—¿Usted es peronista?
—No, nunca. Toda mi vida voté por la UCeDé, incluso en la última elección.
—Pero ya en 1983, en una de las empresas del grupo, se filmaron los comerciales de la campaña de Luder.
—Eso nos costó un enorme disgusto (durante el gobierno radical), pero mucho de esa persecución fue porque tuvimos dirigentes de renombre del justicialismo trabajando con nosotros. Grosso, Bordón, por ejemplo, fueron excelentes colaboradores y estamos muy orgullosos de lo que pudieron haber aprendido trabajando con nosotros.
—Y en el 89 tuvieron la “venganza”.
—No. Nos ha traído nueve problemas por cada cosa a favor porque el internismo es más salvaje que la oposición. Cuando fueron los radicales era porque éramos peronistas, y cuando llegaron los peronistas... hubo una interna y teníamos todo el resto de las corrientes en contra.
—¿El crédito recientemente no concedido por el Banco Nación está relacionado con ese internismo?
—No, porque eso es manejado por el equipo de Cavallo, que no se dedica a esas cosas. Sólo trabajan, trabajan y trabajan. Creo que pensaron seriamente que nosotros no nos moriríamos si no teníamos ese crédito.
—El día posterior a su liberación, la periodista de la revista “Noticias” que lo entrevistaba presenció su diálogo telefónico con un directivo del Banco Nación en el que usted le solicitaba “que le pagasen las deudas”. ¿Qué relación tiene el crédito con las deudas?
—El trámite del crédito inicial era por 25 millones de dólares para colocar los bonos que el Estado nos da a nosotros por la deuda que tienen. Cuando se inició el trámite, esos bonos eran incolocables en el mercado; pero ahora la realidad argentina ha cambiado mucho. Ese crédito estaba ya casi acordado antes de que subiera Cavallo. Cuando subió, dijo: “Máximo de un millón de dólares por cada crédito del Banco Nación”. Como el nuestro venía de arrastre, dijo: “Vamos a hacer una excepción, pero más chica”. El crédito quedó entonces reducido a 12 millones. Y después del secuestro dijo: “No vamos a darles nada porque si no van a pensar que tiene algo que ver con el secuestro”. Es totalmente injusto.
—¿La DGI los está investigando?
—No. Somos de los primeros en pagar impuestos en la República Argentina. Pagamos casi 300 millones de dólares de impuestos al año. Hasta tenemos un delegado por cada una de nuestras empresas. Además, nunca hemos comulgado con la evasión.
—Al día siguiente de su liberación, su empresa difundió un comunicado que decía “sólo en un país ordenado y que transita por los caminos que conducen a la prosperidad estos episodios desgraciados pueden resolverse con serenidad. El desenlace de este episodio confirma el rumbo que está recorriendo el país”. ¿Coincidirá en que se trata de un texto claramente político?
—No sé, yo no lo dije.
—Lo dijo su padre.
—Mi padre por naturaleza es un hombre positivo. El fue el primero en salir a hablar a favor del Plan Austral. De que había que reconvertir el país y ponerle el hombro... y después se sintió totalmente frustrado. Fue el primero en ir a apoyar el nuevo gobierno de Menem, porque toda su vida repite “si le va bien al país, me va bien a mí”.
—También apoyó antes de que fuera gobierno; según Barrionuevo, Socma aportó 600 mil dólares y 12 Fiat Uno para la campaña de Menem.
—No tengo idea.
—Bien, usted no es peronista, pero ¿podría decirse que es menemista?
—Soy menemista a muerte.
—¿Este sentimiento es también de Socma y el grupo Macri completo?
—Sin duda. Pero quiero aclarar que, con que venga el presidente de turno y nos compre mil autos para el Ejecutivo, no nos salvamos. Nos salvamos si este país arranca y se pasa de vender 130 mil autos, como se vendió hace dos años, o 90 mil como el año pasado, a vender 300 mil otra vez. Nosotros no necesitamos amigos; si es amigo mejor, si uno puede ayudarle, aconsejarle, estar cerca.
—¿Qué porcentaje de la facturación de Socma (1.500 millones de dólares anuales) representan los negocios con el Estado?
—En este momento, menos del 10%. Y Manliba sólo el 4%. Ahora, por ese 10% de la facturación tenemos el 90% de los problemas. Todos los ataques que recibimos son por los negocios con el Estado.
—Como en el caso de las cloacas de Morón. ¿Usted llamó 48 horas después de su liberación a Rousselot para felicitarlo y él le adelantó que pensaba firmar otro contrato similar con su empresa?
—Sí, fue una satisfacción que tuve. Yo siempre dije que Rousselot se había portado bien conmigo. Que había hecho las cosas bien y que su destitución como intendente era un juego político y no tenía nada que ver con nuestro contrato. La gente de Morón creyó al principio que Rousselot los había estafado, pero después vio lo que hacían los que sacaron a Rousselot... Y ahora volvió a ganar por más del 60% de los votos. Más que Duhalde. La gente está aprendiendo a votar. Y le dije eso a él en ese llamado: realmente estoy contento porque siento que se hizo justicia.
—En el pasado, el porcentaje de negocios con el Estado era bien superior al actual. ¿Piensan reconvertir parte de aquellas estructuras proveedoras del Estado por el camino de las privatizaciones?
—Sin duda. A nosotros todavía nos falta esa etapa. Es el último eslabón que nos queda. Pero todo a través del sistema de licitación, para que sea lo más transparente posible y en la cual gane el mejor. Nosotros tenemos una política: a aquel que cotice mejor que nosotros dentro del pliego y nos gane no le haremos ninguna impugnación. Si perdemos en las diez licitaciones que nos presentamos, perderemos en las diez. No estamos para, de vuelta, el amiguismo y la subjetividad de otro momento.
—¿No tiene miedo a la existencia de corrupción en las licitaciones?
—Yo pienso que ya pasamos el pico. Creo que estamos marcadamente en la bajada.
—¿Y cuándo fue el pico de la corrupción?
—Creo que 1989 y 1990 son los dos años pico. Aparte coincide con el fenómeno de la hiperinflación, que desordena todo.
—Pero, además de las hiperinflaciones, 1989 y 1990 son los dos años de las privatizaciones.
—Yo entro en el mismo contexto del desorden, en este caso el desorden natural de hacer las cosas rápido. Eran los leading cases, había que largarlos y, entonces, se cometieron desprolijidades. Ahora hay un afán de emprolijar, pero hemos descendido el ritmo violentamente, con lo cual hay que buscar el equilibrio entre lo prolijo y el hacer impetuoso, para que la cosa sea. Porque si uno quiere sacar un pliego perfecto para vender cuarenta años de desastres, necesita años de trabajo. Porque en la Argentina se ha destrozado todo, por ejemplo, Obras Sanitarias. Para venderla nadie sabe bien qué es lo que tiene Obras Sanitarias debajo del suelo.
—¿Obras Sanitarias, el puerto y Gas del Estado son sus prioridades en las licitaciones?
—Sí. Pero la prioridad es Gas del Estado.
—¿Y cómo se logra mantener el ritmo privatizador y contribuir a que no se genere más corrupción?
—Sin dudas hoy el periodismo tiene un papel muy importante, aunque para mí está lejos de investigar con profundidad. Pero cada caso denunciado, después, siempre se anula. La opinión pública ya no lo tolera más y estamos yendo hacia un proceso de transparencia.
—¿La justificación de la corrupción (ver debajo “Teléfono ‘pinchado’ y delator”) a la que hacían referencia sus secuestradores por sus delitos son una causa creíble?
—Los secuestros no tienen ningún tipo de justificación. Pero más allá de eso, yo creo que además de atacar a los efectos aumentando las medidas de seguridad o equipando técnicamente a nuestra policía, hay que atacar también las causas de este problema, y uno de los orígenes es la sensación de injusticia social. En la medida en que los dirigentes de este país nos preocupemos por mejorar realmente las condiciones de vida de este país, por que cada uno tenga una oportunidad, todo va a mejorar.
—Como a Jorge Born, ¿el secuestro lo hizo a usted más sensible socialmente?
—Yo siempre me tildé de tener mucha sensibilidad social. Pero no cabe ninguna duda de que me sensibilicé aún más. Sobre todo por la reacción de la gente común ante mi secuestro, las manifestaciones de cariño continuadas, todo eso me hizo comprometer doblemente.
—Además de la injusticia social, ¿no cree que otro de los orígenes del problema de los secuestros de los últimos años tiene que ver con bandas paramilitares o paraciviles que actuaron y aprendieron en la represión de la guerra sucia?
—Para mí, el tema de la lucha contra la subversión es una cosa muy complicada. Yo creo que la vida y la historia demuestran que los ideales son una cosa y la realidad otra. Cuando uno sueña que un policía tiene que agarrar al ladrón y pedirle por favor que confiese, la realidad se encarga de demostrar que no es tan fácil que confiese. Seguramente pueden haber quedado personas involucradas en la lucha contra la subversión en este tipo de actividades (los secuestros extorsivos), no tengo dudas, es lo mismo que pasa en Estados Unidos con los tipos que volvieron de Vietnam.
—Por los diálogos que mantuvo con sus secuestradores, ¿cree que podría haber algún miembro o ex miembro de las fuerzas de seguridad involucrado?
—No sé, la policía y el juez me lo preguntaron. Yo sólo hablé con tres de ellos y dos eran los que se ocupaban de mí. Principalmente el que se comunicaba conmigo tenía un nivel cultural superior a lo que uno podría suponer mediano en las fuerzas de seguridad. No percibí ninguna connotación de disciplina militar ni de fuerzas de seguridad.
—Habrá una docena de personas con idéntica fortuna a la de su familia para ser secuestradas. ¿Por qué cree que lo eligieron a usted?
—Primero, porque en mi familia nadie usaba ningún sistema de seguridad. Segundo, porque creo que nosotros tuvimos una exposición pública por encima de otros grupos con poder económico semejante. El tema de la industria automotriz lo pone a uno muy en evidencia, es distinto del que se dedica a productos petroquímicos, por ejemplo; no tiene el mismo sex-appeal del auto.
—¿Han cambiado, después del secuestro, las normas de seguridad en el grupo Socma?
—Sin duda, estamos asesorados por un experto internacional estudiando un sistema de seguridad muy avanzado, con el cual tratamos de evitar que esto vuelva a suceder.
—¿Son los mismos expertos americanos recomendados por la Embajada durante sus 14 días de cautiverio?
—Sí.
—Una revista publicó que su familia tenía una póliza de seguros contra secuestros. ¿Esto es cierto?
—Totalmente falso.
—¿Cuáles fueron las causas que posibilitaron su liberación?
—Primero, el tratamiento de las negociaciones, muy bien llevadas adelante por mi padre, con muy buen asesoramiento de sectores muy profesionales. Segundo, aunque los secuestros sean delitos muy complicados de lograr resolver, la policía jugó un papel importante porque puso un nivel de presión sobre los secuestradores.
—Pero la policía, después de dos meses, ¿no tiene siquiera una pista?
—Ellos dicen que tienen.
—Francamente, ¿no cree que fue un poco exagerado usar el argumento de que su liberación fue debido al accionar policial con agradecimientos públicos incluidos?
—Es difícil describir lo que uno vive en el primer instante después de que le otorgan la libertad. En ese momento uno quiere agradecerles a todos, a la vida, a Dios. Es tan impresionante volver a juntarte con tus seres queridos, volver a ver el sol, respirar el aire puro, que uno no tiene ningún resentimiento, ni siquiera con los que lo secuestraron.
—¿Qué rol jugó el periodismo?
—A los secuestradores, la primera cosa que les dije fue “comuníquense rápido con mi padre porque estas cosas, en la medida en que no haya intervención pública, de la policía ni nada por el estilo, se pueden trabajar de una manera. Si no, esto se puede complicar todo”. Y ellos me dicen: “No te preocupes porque acá, dentro de 15 días, hay elecciones. El gobierno va a tapar este tema porque le puede quitar votos”. Yo escuchaba estos comentarios en estado de shock y les dije: “Me parece un poco ingenuo de su parte, estamos en democracia, hay una enorme cantidad de medios de comunicación en manos privadas, nuestra familia tiene un cierto gancho de prensa y, además, hay oposición. Si al oficialismo lo perjudica, a la oposición la favorece, por lo que se va a preocupar, con lo cual esto no se va a poder tapar mucho tiempo. Me respondieron: “Flaco, nosotros sabemos de qué estamos hablando”. Estaban muy tranquilos porque en la “chupada” no habían dejado rastros y todo les había salido muy bien.
—Fue el presidente Menem quien oficializó la noticia de su desaparición ante las cámaras de la televisión en la puerta de la casa de su padre, mientras éste hacía todos los esfuerzos para seguir desmintiéndolo.
—Sí, yo lo vi por televisión, tenía una en el sótano que hacía de celda, y no lo podía creer.
—¿Y qué pasó con los secuestradores a partir de ese momento?
—Se detienen y cortan las comunicaciones. Dijeron: “Será por unos días y esto se acaba”.
—¿Usted aconsejaría que en los secuestros extorsivos se mantenga oculta la información?
—Básicamente, hay una decisión inicial: si uno está decidido a negociar y pagar. Si no está decidido a pagar, la utilización de todos los elementos de presión para que a uno lo suelten es buena y tiene que usar a la prensa.
—¿Cómo se comunicaban los secuestradores y con qué persona de su familia?
—Siempre con mi padre, y a través de un grabador con mi voz. Yo hablaba con el grabador; leía, por ejemplo, los titulares de los diarios del día como prueba. Yo grababa las instrucciones que me pedían. Por ejemplo, decía: “Papá, dicen que tenés que cumplir, que no vayas a la policía. Contestá ahora qué vas a hacer”. Mi papá respondía y ellos escuchaban, pero nunca hablaron una palabra con él.
—Esa tecnología no parece muy común. ¿Qué decían los expertos que asesoraban a su padre?
—Les parecía excesivamente sofisticada. Acá no hay bancos de voz, no estamos en Estados Unidos, donde Interpol o el FBI tienen bancos de voz.
—¿Se podría inferir que se trataba de profesionales del secuestro?
—Sí, seguramente. El que me cuidaba a mí antes cuidó a otro. Dicen los expertos que hubo hasta 15 personas involucradas en la banda, con una inversión de 200 mil dólares.
—¿En algún momento se consideró la posibilidad de que el secuestro tuviera, en alguna proporción, un cariz político?
—Los papeles iniciales que tenía mi padre despistaban un poco, hablaban de un conocimiento político y éste era el mayor riesgo, porque en lo político no hay racionalidad ni linealidad en los resultados. A la luz de los hechos, pienso que podría haber alguno de los que estaban en la célula de comando que tuviera alguna connotación política, pero básicamente eran profesionales de este negocio.
—En la relación de los secuestradores que estuvieron en contacto con usted, ¿hubo uno que hiciera decididamente el rol del “malo” y otro que hiciera el del “bueno”?
—Sí. El que me cuidaba era el bueno. Yo, en el fondo, creo que él era bueno; él, al menos, me respetó. El otro nunca me respetó, continuamente me insultaba y amenazaba con hacerme las peores cosas.
—Cuénteme cómo era su relación con el “bueno”.
—El primer día él me dijo que ahí adentro me iba a llamar Mario, no sé por qué. Entonces yo decidí llamarlo Mario a él también. Eso fue importante. Me quedaba horas charlando cosas de la vida con él, en esos momentos uno pasa a hablar cosas de la vida. Supo darme apoyo y mantenerme tranquilo; al principio, al estar encadenado a la cama con unas cadenas amuradas al piso y en un cuarto de tres por dos, sin ventana y sin nada, pensé que me iba a volver loco; Mario me hizo comprender que no era tan grave. ¿Cómo era Mario? Yo le decía que él estaba para otra cosa y realmente se lo decía para que lo pensara, porque él tenía el concepto de lo que era una familia... me dijo que tenía una mujer, separado, y dos hijos. Que le gustaba viajar... que le gustaban muchas cosas de la vida sana. Yo le decía: “Mario, dale una oportunidad a la sociedad”.
—¿Nunca lo llamó por teléfono o le mandó una carta después del secuestro?
—No, hasta ahora no. Yo le dije que me mandara una carta dentro de tres años y él me dijo “No, porque por ahí te va a hacer mal”. Y yo le dije que no, que no me iba a hacer mal.
—Reláteme el día de su liberación.
—Ya me había avisado que “te vamos a liberar hoy” (ver debajo), era a la mañana y Mario me dice: “Más tarde te voy a comprar algo de ropa para que salgas”, la mía se destruyó en el secuestro, yo la pasé todo el tiempo en calzoncillos; “te voy a comprar una track” agregó, “para que te afeites, así cuando tus hijos te vean no los vas a traumar”. A eso de las ocho de la noche bajó, sacó las cadenas y me ayudó a vestirme con el jogging que me compró, y me dejó para que me afeitara. Me dijo: “Ponete lindo que te vas a tu casa, que ya pasó todo, no te preocupes que yo voy con vos”. Yo no quería ir con otro, pero él me aseguró que iba a venir conmigo: “Te voy a dejar sentado en una esquina. Dentro de una hora, cuando pasen los muchachos, te voy a venir a buscar”.
—¿Qué hora era?
—Eran las 21.30. Recuerdo que Mario me había dejado una caja de Lexotanil y otra de Trapax desde el primer día, pero yo nunca había tomado en mi vida; en ese momento me tomé un Lexotanil. Al rato comienzo a sentir los ruidos de cosas que se corrían para llegar hasta el agujero oculto. Me dio la sensación de que yo estaba bajo una nave industrial con lonas y máquinas cubriendo el orificio. Por el tubo con el que se comunicaban, que apenas tenía el grosor para que pasase una botella de agua mineral, Mario me gritó: “Preparate que ahí bajamos. No tengas miedo, que mucha gente se vuelve loca cuando llega el momento”. “No, Mario, estoy tranquilo”, le respondí, pero sentí una extraña sensación cuando se abrió la puerta. Me vendaron los ojos y las manos con tela adhesiva y me subieron por un agujero rústico que no alcanzaba a ser un pasillo ni una escalera bien terminada. Me colocaron en el baúl de un coche y arrancaron. Ni bien salimos del lugar pararon para cerrar un portón. Anduvimos unos 25 minutos hasta que se detuvieron y se abrió el baúl. Mario me dijo: “Cuando sientas que nosotros arranquemos, con la boca mordete la cinta hasta sacarla. Acá te estoy poniendo cien mil australes para que te tomes un taxi. Vas a ver unos edificios a 300 metros, allí pasan taxis”. Cuando me arranqué la venda de los ojos, vi las luces de dos autos a 200 metros, caminé, con miedo, me costó conseguir un taxi pero por fin apareció uno. Le dije: “Hasta Ocampo y Eduardo Costa”. En el camino comprendí que con los periodistas rodeando la casa de mi padre convenía llamarlos por teléfono para que me vinieran a buscar y le pedí al taxista que me dejara en Florida y Paraguay, a dos cuadras de mi oficina, un lugar que conozco y donde hay varios teléfonos públicos. Desde allí llamé y me atendió mi hermano y le dije dónde estaba para que me vinieran a buscar.
—¿El taxista lo reconoció?
—El taxista no, pero en Florida y Paraguay me reconoció el diariero, porque lo vi acercarse a un policía y hacerle un comentario. Después de hablar por teléfono el policía ya no estaba, supongo que fue a llamar a sus superiores para avisar que me vio libre. Luego llega mi hermano y me meto otra vez en el baúl para poder entrar a casa sin ser visto por los periodistas. Me dije: “Ultimamente mis viajes son todos en baúl, pero éste del Peugeot 605 me parece casi un living”. Después, lo que todo el mundo vio por televisión.
—Comprendo que parte de lo pactado con los secuestradores sea que usted no pueda confirmar el monto del rescate (N. de R.: 8 millones de dólares), ni siquiera que se haya pagado suma alguna. Pero supongo que algunas otras partes del trato podrá develar.
—Sí; por ejemplo, me pidieron que dijera que había brasileños en el grupo, algo que no era cierto y la policía, mientras declaraba, me lo negaba y finalmente lo reconocí. Lo mismo con lo que me habían pedido que dijera sobre el lugar donde me liberaron. Ellos querían que dijera que era en Lomas de Zamora, y en realidad fue detrás del Autódromo; la policía sola me llevó al lugar y tuve que aceptar que inicialmente había mentido. Supongo que con esto pensaban dar pistas falsas; por un lado, bandas brasileñas, por el otro, alguna vinculación política, por ser Duhalde de Lomas.
—Macri, ¿usted realmente quiere que la policía los atrape?
—Le voy a decir la verdad. Si en la primera conferencia de prensa me ponían a los secuestradores al lado, yo los abrazaba y les daba un beso, les agradecía cómo me trataron y les decía que estaba todo bien. Pero a medida que fui tomando conciencia de la angustia que produje en mi familia comencé a querer que los encuentren, hasta por el comportamiento de la sociedad.
—Imaginemos esta situación: un día usted se encuentra con Mario por la calle. ¿Llama a un policía o lo invita a tomar un café?
—Si él está dedicado a otra cosa, puso un bolichito, trabaja y está con su familia, le digo: “Mario, está todo bien. Está todo bien”.
Teléfono ‘pinchado’ y delator
“El gobierno tomó conocimiento de mi secuestro porque los teléfonos de la casa de mi padre estaban ‘pinchados’. Sistemáticamente él los hacía revisar para saber si estaban ‘pinchados’... se ve que después los volvían a ‘pinchar’. ¡Es un asco!”.
“Es una droga de los argentinos ‘pinchar’ los teléfonos. Bajo otra perspectiva, enterarme fue la misma sensación que cuando los secuestradores me estaban vigilando”.
“Los secuestradores me preguntaban sobre el gobierno y hablaban de la corrupción como tratando de disculpar su actitud: ‘Si en definitiva acá todos roban, nosotros vamos a robar un poco’. No es un justificativo válido pero eso [la ‘pinchadura’ de los teléfonos del padre] apoya la teoría de que los malos y los buenos son todos iguales”.
Operación ‘Pescadito pescado’
“Ellos me dijeron que venían preparando el secuestro desde hacía tres meses, pero por las cosas que me contaron yo diría que desde hacía seis. Es una sensación horrible enterarse de que uno era observado, que le cuenten qué hacían sus hijos, su mujer y las mujeres con que ha salido, que hasta le digan: ‘Qué linda ésta, qué fea es aquélla’. Primero habían preparado ‘chuparme’ cuando salía de jugar al paddle en el Argentino de Tenis, a las siete de la noche. Es detrás del Planetario; una boca de lobo. Pero como ese lunes yo no fui se quedaron colgados”. “El nombre del operativo se lo debo a la revista Noticias, por aquella tapa sobre nuestro grupo en el que titularon mi nota como ‘El delfín’. Los tipos me decían: ‘Como vos sos el delfín, nosotros te llamamos ‘pescadito’, y a tu viejo, ‘ballena’. Por eso en nuestro código la operación se llama ‘Pescadito pescado’”.
“Me iban a liberar pasadas las elecciones”
“Ellos pensaban liberarme el martes (48 horas después de las elecciones). Decidí, entonces, aprovechar la relación que había trabado con Mario [el secuestrador destinado a cuidarlo] y le pedí por favor que pensaran que mi padre iba a perder la esperanza y no sobreviviría hasta el martes”.
“Y que así no tendría sentido salir. Que si yo salía de esto con semejante pérdida, el sentimiento iba a ser enorme y yo como persona iba a ser irrecuperable. Yo le argumentaba porque Mario todo el tiempo me decía: ‘Vos tenés que olvidarte de esto: es una cosa que pasó una vez en la vida... Vos tenés que seguir haciendo lo que hacías antes, tenés que seguir trabajando’. Entonces yo le recordaba: ‘No lo voy a poder hacer, Mario, si pierdo a mi padre. Y mi padre hasta el martes no sobrevive”.
“Mario se fue y luego volvió para decirme: ‘Hablé con los muchachos, y decidimos que te vayas mañana’ [por el jueves anterior a las elecciones]. Ya me habían dicho otras veces que me iba a ir, pero esta vez fue en serio”.
“Yo creo que esta gente, a la luz de haberme soltado antes de las elecciones, no tenía especulación política más allá de las conversaciones de resentimiento hacia la clase dirigente por hechos de corrupción”.
‘Latin lover’ argentino
“Recibo cartas de todo el país; hay quienes me dicen que admiran el temple con que salí de esto y otros que me invitan a seguir trabajando. Hay mujeres que me dicen que me quieren como a un hijo y otras que me juran amor eterno, todo el espectro, desde lo maternal hasta una versión de latin lover argentino. Tengo una carta en la que la madre me presenta a la hija. Es una nueva realidad que tengo que manejar en esos 15 días, y cuando salí pasé a tener el rating máximo de la Argentina. Por un lado me gusta, y por otro me asusta”.
“Las mujeres tienen una percepción especial para el sufrimiento, deben palpar lo que sufrí y tienen una actitud protectora. Otras deben sentir que yo pasé algo muy importante, que las fascina, y lo quieren compartir, por eso se acercan. El territorio delicado es la relación con mis tres hijos y tengo que mantener una mínima seriedad, por eso me fastidio cuando una revista me inventa un romance con Graciela Borges diciendo que hasta me devolvió la sonrisa. Graciela es la segunda esposa-de Bordeu, el padre de mi ex esposa, políticamente es la abuelastra de mis hijos, con los que, además, es muy amiga. El caso de Marisa Mondino es distinto: es una mujer con la que nos estamos conociendo”.