Cuando el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, fue convocado por Cristina Fernández nunca sospechó que las cosas iban a ponerse tan difíciles tan pronto. Le prometieron que su principal interlocutor sería la propia Presidenta, que tendría el ejercicio de la “administración general del país”, como reza la Constitución (Art. 100), y que podría disponer de algunos cambios sin que choquen con los ejes esenciales del Gobierno. Previa consulta a Olivos, claro.
Esta semana, el ex gobernador chaqueño terminó de confirmar que las internas, las desinteligencias en el corazón de la cúpula oficial y el consistente peso que todavía tiene cierta estructura de La Cámpora dentro de la toma de decisiones, seguirán impulsando una gestión con contradicciones, irracionalidades y perpetuas marchas atrás.
“Todo esto es un delirio”, se escuchó el viernes en el primer piso de la Casa de Gobierno, cerca de la sala de espera de la Jefatura, cuando trascendieron las versiones que un día antes, Capitanich había presentado su renuncia a la Presidenta y que ella, para peor, se la había negado.
Esa versión fue luego desmentida por el propio jefe de Gabinete en diálogo con PERFIL. No quiere decir que no se hayan sucedido esos episodios. Pero realmente es difícil creer que un ex gobernador peronista, de peso incluso entre los demás jefes provinciales –y que ahora domina la trama más íntima del kirchnerismo– tiemble ante la orden de Cristina.
“¿Quién me hizo estas operaciones?”, le preguntó el viernes Capitanich a uno de sus asesores. Estaba furioso, cansado y preocupado por los días que vienen. Aún más: sospecha que las versiones sobre su posible apartamiento del cargo serán más regulares: “Ahora van a decir todos los días que renuncié”, lo escuchó quejarse un funcionario cuando salió el viernes a última hora por la explanada de la Casa de Gobierno.
Algunos ministros del Gobierno ya lograron acostumbrarse a las desinteligencias en la cadena de mando oficial. Convocan a conferencias sin avisar, violan el cerco informativo K en reuniones secretas con los periodistas y empresarios y, sobre todo, minimizan las órdenes que llegan del sur.
Hay otro dato no menor, que ilustra estas contradicciones oficiales. “Si no podemos ponernos de acuerdo por un loguito para el fútbol, menos vamos a poder enderezar la economía”, reflexiona un secretario, sorprendido por la “esquizofrenia” en la toma de ciertas decisiones que se vivieron esta semana tras el fallido proyecto del nuevo Fútbol para Todos.
El Gobierno dilapidó la invalorable posibilidad de tener una foto con Tinelli, y aprovechar el rédito político, de sumarlo como director del principal manantial de audiencia oficial.
Capitanich ya no trabaja más los sábados como en la primera etapa y este fin de semana se refugió en su departamento de Puerto Madero a descansar.
Retoma su agenda a partir de mañana, pero ya convencido de que La Cámpora auditará todos los detalles. Otra reciente alerta la tuvo cuando Hernán Reibel Maier –ex vocero de la organización y amigo de Máximo Kirchner– fue ascendido hace dos semanas a subsecretario de Comunicación Pública, que maneja parte de la estrategia de medios dentro de la propia Jefatura de Gabinete. A Capitanich ni siquiera lo dejaron designar un nombre clave dentro de su propia cartera