POLITICA
El reportaje de Fontevecchia

Alfonsín: "No alcanza con Cobos"

El político que más crece en el radicalismo habla de todo: la mimetización con su padre, la expectativa social, su partido, el Gobierno, Carrió y la elección de 2011.

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—¿Cómo cambió su vida en el último año?

—Tengo que asumir responsabilidades que no había asumido, como la de ser diputado nacional y vicepresidente de la Cámara. Las encuestas son positivas respecto de mi imagen y soy consciente de que tienen que ver, más que nada, con la figura de Alfonsín. Eso me hace sentir todavía mayor responsabilidad.

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—¿Habría imaginado que un día sería el político argentino con mayor imagen positiva?

—Jamás.

—¿A qué otras causas atribuye su popularidad?

—La gente me atribuye condiciones que le atribuían a Alfonsín y que hoy son necesarias para actuar en política. Tiene la tendencia a atribuirles a los hijos las cosas que reconocían en el padre. Y creo que realmente eso soy. Me preocupo por conocer los problemas. Asumo todas las responsabilidades que tengo que asumir. No soy un hombre deshonesto intelectualmente a la hora de analizar la realidad. Trato de ser consecuente, de poner por encima de las consideraciones personales, o del partido, las que tienen que ver con la necesidad de resolver los problemas de los argentinos. No me relaciono con el adversario de manera agresiva o descalificatoria. Además de que me lo atribuyen, efectivamente lo soy. Me ven también como un hombre que pertenece al campo progresista. Y dentro del radicalismo, quieren que sea mayoritaria la corriente progresista que representó Raúl Alfonsín.

—¿La adhesión que usted genera se puede trasladar a los votos o es una empatía personal?

—Es condición necesaria, pero no suficiente. Hay que demostrar condiciones para gobernar, buscar consensos, advertir cuáles son las prioridades, armar los equipos. Si se logra ese tipo de condiciones, sí creo que podría traducirse en votos.

—¿Estaba muy nervioso en el acto de homenaje a su padre? Dijo: “Profundizar la democracia y lograr mayores niveles de injusticia”, en lugar de justicia.

—Sí. Soy muy tímido. Es difícil creer que un tímido pueda subir a un escenario y ante miles de personas hacer un discurso. Sin embargo, a la hora de tener que enfrentar lo que se enfrenta, perder esa timidez.

—¿No teme que al exponerse más ante la opinión pública su imagen positiva pueda decaer? Exponerse implica que las personas lo vean cada vez más a usted y dejen de ver la imagen de su padre.

—No me lo he planteado en esos términos.

—Cuando tuvo que dar discursos o enfrentar a una cantidad de público muy grande, hace dos o tres años, ¿sentía el mismo peso que hoy?

—Siguen pasando las mismas cosas, aunque en proporciones diferentes. Siempre van a estar las comparaciones: “A ver si éste heredó algo del viejo”. No era mi preocupación parecerme a él, sino no defraudar alguna expectativa que se podía haber generado en la sociedad. Después se me fue perdiendo ese miedo y empecé a preocuparme porque algunos empezaban a decir: “Sí, éste es un hombre que tiene sus propias condiciones. No solamente es el hijo”. Permanentemente, me encuentro rindiendo esos exámenes.

—En las crónicas del acto se dijo que por momentos parecía “que el espíritu de su padre se apoderaba de usted”. También su apariencia física y hasta su expresión corporal son similares a las de su padre. ¿Por qué hay tanta similitud?

—Es genética. Si hay alguna actitud que procure imitarlo, no es consciente. Si la advirtiera, la cambiaría enseguida. Yo no soy Raúl Alfonsín y no siento que deba ser Raúl Alfonsín.

—¿No nota que su voz, kinestesia y oralidad se hicieron más parecidas a las de su padre tras su muerte?

—No, siempre me lo han dicho.

—¿No cree que más allá de las lógicas genéticas y filogenéticas, usted imita a su padre con un fin político?

—En absoluto.

—Que sea inconsciente.

—No lo sé.

—¿Es consciente del efecto hipnótico que genera su voz, igual que la de su padre?

—El efecto tiene que ver con que no solamente en lo formal puedo parecerme a mi padre, sino en los contenidos. Y no es extraño que me parezca porque soy su hijo.

—Es lógico que haya similitudes, pero acá lo que sorprende es que son muy grandes.

—En cuanto a la voz, si habla con mis hermanos por teléfono, va a creer que habla conmigo.

—Estoy tratando de entender cómo una persona novata en la política de repente se convierte en el político de mayor valoración positiva en la Argentina. Evidentemente, es un fenómeno sociológico que lo tiene que trascender. Es interesante, como análisis político, qué pasó acá, independientemente de las virtudes de cada uno.

—Además de interesante, me resulta realmente un desafío.

—Cada vez más la política se integra a la lógica del espectáculo, que no le pide a quien comunica que lo que está comunicando sea absolutamente verdadero, sino que sea interesante. Y vemos que se está trasladando en muchos casos a la política. Siguiendo esta hipótesis, ¿no observa que existe algo así como una puesta teatral donde la sociedad tiene nostalgia de su padre y usted cumple en el inconsciente colectivo el papel del imitador, salvando las enormes distancias, como el doble de De Narváez en el programa de Tinelli, pero en su caso genuino, por ser el hijo?

—Habrá que ver si la sociedad, al darme ese crédito, acierta o no. Tendré que demostrármelo y demostrarlo.

—Es lógico que la nostalgia por su padre irradie sobre el partido, sobre usted, efectos positivos. Pero en la proporción en la que se da tiene que tener una explicación de otra índole.

—Sí. Eso debe ser lo que tiene de espectacularidad casi mágica. Quiero decir, si algo yo no tengo, es espectacularidad. Incluso tengo la sensación cuando voy a algunos reportajes de que las cosas de las cuales empiezo a hablar y reflexionar no son demasiado televisivas. Lo que hay de espectacularidad es ese parecido. ¿Y qué puedo hacer? Realmente hay nostalgia de Alfonsín, de esas ideas, de esa actitud, de esa disposición. China Zorrilla dijo: “No me siento igualmente segura en la Argentina sin Alfonsín”. Expresaba lo que muchos sienten. En principio, hay una disposición de la gente a trasladarle al hijo las cosas que considera valiosas en su padre. Y además me parezco. Y además de parecerme dicen que tengo la voz parecida a la de él. Y además digo cosas parecidas a las de él. Es decir, ratifico esa disposición natural de la gente.

—De Narváez, en un año, pasó de ser una persona políticamente desconocida a ganarle la elección a Kirchner. Esto habla de una sociedad mediática que se comporta de una manera distinta a como era hace 50 años la política. Pero también tiene que ver con usted, que parece tener una particular fijación con su padre, independientemente…

—De mi voluntad.

—Le pongo otro ejemplo: la entrevista que le hice el año pasado, tras la muerte de su padre, también fue en vísperas de Semana Santa, y cuando nos despedimos usted me saludó con lo obvio para esta fecha: “Felices Pascuas”. Y como acto reflejo no pudo reprimir agregar: “la casa está en orden”. ¿Cree que Freud dejaría pasar ese lapsus sin cargarlo de significados?

—Cualquier hijo idealiza a su padre. Probablemente sea la persona que, junto con mis hijos, más quiero.

—¿Se analizó alguna vez sobre este tema?

—Cuando era joven. Después no fui más.

—En la Recoleta especialmente le salió la voz de su padre. ¿Hay algo que se apodera de usted, que es él?

—Ojalá, pero no creo que Dios se meta en esto.

—A lo mejor somos nosotros, la audiencia, que nos sugestionamos en ese acto.

—Lloraba la gente cuando hablaba yo, y sé que no lloraba por mí. Si me pongo a pensar esas cosas, no puedo seguir haciendo política. Lo tengo que asumir. Me parecería muy interesante este análisis si se tratara de otro. Lo que digo es: “Ay, dios mío, espero no defraudar. Yo no soy Raúl Alfonsín. Y si se llega a profundizar esta imagen, esta consideración ciudadana ¿estaré a la altura de las circunstancias?”. Eso sí me lo pregunto.

—Para la UCR es un capital político importantísimo contar con el dirigente con mayor valoración positiva.

—Sí, pero soy consciente de que tuve una ayuda post mortem del viejo, muy importante. Ahora, si no pasaba en agosto, septiembre, octubre del año pasado, me estoy preguntando por qué empezó a pasar después.

—¿Y por qué?

—Porque cuando la gente me empezó a conocer, empezó a ver que realmente esa necesidad que tenía de que alguien fuera una continuidad, y en particular su hijo, se ratificaba, por lo menos, en cuanto a valores.

—Su padre era de carácter fuerte y él mismo se definía como cabrón, ¿su naturaleza no estaba más cercana a la de Carrió que a la más conciliatoria de Cobos?

—No sé qué idea tiene de Julio Cobos. Yo también tengo mucho carácter. Papá no era violento, pero se fastidiaba. Y hay cosas que le fastidiaban a él que son las que me fastidian a mí. La falta de honestidad intelectual. La corrupción es despreciable. Pero me produce fastidio la falta de seriedad.

—¿Cobos también tiene mucho carácter?

—Hay una imagen equivocada, porque para tomar las decisiones que tomó hay que tener carácter. Las que tomó, incluso, cuando dejó el partido siendo gobernador radical. Y bancarse la situación difícil que tiene en el Senado.

—¿Cómo se habría ubicado su padre en este Congreso nuevo? ¿Cerca de posiciones más confrontativas, como la de Carrió? ¿O más conciliatorias, como las suyas?

—La segunda, absolutamente seguro.

—¿El desempeño de Julio Cobos como vicepresidente es positivo?

—Sí. Deberíamos preguntarnos por qué se produce esta situación, quién es el responsable y cómo se resuelve. Después del 28 de junio, el rol que, simbólicamente, quería Cobos (ser el único freno, la única garantía, frente a las tendencias autoritarias o hegemónicas del Gobierno) iba a empezar a perder fuerza, porque sería la oposición la que lo cumpliría, y eso iba a afectar su relación porque estaba muy vinculada a ser el único símbolo del límite. Había que manejarse con mucha responsabilidad para no dañar la relación que Cobos tenía con la sociedad, y al encontrarse en la situación en la que se encuentra, iba a tener muchas limitaciones para consolidarla. El no puede presentar proyectos, no puede participar en los debates, no puede estar haciendo las conciliaciones en los bloques. No puede recorrer el país como candidato de otro partido para hacer conocer sus propuestas. Lo tendrá que hacer recién cuando deje de ser vicepresidente. Por eso, veía que había que trabajar mucho para consolidar el partido. Y la mejor manera de trabajar para consolidar este proceso era tratar de que la mayor cantidad de sus miembros tuviera una buena relación con la sociedad. Había que tratar de recorrer, caminar, hablar, explicar muchísimo todo lo que podían hacer. Algunos creyeron que esta tarea tenía que ver con la necesidad de posicionarnos para ir a disputar una candidatura presidencial. Y tiene que ver con la necesidad de recuperar al partido. Primero, la política, porque me preocupa la distancia que la sociedad pone entre ella y la política, y sin acompañamiento social, la política se debilita cada vez más. Después, el partido, porque es la herramienta desde la cual puedo trabajar para la política.

—Terragno y Sanz sostuvieron que Cobos no debe renunciar. Su visión, interpreto, es la misma. ¿No debe renunciar hasta que sea candidato?

—Sí, y cuando ya estemos disputando las campañas. Si le hacen la vida imposible y su permanencia resulta un obstáculo que en lugar de resolver los problemas los complica más, habrá que ver. Hoy creo que sería peor el remedio que la enfermedad.

—Independientemente de que fuera peor el remedio que la enfermedad, ¿puede ser peligroso para Cobos que se mantenga esta dualidad entre la oposición y el Gobierno?

—El debe estar convencido de que, en términos electorales, sería mejor renunciar. Pero prioriza tratar de preservar las instituciones. Otorga tranquilidad a la sociedad ante ciertas actitudes del Gobierno.

—En las encuestas, toda la oposición está perdiendo valoración. ¿No sería lógico, entonces, que, como Cobos era el no oficialista con mayor aceptación en la sociedad, lo que él pierde es, en proporción, lo que pierde toda la oposición en su conjunto?

—Se han exagerado las diferencias internas, y es equivocada la imputación que nos hacen de no haber sabido actuar con inteligencia frente al Gobierno. El Congreso, el recinto, no empezó a funcionar, y no ha tenido la visibilidad que podría tener. Pero el trabajo en comisiones que se está haciendo es muy importante. Estamos trabajando para consensuar proyectos que tienen que ver con la necesidad de terminar con la intoxicación institucional que ha generado este gobierno y que explica la concentración de poder en Argentina. Vamos a sancionar una ley que financie las deudas de las provincias, la coparticipación del cheque. Vamos a terminar con la reglamentación de los DNU y con el tema del Consejo de la Magistratura.

—¿Y por qué se exagera con las diferencias?

—Hay presión para que se construya una alianza entre sectores que no piensan igual para ganarle al kirchnerismo. Algunos creen que es necesario, y yo creo que sería un fraude más a la ciudadanía. Entiendo a la sociedad que no esté politizada, pero quienes estamos haciendo política no podemos actuar de esa manera.

—¿Cierta parte de los medios apura la creación de una fuerza que pueda ganarle ya al Gobierno y no en 2011?

—Ya y también en 2011. Hablo con mucha gente independiente que cree, ingenua y sinceramente, que podemos reunirnos en una misma fuerza electoral con Unión PRO o con las fuerzas de centroderecha.

—¿Comparte la decisión de Cobos de votar a favor de la destitución de Redrado en el Banco Central?

—Es la que menos explicación necesitaba, porque los cuestionamientos eran muy severos y anteriores. Lo que menos costo político ofrecía era decir “este señor es un desastre, pero puede permanecer”.

 

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