UNO DE LOS contendientes de esta batalla tiene más de 1.300 millones de habitantes, aproximadamente la quinta parte de la población mundial, y una superficie de 9,6 millones de kilómetros cuadrados: compite con Estados Unidos por el podio del tercer país más grande del mundo, después de Rusia y Canadá. En el otro rincón hay un país de un millón de kilómetros cuadrados y menos de tres millones de habitantes. Esta pelea ya lleva cincuenta años, cuando el ejército chino entró en el Tíbet, dominó con facilidad a las fuerzas locales y forzó al exilio a las autoridades.
En esta historia, el león le teme al ratón: de un lado han quedado el dinero, las armas, el poder y la influencia, y del otro la conciencia. Nunca vi tipos más felices ni más simples que los monjes budistas: son curiosos, amables y compasivos; se ríen cada vez como si fueran niños, y han hecho de la aparente debilidad su fuerza. Le pregunté a Mathieu Ricard, mano derecha del daláilama, en Katmandú, cuáles eran sus bienes. –¿Qué cosas tiene? –Bueno –se sonrió, un poco avergonzado, pero divertido–.Tengo este sari que llevo puesto… este par de zapatos… Y tengo otro par más. Y una cámara de fotos. El Gran Imperio Chino lleva más de cincuenta años peleando contra eso, se desvela persiguiendo a los monjes tibetanos en el exilio y condena a los países que se atreven a recibirlos. Cuando el dalái lama recibió el Premio Nobel de la Paz en 1989, algunos pensaron que la persecución iba a aminorar.
No fue así. En 2008, con la realización de los juegos Olímpicos en Pekín, la represión aumentó. El doble discurso argentino quedó otra vez en evidencia contra los más débiles: el dalái lama, de visita en Buenos Aires, iba a ser nombrado Huésped Ilustre de la Nación. Pero un pedido de China hizo que el hijo de Jacobo Timerman olvidara el asunto. Tampoco recibirá la medalla de Honor de la Ciudad de Buenos Aires, que iba a entregarle Mauricio Macri. Ninguna de las noticias hizo que el dalái lama perdiera su sonrisa.
(*) Columnista de Diario Libre.