Aníbal Fernández se despertó como siempre bien temprano. Se acercó a un pequeño olivo de la colección de bonsais que tiene en la terraza de su casa. Lo miró bien, inspeccionó sus hojitas, y advirtió que había algo extraño en su fisonomía. Lo primero que hizo fue llamar a su maestra Marita Gurruchaga, la mujer de 69 años que le enseñó todo en el arte milenaria de empequeñecer árboles: “Sensei -le dijo-, mi olivo tiene unas bolitas blancas como bichitos, aunque ahora que lo miro bien, parecen flores”.
Ella recuerda el entusiasmo en la voz de su discípulo: “Me llamó a mi casa a las ocho de la mañana, estaba muy contento porque esas flores significaban que pronto el olivo daría sus frutos”. Y así fue: “Dieciseis aceitunas le dio”.
(*) de la redacción de Perfil.com.