La mayoría de las organizaciones feministas coinciden en señalar que la agenda de mujeres –con temas como aborto, trata de personas, derechos sexuales, femicidio– es una de las grandes deudas del gobierno de Cristina Fernández, la primera presidenta electa de la Argentina. Eso lleva a una pregunta válida: ¿la llegada de una mujer a la presidencia representa un avance real para el género y un respaldo efectivo a sus demandas? ¿Cristina debió “masculinizarse” para ejercer el poder, o lo hace como una mujer?
Feministas y especialistas en género consultadas por PERFIL debaten acerca del modelo de liderazgo que encarna Cristina y acerca de su compromiso (o falta de éste) con los derechos femeninos. Además, realizan comparaciones con sus pares del Mercosur: Dilma Rousseff, que gobierna Brasil, y Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile.
Norma Morandini, periodista, escritora y senadora por el Frente Amplio Progresista, postula que “la nueva mujer es la que no grita, ni llora, sino que persuade con su argumento. Como los hombres, Cristina también busca el sonido de los aplausos, en ellos por vanidad, en nosotras por inseguridad, para buscar aprobación”.
Por el contrario, para María José Lubertino “Cristina es una mujer decidida, de carácter fuerte y no por eso poco femenina”, que “no necesita adoptar rasgos masculinos del poder para que la respeten”. Discrepancias al margen, tanto Morandini como Lubertino coinciden en que la gran deuda de la Presidenta es “el tratamiento efectivo del aborto legal”.
El orden patriarcal. Dora Barrancos, directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), cree que “el poder político tiene una tradición y una legitimidad que proviene del orden patriarcal y, por eso, que una mujer llegue a esas funciones tan relevantes sin duda tiene repercusiones. No tengo dudas de que más allá de la opinión que se tenga acerca del gobierno de Cristina Kirchner, la historia cambia bastante: una mujer reelecta por su desempeño en la primera magistratura no resulta inocua a los imaginarios colectivos”.
Barrancos no cree que Cristina se haya “masculinizado” para acceder al poder presidencial, como señalan algunas feministas. “Para nada es así, enfatiza, a menos que medien los preconceptos, como cuando surgió el feminismo. Una mujer decidida es, sobre todo, una mujer”.
Morandini, en cambio, critica a la Presidenta su concepción de “poder personalista, autoritaria, que ya en sí misma es la mejor respuesta a que ella no encarna un modelo nuevo, moderno de mujer en el poder, más democrático e igualitario. Pero no creo que ella gobierne como un hombre, al revés, creo que los hombres no saben qué hacer con su estilo personalista. Ella es igual a los hombres en la palabra, opuesta a la mujer que teme a hablar en público. Fuimos educadas para el susurro, debimos gritar para que nos escuchen, pero ahora que las leyes y el mercado nos legitiman, tenemos la fuerza de los argumentos”.
Avances por decreto. Desde Paraguay, María Angélica Cano, dirigente política y feminista, afirma que “el hecho de tener una presidenta mujer no significa que las desigualdades y las discriminaciones por razones de género hayan terminado por decreto. No es suficiente que las mujeres estén presentes en puestos políticos, es necesario que representen e incorporen la perspectiva de género, y favorezcan relaciones más igualitarias. Dentro de este contexto de análisis, Cristina Fernández, si bien transforma esquemas muy tradicionales, patriarcales, no creo que con su posicionamiento político conlleve un avance sustantivo en relación a los compromisos de género”.