La adoración fetichista de los números, que convirtió a Néstor Kirchner en uno de los jefes de Estado de la Argentina con mayor conocimiento de la economía del país, ya está llegando demasiado lejos. En campaña, su esposa Cristina y hace un par de días el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, comenzaron a proclamar que en el último trimestre del año pasado se llegó a una tasa de de-sempleo de sólo un dígito. De ser así, todos deberíamos sumarnos al festejo, habida cuenta de que revelaría una mejoría en nuestro nivel de vida. De seguir las cosas como hasta ahora, puede que suceda. Veremos.
Como se informa en estas páginas, la ansiedad no permite ver tal vez la realidad. Y enero, un mes clave en el cálculo, no reflejaría los guarismos en un dígito, más allá de la discusión de la inclusión de los planes sociales.
El problema es que el estallido estadístico se produjo en la misma semana en que se forzó un aumento a los docentes en clave electoral, para favorecer la postulación de Daniel Filmus en la Ciudad de Buenos Aires, a expensas del manejo político y sindical, y sobre todo, de las cajas de las provincias.
Por eso, de ahí a colegir que los resultados de los índices de desempleo contradicen el ritmo de la campaña electoral, el único beneficiado del estallido de credibilidad del INDEC sería el anhelo político oficialista. Más aún con la sensibilidad hacia los “mensajeros” de las noticias que tiene el Gobierno. Una reforma estadística racional venía anidando en Economía, pero el interés en la pintura de la realidad de Guillermo Moreno la frustró a mediados del año pasado. Se va hacia algo peor.