidad política actual del Gobierno. Pero más allá de lo que pase en los tribunales, Boudou se siente compungido. Ve cómo se le escaparon de las manos sus sueños de ser presidente.
Un sueño que tuvo allá por 2011 y que se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Ahora sólo le queda esperar el primer semestre del año, clave para saber si será procesado o no